martes, octubre 26, 2010

Palabras Usadas

Dado la imposibilidad de encontrar en la red la versión que tenía pensada para hoy, he recurrido a otra gran versión ejecutada por del mismo grupo.
Los Enemigos entraban como banda de culto en el homenaje a Joan Manuel Serrat de hace ya algunos años conocido como "Serrat, eres único". El grupo madrileño compartía el disco con gente de todo tipo como Tahures zurdos, Kiko Veneno o Juan Perro. Sin embargo, su encendida versión del tema Señora" consiguió amordazar al resto de canciones. Su tema cerraba el disco y era inevitable repetir y repetir esa canción una y otra vez hasta hacer que el cd se atrancase. Recuerdo alguna declaración de Josele dicendo que jamás habían escuchado el tema original.
Juzguen ustédes mismos y no tengan verguenza en admitir que no tendremos otro grupo igual...





lunes, octubre 25, 2010

En el ángulo muerto Vol. 76




El fin

Los sonidos del exterior me indicaban que estaban a punto de echar la puerta abajo para capturarme, era cuestión de segundos que cayese bajo las garras de los marineros a los que había ido diezmando. Tenía claro que mi vida ya no tenía ningún valor, y menos en altamar alejados de las autoridades que quizás podrían, debido a mi rango y origen, desnivelar la balanza a mi favor. La situación era distinta, estaba a merced de la ley del más fuerte y, en este caso, el débil y perseguido era yo. Mi cabeza bullía en busca de ideas, ni tan siquiera había sido capaz de trabar la puerta en un intento de frenar el avance de mis enemigos, estaba paralizado por la circunstancia en la que estaba inmerso. Decidí que mi existencia tendría algo de valor si me entregaba, la lucha contra los que me habían cercado sólo podría suponer mi, más que segura, desaparición. No contaba con armas para la lucha y me superaban en número, era cuestión de segundos que acabasen con mi vida si combatía contra los que me esperaban fuera. Abrí la puerta con cuidado utilizando la hoja de mi cuchillo; en el exterior, la congregación de rudos marinos retrocedió unos pasos a la espera de comprobar mi reacción, todos cargaban con sus armas y, por lo visto, puesto que no habían abierto fuego, querían capturarme con vida. Arrojé el machete sobre la cubierta iluminada por las primeras luces del alba, tintineó y levanté las manos para indicar que me rendía sin condición. Los hombres que tenía frente a mí gruñían y hablaban inteligiblemente, avancé unos pasos y me situé frente a ellos. El capitán, con una sable en la mano, se posicionó frente a mí y levantó la mano, cerré los ojos resignado a mi triste final cuando el golpe que me propinó con la empuñadura me tumbó sobre los tablones. Quedé sentado sin saber dónde me encontraba, sangrando por la frente y observando desorientado lo que me rodeaba, el hombre volvió a descargar el puño contra mi cabeza y perdí el sentido.
No sé el tiempo que me pasé inconsciente pero cuando desperté el sol estaba más allá de su cénit y mi cabeza latía por los impactos recibidos. Estaba atado, sujeto a uno de los mástiles mientras en el navío la tripulación estaba inmersa en sus tareas cotidianas sin prestarme ninguna atención. Me tenían tan firmemente trabado que no sentía mis extremidades, parecían haber desaparecido misteriosamente pues no tenía ningún tipo de sensibilidad. El calor del día me azotaba y mi torso desnudo y mi cabeza dolorida y sin protección comenzaban a torturarme, tenía la impresión de estar desecándome lentamente, abandonado a la intemperie como una animal. El capitán se dirigió a mí y me preguntó por mi origen, probablemente sospechaba que tenía más valor vivo que muerto, yo me negué a hablar, simplemente pedí agua para aliviar mi sufrimiento. El hombre me explicó que no probaría líquido o bocado a no ser que explicase mis circunstancias y que, en caso de que me negase a colaborar, me dejarían morir de inanición y sed en cubierta. Me mantuve firme y mi mente, al cabo de unas horas sufriendo los rigores de la temperatura del Caribe, empezaba a desbarrar y adormilarse. Ese fue el motivo por el que no supe cómo sucedió un hecho que fue trascendental para lograr mi salvación.
Un grito de uno de los tripulantes fue lo que me espabiló ligeramente, de la bodega comenzaron a salir negros famélicos que con sus ojos desencajados atacaron a los marineros que los habían mantenidos cautivos durante toda la travesía. Utilizaban todo de lo que disponían como uñas, dientes o cualquier objeto romo que pudiese ser utilizado como arma. Los integrantes del buque se defendieron como pudieron pero fue tal el empuje de los salvajes que acabaron atrapados, como si se tratase de roedores, en el puente de mando donde yo me encontraba. Al verse sin salida un par se tiraron por la borda hacia una muerte segura y lenta, mientras que el resto tiraron las armas en un intento de búsqueda de piedad. La tribu que tenían delante ni por un instante dudó de la necesidad de acabar con sus captores, se abalanzaron sobre ellos y los descuartizaron con una profunda rabia que llevaba tiempo acumulada en la oscuridad de los entresijos del barco. Cuando hubieron acabado, flacos, sucios y cubiertos de la sangre de sus enemigos, hicieron una especie de danza mediante la que mostraron su alegría. Después, me observaron detenidamente y, convencido de que mi suerte sería la misma que la de los otros blancos, comencé rezar ostentosamente. Uno de los negros, un joven todavía vigoroso para la situación que había padecido, se acercó a mí con uno de los sables de la tripulación en la mano. Le miré a los ojos y, en lugar de rebanarme de arriba abajo, cortó mis ataduras y me ofreció agua. A los pocos minutos, tras hidratarme, me di cuenta de qué era lo que querían de mi persona. Sabían que yo era el único capaz de dirigir la nave, así que habían tomado la determinación de no asesinarme para que les pudiese llevar a tierra. Con decisión tomé el timón y, haciendo gestos ostentosos para que mis tribales tripulantes hiciesen lo que yo ordenaba, fui capaz de poner rumbo a la libertad.

Nacho Valdés

miércoles, octubre 20, 2010

Delaletra







Yoknapatawpha es el condado ficticio donde se desarrolla el conflicto constante entre el viejo sur y el pujante norte americano que William Faulkner retrató en sus relatos y novelas. El libro de relatos que ocupa esta sección, disecciona de manera fragmentada la historia sureña norteamericana desde la Guerra de secesión de mediados del siglo XIX, hasta el período de entreguerras y la Gran Depresión que noqueó al país y, de manera especial, a los vencidos sureños de los que provenía Faulkner, del prístino Mississippi para más datos.
Sus relatos, de gran exigencia para el lector pues incluyen distintos narradores, personajes, cambios temporales y demás equilibrismos literarios, nos presentan un gran abanico de perfiles que, desde la ficción, nos permiten conocer de primera mano una porción de la historia mundana norteamericana. Todas las clases sociales y posibles situaciones se nos van presentando sin tregua: desde los negros todavía dependientes de sus antiguos amos, las raíces indias presentes en el viejo sur, los nuevos ricos provenientes del norte y la rancia aristocracia que dormita resentida entre los rescoldos del conflicto que dividió al país.
Faulkner, que probó fortuna en distintos terrenos como el ejército, aunque nunca entró en combate, el periodismo y el mundo de Hollywood como guionista, acabó alcanzando la esquiva fama tras la publicación de más de una veintena de novelas y un buen puñado de relatos aliñados por alguna obra poética. En 1949 sería reconocido con el Premio Nobel de literatura y pasaría, por derecho propio, a ocupar un lugar privilegiado en la literatura universal.
Resulta del todo recomendable la lectura de este compendio de relatos para aquellos que posean ínfulas literarias pues, la gran variedad de estilos y riesgos a los que se enfrenta el autor, supone una magnífica escuela de creación literaria; huelga decir que no solo los pretendientes de las letras disfrutarán de la obra, cualquier lector apasionado se verá envuelto en la historia reciente norteamericana de la mano de un guía de primera fila.

lunes, octubre 18, 2010

En el ángulo muerto Vol. 75




Encerrona

La noche me amparaba y estaba dispuesto a deshacer la maraña en la que me había visto enredado, sólo debía ser precavido y dar los pasos adecuados para no volver a caer en una oscura madriguera como en la que me hallaba oculto. Antes de salir de la bodega recapitulé unos segundos acerca de los acontecimientos que me habían llevado hasta la situación en la que estaba, tenía la impresión de que habían transcurrido varias vidas desde que embarqué como capitán de mi nave meses atrás. Era tal mi desubicación que no tenía ni la más remota idea del tiempo que había pasado desde que salí de Europa, podían ser meses o, quizás, años. Me pregunté, por primera vez en mucho tiempo, por mi familia a la que había dejado atrás y a la que probablemente habrían comunicado mi desaparición. ¿Cómo se sentirían conmigo supuestamente desaparecido?
Olvidé el pasado y me centré en lo que tenía ante mí. Escuché atentamente contra el portón, estaba embadurnado de hollín y prácticamente no se me distinguía de las sombras que me rodeaban consideré que las condiciones eran las adecuadas para lo que me proponía. Algo no me encajaba, sólo se escuchaba el gruñir de la madera al ser batida por el leve oleaje, un concierto de crujidos y sonidos inquietantes que, sin capacidad para definirlo, se diferenciaban por algún motivo del ambiente habitual de la embarcación. Tenía la impresión de que todo estaba especialmente tranquilo, la calma tensa que precede a toda tormenta. Abrí una pequeña rendija y volví a aguzar el oído con atención, ni tan siquiera percibía el sonido de las ratas buscando alimento. Me arrastré con precaución, moviéndome milimétricamente para no levantar las alarmas de la tripulación. Tenía claro mi objetivo, debía hacerme con las llaves que abrían las argollas a las que estaban amarrados los negros. No conocía con seguridad dónde se encontraban pero sabía que, probablemente, sería el capitán el que las tuviese bajo su auspicio. Mi cuchillo era lo único que podía delatarme, el resto de mi físico estaba sumido en la oscuridad más absoluta y únicamente el filo metálico emitía algún resplandor cuando un haz de luz de luna incidía en él. El navío continuaba inmerso en el silencio fantasmagórico de la noche, salí al puente y me moví acuclillado entre los barriles, maromas y demás materiales, cada obstáculo suponía un refugio en el que retomar resuello durante unos segundos. Nadie estaba a la vista, no había ningún marinero haciendo la guardia de la noche y eso me resultaba extraño; siempre, por lo menos durante mi experiencia en la marinería, las noches habían estado cuajadas de vigilancias. Tenía frente a mí el camarote del capitán, pegué la oreja y no fui capaz de escuchar nada, lo más probable es que estuviese dormido. Empujé la puerta levemente, solamente para comprobar si estaba abierta, sorprendentemente no la habían dejado trabada por dentro. Escudriñé en el interior y no fui capaz de ver nada, la más profunda de las oscuridades se cerraba sobre la estancia y la asemejaba a una profunda gruta en la que todos los indicios aconsejaban que no me introdujese. Di unas leves zancadas en el interior y cerré la puerta a mi paso, tenía la sensación de estar introduciéndome por mi propia voluntad en la boca del lobo. Dejé que mis ojos se acostumbrasen a la penumbra, me mantuve unos minutos estático frente a la puerta, esperando a distinguir las formas mal iluminadas por la escasa luz de las estrellas que entraba por el ojo de buey. El espacio era mínimo, un pequeño catre, mucho más cómodo de lo que pudiese soñar cualquier marinero raso y un escritorio en el que reposaban papeles y cartas de navegación. Sobre el jergón, tapado con unas mantas había un bulto que se asemejaba a una persona durmiendo. A hurtadillas me acerqué con el machete dispuesto, levanté el brazo y hundí el metal en la silueta que descansaba ajena al peligro que se cernía sobre ella. Tras unos segundos en los que perdí la noción de lo que hacía, me di cuenta de que estaba apuñalando un montón de bultos inertes, todo se volvió diáfano mientras a mi alrededor revoloteaban las plumas del almohadón que acababa de coser a puñaladas. La puerta, a mis espaldas, se cerró súbitamente y me quedé atrapado. Al otro lado sonaron las risas de los marineros que me habían tendido la vulgar encerrona, había caído como un vulgar roedor en busca de algo de alimento.

Nacho Valdés

miércoles, octubre 13, 2010

A day in the life

Una cámara ha seguido al bueno de Ron Sexmith desde hace siete años. Todo ello ha sido compilado en un documental recientemente estrenado en Vancouver. Todo desemboca además en la publicación de su próximo disco "Long player late bloomer" que verá luz en el mes de Febrero.
Esperamos que la salida del nuevo album venga acompañada de una gira por España. De momento, podemos disfrutar de la maravillosa "This Song" del fantástico disco Blue Boy :

martes, octubre 12, 2010

Palabras usadas

John Lennon, que se autodenominó por méritos propios el héroe de la clase obrera, quizás se revolviese en su tumba si se hubiese enterado que uno de los dandis del pop le había versioneado uno de sus temás más célebres y preciosistas. Ni corto ni perezoso, Bryan Ferry, en compañía de los Roxy Mucic, se marca una interpretación de órdago para dejar a los jóvenes de principios de los ochenta sin respiración. Aprovechando que se hubiesen cumplido los setenta años del nacimiento del exBeatle y de que recientemente Bryan Ferry, uno de los hombres más elegantes del planeta, ha cumplido sesenta y cinco años, presentamos esta edición de Palabras Usadas que a nadie dejará indiferente.





lunes, octubre 11, 2010

En el ángulo muerto Vol. 74




Última salida

Me acostumbré rápidamente al hedor de los cuerpos encerrados, era un olor animal y primitivo que se mezclaba con la humedad de la bodega pero que resultaba mejor que mi posible muerte. Confinado entre los negros no podía tener constancia de lo que sucedía en la nave, ni siquiera era consciente de si era de día o de noche, simplemente pasaban lentamente las horas entre los quejidos de los que me rodeaban. La mayoría se encontraba en un estado físico lamentable y, a pesar de que algunos sobrevivían de manera envidiable, otros parecían a punto de perder la vida.
Entre las sombras escuchaba como la tripulación se movía por cubierta, no era capaz de determinar si se trataba de los trabajos cotidianos o si, por el contrario, estaban buscándome para acabar conmigo. Yo me mantenía al fondo de la bodega, entre una multitud informe de negros que prácticamente no se movían, a cada sonido cercano a la entrada daba un respingo y me ponía en guardia, no sabía cuando vendrían a encontrarme. Lo que me acabó de confirmar que no me buscaban fue el hecho de que entraron en la bodega para alimentar a la carga de negros, fue como si estuviesen dando de comer al ganado. Dejaron un pequeño barril de agua, insuficiente para todos los que debían hidratarse, y lanzaron la comida en todas direcciones para que los cautivos se peleasen por ella. Los negros, en un primer momento, se lanzaron a por el sustento como si fuesen depredadores en la noche mientras el encargado de avituallarles sonreía mientras soltaba de vez en cuando una pequeña fusta en la espalda del que tuviese más cercano. Sin embargo, en cuanto volvió a cerrarse la puerta el espectáculo me dejó boquiabierto. Lo que hacía unos segundos parecía una marabunta de animales descontrolados se transformó ante mis ojos y comenzaron a repartir la comida que habían recogido, interpreté que lo que habían hecho era una especie de espectáculo para que los captores se quedasen satisfechos y así de paso salvaban la mayor cantidad de comida de las ratas que nos rodeaban. En cuanto volvimos a quedarnos solos la masa se volcó con los más necesitados, los primeros que recibieron comida y líquido fueron los que se encontraban más débiles; algunos niños y mujeres a los que apartados, cerca de mí y alejados de la puerta. Me percaté de que lo que a ojos de un blanco parecían unos salvajes aunque estaban, sin embargo, dotados de una solidaridad innata con la que nosotros no contábamos. Quedé conmovido por la ayuda que se prestaban entre ellos y comprendí que era esa la clave para que sobreviviesen a la dura travesía que estábamos experimentando, en un intento de mezclarme entre ellos, puesto que eran mi única compañía, puse mi escasa comida a su disposición. Con aire desconfiado me miraron de soslayo con esos grandes ojos que destacaban en la oscuridad y sobre su piel morena y aunque con un sentido práctico envidiable tomaron el alimento que les prestaba, no hicieron ningún gesto que pudiese interpretar como de gratitud.
Después de un tiempo indeterminado que me pareció eterno, tras dar vueltas y vueltas al callejón sin salida en el que me encontraba, comprendí que para salir del atolladero debería valerme de los que me rodeaban. Esos pobres diablos que iban a ser vendidos como esclavos suponían mi única oportunidad, supondrían el músculo que necesitaba para enfrentarme a la tripulación y conseguir salvar mi vida. Mi vista acabó por acostumbrarse a la penumbra y, como si fuese un indicador del día y la noche, las traviesas del techo dejaban pasar algo de luz. De esta manera, cuando tuve la seguridad de que la negrura se había abalanzado de nuevo sobre el barco, volví a salir de mi prisión para dar el último paso hacia la libertad. La puerta estaba cerrada por fuera, no tuve problemas para forzarla con mi machete y, antes de salir al exterior, recé unas oraciones y me lancé a la caza de la liberación.

Nacho Valdés

jueves, octubre 07, 2010

Retratos (Vol. 16)

¿Qué es lo que buscamos y quién nos busca a nosotros? Gritó mi propio reflejo en un escaparate de la licorería Sanchidrián. ¿Qué extraña fuerza guía nuestros pasos? inquirió.Estuve esperando, con los brazos abiertos, al amor en la estación pero tras más de dos horas de aburrida desesperanza decidí caminar hacia el bar y regar un poco mis flores secas y marchitas. La barra estaba hasta arriba de cuerpos sin rostro que buscaban copas y de codos que apretaban los hígados de los más rezagados. Lo más llamativo de todo era que todo el mundo actuaba en silencio, llevados por guías invisibles construidas en el suelo que iban desde las botellas hasta las mesas y las sillas en un incansable y delirante bucle infinito. La ciudad me guiñó el ojo, así que recogí las rosas, ya muertas, y dejé atrás la estación del Norte. Demonios… sus canciones son demonios, decían las voces que surgían de las alcantarillas del Ayuntamiento, donde cada domingo se citaban los presos y sus mujeres para dar paseos vigilados dibujando un circulo imaginario en el asfalto. Pasé por allí lo más rápido que pude aunque no conseguí evitar que mi mente se dejara transportar también a esa horrible circunferencia que tantas veces yo mismo había ejecutado.Me di cuenta de lo poco que esta ciudad significaba para mí. Ya no era un lugar para volar entre los edificios esquivando las sabanas blancas de los cines de verano, sólo había palabras abandonadas en las esquinas donde lo mejor que podías hacer era estar callado o volarte la cabeza. Concluí correr hacia el puerto, sin mirar atrás, sin fijar la mirada prácticamente en ningún lado que no fuese hacia delante, esquivando semáforos en rojo, policías con malas pulgas, antiguos amigos de lo ajeno. Llegué hasta la zona de mercancías y tragué saliva mientras apoyaba las manos en las rodillas, había llegado a mi límite. Mi sangre era petróleo devaluado. El amor siguió sin visitarme y por fin acumulé un poco de valor y salté a la dársena sur donde lo artificial del paisaje me hizo por un momento recordar un cuerpo siliconado del pasado. Sonreí en una absurda paradoja de nerviosismo y felicidad; Dejé que el agua me envolviese, me deje llevar allí donde nadie nos gobierna sino que únicamente nos espera. Se acabo… ¿Empezamos otra vez?

miércoles, octubre 06, 2010

Delaletra

Mark Oliver Everett, (también conocido como “Mr. E” ó como”E” a secas) líder de la banda solipsista Eels ha parido una de las autobiografías musicales más sonadas de los últimos años. Y es que la vida de este músico tiene visos de tragedia griega. El bueno de E ha tenido que superar la muerte de su padre, su madre, su hermana, su tía y una interminable serie de catastróficas desdichas. El libro a pesar de ello, es una oda al optimismo y a los buenos propósitos. Cuenta por ejemplo, desde una cercanía sorprendente, que el primer contacto físico con su padre se dio cuando intentaba reanimarle al encontrarle desplomado en su casa o cómo su tía le enviaba una postal desde un aeropuerto justo antes de subirse en uno de los aviones que se estrelló contra el Pentágono en el 11S, la postal rezaba un “la vida es maravillosa”.
Es imposible no sentirse en total sintonía con Mr. E y a cada página que devoras te sientes más cerca de una felicidad compartida.
También nos cuenta los entresijos del negocio de la música. De cómo hay que tragar para poder grabar y también de cómo mandarlo todo a la mierda y triunfar en la independencia y la autogestión. El libro tiene su complemento musical, el disco doble “Blinking Lights And Other Revelations”. El libro esconde referencias a amigos compositores tales como Tom Waits, Elliot Smith, Bob Dylan y un largo etcétera de grandes músicos.
A mi entender, una de las mejores autobiografías que he leído.

lunes, octubre 04, 2010

En el ángulo muerto Vol. 73




Desesperación

Cuando volví a mi catre comencé a reparar en las consecuencias de mi acto. Realmente no sentía ningún tipo de empatía para con mi víctima, se trataba de una cuestión que estaba más allá de la simple compasión, era algo referente a mi supervivencia y eso estaba por encima de cualquier otra consideración. Sin embargo, me había dejado llevar. Mis manos y ropas se habían manchado de la sangre del pobre borracho al que había apuñalado, me había convertido sin pretenderlo en carne de cañón y probablemente al día siguiente sería pasto de los peces. Consideré otra salida para la encerrona en la que yo mismo me había metido y, aprovechando la seguridad que me ofrecía la noche, me deslicé hacía la cubierta esperando que se me ocurriese alguna solución. La luna estaba en estado creciente y prácticamente no tenía luminosidad, fui reptando entre las maromas y el velamen preparado para ser utilizado en cuanto volviese a soplar el viento, saqué mi cuchillo y escuché atentamente para comprobar dónde se encontraba la guardia de la noche. No se oía absolutamente nada, únicamente el crujir de las traviesas y las maderas al ser golpeadas por el escaso oleaje. Continué ocultándome avanzando hacia donde solía situarse la vigilancia, me escondí tras uno de los barriles llenos de brea y observé atento con mis ojos ya acostumbrados a la penumbra. A lo lejos, apoyado en un improvisado respaldo formado por tablones, estaba uno de los jóvenes marineros a los que les tocaba la guardia. Para llegar hasta él tenía que atravesar una zona sin ningún posible resguardo, me arrastré sobre mis codos y, con gran esfuerzo, llegué a su altura. Estaba completamente dormido, quizás algo borracho y llevaba sujeto un candil sin llama. Le observé unos instantes, meditando sobre qué hacer cuando repentinamente abrió los ojos y su expresión mudó del terror a la sorpresa en un instante imperceptible. Mi mano se lanzó, empuñando el arma, contra su pecho. No es que fuese algo meditado, fue un golpe instintivo al que no pude resistirme. Un gruñido ahogado salió de su garganta, intentó gritar pero le tapé la boca con mi mano libre mientras hundía una y otra vez la hoja hasta la empuñadura. En pocos segundos acabó todo, arrastré el cadáver hasta la borda y lo tiré al océano oscuro. El cuerpo se hundió sin dejar rastro y volví sobre mis pasos para recuperar la lámpara que el marinero portaba consigo.
No tenía claro el turno de guardia, si eran varios los que tenían adjudicada la vigilancia nocturna o si había acabado con todos los marineros que estuviesen despiertos. Preferí no arriesgarme más y bajé a la bodega, recargué mi cantimplora con las escasas reservas de agua con las que todavía contábamos y conseguí algo de alimento del que se reservaba para repartir a diario. Decidí esconderme entre la carga clandestina que llevábamos bajo el puente, por suerte el portón no tenía ningún tipo de cerradura especial y pude entrar sin complicaciones. Me embadurné con los restos de hollín del farol y oculté mi tono pálido para que no resaltara en la oscuridad, encendí la llama y entré por primera vez entre aquellos hombres y mujeres que me miraban con su dentadura y ojos increíblemente blancos. Algunos estaban desnutridos pero, en líneas generales, parecían estar en mejor estado del que hubiese esperado. Me observaban recelosos, sin saber qué me proponía, hice un gesto para que guardasen silencio y me fui hasta el fondo de la bodega. Eran verdaderamente dóciles, parecidos al ganado adocenado a base de maltratos y una férrea disciplina, por ese motivo no me fue difícil utilizar a algunos de ellos como parapeto para intentar evitar ser descubierto. Me deshice de mis ropas y tinte de un tono oscuro mi torso, probablemente no sería descubierto y podría pasar varios días desapercibido hasta que llegásemos a tierra. Con un poco de suerte la tripulación podría considerar que mi desaparición había sido consecuencia de los extraños acontecimientos que se habían producido durante la noche. No tenía respuesta, sólo me quedaba esperar y confiar en que la fortuna no me abandonase.

Nacho Valdés