lunes, mayo 30, 2011

En el ángulo muerto Vol. 104




Pecados mortales

Cuando los acontecimientos acaban desencadenándose de manera estrepitosa siempre aparece alguien que anuncia que ya sabía que eso iba a suceder, que ya se lo olía y que simplemente se trataba de una cuestión de tiempo que sucediese lo que acaba sucediendo. Normalmente ante estos comentarios suelo mostrarme indiferente o, incluso, escéptico aunque la verdad es que en Cerezo del Río era un secreto a voces que Don Cecilio se aproximaba a un final amargo. Por lo menos ese era mi caso, y eso que he dicho que no me gusta hablar cuando se han consumado los hechos. Sin embargo, el deterioro estrepitoso al que ese hombre estaba sometiéndose no podía presagiar nada bueno.
Después del tiempo que ha transcurrido desde que don Cecilio cayó en desgracia, tras mucho reflexionar sobre él, pues su historia de alguna manera había calado en mí, llegué a la conclusión de que fue su problema retórico el que le condujo a la perdición. La enfermedad, la cada vez más evidente falta de reflejos a la hora de hablar en público y la caída en picado de la calidad de las homilías le llevaron a un callejón intelectual que no tenía más salida que la autodestrucción. La palabra, su congregación y el pueblo de Cerezo del Río eran su vida y de alguna manera la comunicación con estos elementos constituían el nexo vital que le llevaban todos los días a levantarse y luchar por conseguir lo que él consideraba adecuado; la salvación de las almas de la comarca. Sin embargo, la falta de tiempo y las increíbles responsabilidades que acabó asumiendo le llevaron a un desgaste intelectivo que acabó en la crisis y agotamiento que casi le llevó a la muerte. Supongo que en esos hechos es donde se encuentra el punto de inflexión, esa ruptura que le hizo ir en busca del pecado de forma egoísta. Es decir, creo que lo que buscaba no era la redención de los pecadores, esto puede considerarse un hecho colateral, sino la inspiración perdida por tantos años de dedicación exclusiva a los demás. Don Cecilio fue un hombre que se vació ante la comarca, que intentó abarcar más de lo que era posible para un simple párroco. El caso es que al final encontró el pecado o más bien, fue el pecado el que le encontró a él. Empezaría con una misión evangélica e inspiradora y creo que finalmente fue absorbido por el mundo con el que le tocó lidiar.
Tras dos semanas sin aparecer por Cerezo del Río la población comenzó a alarmarse aunque, como siempre pasa en estos casos, cada uno a su manera. Para la mayoría don Cecilio era uno más de los habitantes de la población, que además había estado años luchando por los intereses de las demás, y debía ser ayudado en caso de que se encontrase en algún tipo de aprieto del que no pudiese salir por sí mismo. Para otros, sin embargo, su crédito había sido dilapidado y se hacía necesario hablar con el episcopado para intentar conseguir otro cura que se ajuste a las necesidades del pueblo y sus integrantes. Para la minoría, pues don Cecilio tenía demasiado carisma como para pasar inadvertido, daba exactamente igual lo que hiciese ese hombre en su tiempo libre mientras no se metiese en sus asuntos. Aún así, finalmente comenzó la búsqueda del cura perdido y todos nos vimos involucrados en alguna medida en la resolución de tan extraño caso aportando en la medida de nuestras capacidades. Al final, lo primero que apareció fue su destartalada furgoneta que había sido abandonada en uno de los caminos de tierra de la región. En el interior encontramos los vestigios de lo que debían haber sido las últimas correrías del, hasta ese momento, impoluto sacerdote. Lo que más nos llamó la atención fue que había dejado abandonados sus hábitos, tirados de cualquier manera en la zona de carga entre innumerables botellas de todo tipo de licores y preservativos usados. Entre sus objetos encontramos la dirección de un hostal de carretera que no gozaba precisamente de buena reputación en la zona, sobre todo para aquellos meapilas que no perdían ocasión de criticar a las pobres chicas de vida ligera que se ganaban el pan con su cuerpo. Las pistas nos llevaron hasta un don Cecilio destrozado y bañado en alcohol que agonizaba en una de las habitaciones dedicadas a los servicios sexuales. Estaba en la cama tirado, con el cuerpo tremendamente hinchado y de un tono tan rojizo que parecía exteriorizar lo destrozado que estaba en su interior. Lo llevamos de vuelta al pueblo pero nada se podía hacer, su mente estaba sumida en las profundas tinieblas de la sinrazón y tan solo sobrevivió tres días gracias a los cuidados de aquellos que todavía recordábamos al don Cecilio de antes. Cuando murió un chispazo de lucidez pareció asomar a sus ojos y después suspiró profundamente antes de dejarnos. Ningún familiar reclamó el cuerpo y fue entregado a las tierras de Cerezo del Río, ninguno de los que presenciamos su último adiós recordábamos haber visto a tanta prostituta junta.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Bueno, después de todo eso de morir arropado por el cariño y las caricias, aunque sean profesionales, tampoco parece tan mala cosa...

D.E.P. Don Cecilio, el de la buena muerte.

Sergio dijo...

El autor del texto me confesó sin emoción la noticia de la muerte de D.C la semana pasada.
Confieso que me dejó con el cuerpo doblado. Ya he mencionado varias veces mi simpatía hacia el personaje de Don Ceci.
Quedará en la memoria...
Larga vida a la Cecilio, el de la parroquia y la furgoneta.

A ver esas nuevas historias qué nos deparan