miércoles, abril 29, 2009

Confesiones del Comandante Stratocaster Vol. 26

La Transición

Sí, realmente es difícil decir algo sobre la Transición que no se haya dicho ya, o que no se haya convertido en tópico o en serie de Televisión y perdón por la redundancia. Pero para quienes lo vivimos y además en una edad en la que más o menos ya habíamos superado “el uso de la razón” y el cinismo aún no se había instalado en nuestros corazones, nada de lo que se diga se aproximará a lo vivido.

Hay una canción, ya olvidada, que todavía hoy suscribo, y por eso la traigo aquí. Para variar, ni es extranjero, ni mis recuerdos van de amores/desamores adolescentes.

Ojo a la letra.

lunes, abril 27, 2009

En el ángulo muerto Vol. 12


Castigo (Round 1)

La campana sonó, fue el instante en el que Butch salió de la ensoñación en la que se encontraba. Siempre que combatía tenía unos instantes en los que se evadía de la realidad, en los que su mente se quedaba en blanco y se dejaba llevar como un cordero al matadero. Joey le dio una bofetada. – Espabila. – Le espetó. El boxeador miró asustado a su alrededor, durante unos instantes no sabía dónde se encontraba, sus ojos buscaban los de su preparador implorando ayuda. Sin embargo, el fuego y la furia que albergaba en su interior volvieron trasmutando su cara en la de un guerrero herido y demacrado. En el ring una joven en bikini mostraba el cártel que anunciaba el primer asalto, el público, en su mayor parte masculino aullaba y vociferaba mientras la rubia bamboleaba sus caderas y provocaba con sus miradas. Joey le metió el protector en la boca y le dio el último toque de vaselina en la cara, el combate había comenzado.

- Es grande el muy cabrón, está en forma. Veremos de qué pasta está hecho. – Pensó Butch mientras se acercaba al centro del cuadrilátero. El árbitro les dirigió las típicas palabras referentes al juego limpio, mientras el contrincante atravesaba a Butch con la mirada.
- Es joven, seguro que es ambicioso y quiere ir rápido a por el combate. Dejaré que se desgaste y aguantaré su embestida.- La mente del veterano no podía dejar de hacer cábalas, había conseguido desarrollar esa capacidad tras años de luchas.
El adversario comenzó a bailar en torno a Butch, se movía con agilidad, con ligereza, levantando imperceptiblemente los pies del suelo. El boxeador, sin embargo, había quedado prácticamente estático en el centro, rotaba sobre sí mismo alzando los puños para protegerse de los puñetazos que comenzaron a llover. La diferencia entre ambos era patente, Butch pasado de peso, blanco y con la cara atravesada de mil cicatrices; el otro, negro, en forma y con un cuerpo perfecto, con el ímpetu de la juventud y con ganas de terminar lo antes posible con lo que tenía delante. Únicamente se dedicaba a defender mientras le caían golpes de todos los lados, lanzaba algún jab para mantener a su rival a distancia, ninguno de los puñetazos que le lanzaban hacían mella, buscaba el desgaste del contrario y el momento justo para lanzar el contraataque. El público comenzaba a impacientarse, se escuchaba algún abucheo ante la falta de tensión, esto lanzó al negro contra Butch. Con toda su energía descargó una ráfaga de puños pesados que lanzaron al luchador contra las cuerdas. Uno, dos, tres, decenas de golpes impactaban en su cuerpo; uno, dos, uno, dos, su cuerpo parecía un saco que servía de entrenamiento, mantenía la defensa firme pero tenía las costillas muy castigadas, sus dorsales comenzaban a acusar el castigo y habían enrojecido. Uno, dos, el tercer golpe le dejó sin aire, había logrado vaciarle los pulmones, bajó la guardia y un directo impactó en su frente. Se dejó caer sobre la lona, sabía que era el momento de descansar unos segundos.
- Quédate quieto. No te muevas y acaba con esto. – Joey se había puesto al límite del ring y mirándole a los ojos le daba instrucciones para que terminase con el combate. Butch le miraba sin hacer ningún gesto sólo escuchaba la cuenta: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… se levantó a falta de tres segundos. El árbitro le cogió los guantes y le miró las pupilas para comprobar que podía seguir, asintió con la cabeza y se reanudó el combate.
- Se me está hinchando la ceja, tengo que protegerme el ojo izquierdo. – Era capaz de planificar el combate mientras el otro luchador se lanzaba a tumba abierta contra él, volvió a descargar sus guantes duros como rocas sobre su cuerpo. Intentaba abrirse camino hacia su cabeza, las prisas le llevaban a buscar el camino más rápido para tumbarle.
- Es el momento. – Intuía, tras años de experiencia, que era el punto del combate, justo al final del primer round, en el que debía contrarrestar lo que se le había venido encima.
Butch bajó la guardia un instante, el negro picó el anzuelo y lanzó un directo sobre su cara, esquivó el golpe haciendo una torsión de cintura y dejando a su contrincante sin defensa. Aprovechó la postura en la que se había quedado para lanzar un crochet que aterrizó en el lateral de la cara del contrario, éste trastabilló perdiendo el equilibrio, Butch lanzó un directo con la diestra que destrozó la nariz del negro. Cayó contra las cuerdas, rebotando y volviendo contra el veterano boxeador, éste lanzó una ráfaga contra su cuerpo y el negro se abrazó a Butch para evitar un destrozo mayor. El público rugía, querían ver como se aniquilaban, como se jugaban la vida frente a viejos sebosos ocultos bajo la nube de humo de sus enormes puros. Ambos estaban agotados, bailaban agarrados como una vieja pareja esperando el final del último compás. El árbitro les separó, volvieron a alejarse. El negro esperó, algo había cambiado en su mirada, había miedo, el arrojo inicial comenzaba a ser sepultado por la precaución. Butch le escudriñaba, sangraba por la ceja, tenía los costados enrojecidos y el cuerpo triturado pero le había lanzado un mensaje claro: vendería cara su derrota.
Sonó la campana, el primer asalto había terminado, cada uno volvió a su esquina y se sentaron sobre sus banquetas observándose con detenimiento. El combate acababa de comenzar y tenían claro que iba a ser uno de los más difíciles que habían disputado, habían derramado su sangre y sabían que teñirían la noche de rojo.

Nacho Valdés.

miércoles, abril 22, 2009

Confesiones del Comandante Stratocaster

Hare Krishna

Cuando oigo otra vez “My sweet Lord” hay varios recuerdos que parecen disputarse el espacio simultáneamente. El primero tiene que ver con George Harrison, porque esta canción fue su primer éxito en solitario una vez disueltos los Beatles. El segundo recuerdo tiene que ver con la canción en sí misma, los acordes que hacen de introducción y mi pelea para conseguir que una guitarra reconstruida a base de contrachapado sonara parecido (eso es otra historia).

Pero el tercero y definitivo, es que justo en aquella época, invierno por más señas, la moda femenina alcanzó uno de sus hitos más impactantes: mini shorts con botas altas y abrigo largo.

Creo que se me queda muy pequeño este espacio para describir como funcionaba aquella combinación. Solo puedo decir que, dado que la moda es cíclica, mi esperanza es que algún día vuelva.

Entretanto, sigamos con los acordes: Fa sostenido menor, Sí Mayor (x4), Mi mayor, Do sostenido menor, …..

Ya a la venta "Ashes of American Flags"


Pues eso, que el DVD sobre el que he estado dando la brasa estas últimas semanas, está ya a la venta.
Estaría bien hacer una quedada para verlo. Si alguien se apunta lo pongo en marcha.

Especial AC en EfeEme

Durante todo el mes de Abril la revista Efeeme tiene como protagonista a Andrés Calamaro. Aprovechando la publicación de la antología han realizado una profunda entrevista con El Salmón y varias cosas más relacionadas con el mundo Calamaro.

Aquí os pongo los enlaces por si alguien está interesado.

Entrevista una decada de intensidad.

Desmenuzando la antología.

Los compañeros de viaje.

domingo, abril 19, 2009

En el Backstage


Tragedia

Un héroe trágico desembarcó en Valencia, con su melena ondeando venció a su destino fatal y consiguió conquistar la ciudad y sus habitantes. Como armas sólo su melodía y su voz susurrante; como tropa, unos fieles mercenarios de la música que secundaban con altura la misión que les había sido encomendada. Nacho Vegas había llegado, algunos afortunados nos poníamos a sus pies en la Sala Mirror, nos rendimos sin condición en cuanto sonaron los primeros compases.

Con un pitillo en sus labios, con el humo envolviéndole formando una especie de aura se presentó Nacho tras hacernos esperar casi media hora. Por supuesto no se disculpó, ni tan siquiera saludó, simplemente se puso a hacer lo que mejor sabe: tocar. La presencia de este artista resultó arrolladora, no necesitó decir nada, sólo plantarse en el escenario y desgranar su lírica. Curiosamente, para lo que suele ser la sala y para la capacidad de Vegas, la voz sonó envolvente, cálida y en alguna ocasión incluso rotunda. Al mando de su banda, rasgando su guitarra acústica, nos dirigió a donde deseaba, al pasado, la melancolía, al terreno de los amores olvidados, de las noches eternas y de la juventud perdida. Parapetado tras su pelo y una presencia que por si sola llenaba el escenario, descargó hora y media de concierto que pasó como un suspiro. Nos entregó su corazón en una nube de humo, letras eternas que transcurrían como una película en la que nos vimos inmersos sin remisión.

En el terreno musical el conjunto sonó completo y seguro, en ningún momento titubearon ni dejaron campo a la duda. Nacho estaba al frente y nada había quedado al azar, todos encajaban sin altibajos, mecían la sala a golpe de talento y calidad. Destacaba el guitarra que escudó en todo momento al asturiano, reservándose en algunos instantes cierto protagonismo justificado por su calidad a las seis cuerdas. Este segundo que no quería ser primero otorgó el punto eléctrico que acercó la literatura de Vegas a todos los que estábamos expectantes y a la espera de otra estrofa que nos provocase un escalofrío. Otra curiosidad fue la guitarra hawaiana que daba el toque folk necesario para llevarnos hasta la épica. En su enorme generosidad Nacho brindó un espacio para que Manolo Tarancón le acompañase en uno de los temas, éste desaprovechó la oportunidad regalada y su voz naufragó estrepitosamente en el vendaval que había levantado Vegas. Con todo hay que reconocerle las agallas para subirse al escenario junto a un gigante como Nacho.

Para alguien como yo, prácticamente virgen en el terreno de este artista, el recital fue todo un descubrimiento que me conectó con viejos tiempos y me abrió la puerta para idolatrar a este héroe trágico que se enfrenta con sus demonios cada vez que coge la guitarra y susurra su poesía. Quedé extasiado por su presencia, por su forma de manejarse, por su falta de consideración y por la gratitud con la que se entregó sin remisión al público que le aclamaba. Sólo puedo recomendar a todos los que tengan la oportunidad de verle que no dejen pasar la ocasión, no saldrán defraudados y disfrutarán de la añoranza y la composición de Nacho. Al final, como no podía ser de otra manera se fue, no se despidió, sólo escupió otro cigarro y vimos como su estampa melenuda se escapaba por la puerta de atrás.
Estaremos esperando tu regreso. Hasta siempre.

Nacho Valdés

Vida (Vol. 2)

Yo soy mis pies hundidos en la playa de Oliva aprendiendo a nadar de la mano de mi madre. Todavía mi memoria camina por noches de luna llena en la calle Virgen del mar.
Estaba enamorado de mi vecina francesa, leía comics de superhéroes extraordinarios, dormía en una litera, mirando de reojo un armario empotrado que escondía todos mis miedos. La ciencia ficción es un salvavidas a los 12 años.
Mis hermanos se escapan por las noches tentando a la suerte al saltar del balcón de casa la escalera. Yo, por mi parte, jugaba a contar los coches que faltaban para que llegara mi padre de trabajar. Nunca acertaba, pero esa tarea era para mi tan importante como cualquier otra. Sin ella el día no podía continuar con normalidad.
Mi padre me insistía en que le acompañase a pescar pero yo no las tenía todas conmigo. Sabía, gracias a mis tebeos, todo lo que ocultaba el mar bajo su manto.
Todo eso se me olvidaba cuando después de navegar almorzábamos juntos en el puerto
- Sergio, pide lo que quieras. – Me decía siempre.
- Y yo pensaba “¿estarán los macarrones de mi madre en el menú?
También estaba mi abuela. Siempre con la sensación de estar esperando algo. Acostumbrada ya a dormir sola, soñando con el pasado. La tengo presente. Podría decir que cuando se marchó una llave cerró con candado mi infancia para siempre. Todos mis abuelos se fueron sin tener yo conciencia de lo que pasaba. La vida les pasó por encima mientras yo empezaba a entenderla.
El tiempo se llevó también a mi perro Boy qué imitaba con sus ladridos el sonido de las ambulancias que pasaban por debajo de casa. Que devoraba las magdalenas como si la vida le fuera en ello. Todo eso se quedó allí. Como cada año el mes de Septiembre marcaba la vuelta a casa. El Colegio, las prisas, las malas notas, las gamberradas y los amigos de verdad eran los pilares de cada nuevo curso. Nunca me fue bien allí. A mi me interesaban otras cosas, qué carajo sabían todos esos profesores sobre tener el corazón roto o sobre escribir o sobre la soledad. Además, no hacían más que amenazarme con subir a hablar con mi padre y yo pensaba “genial, el sí sabrá lo que hay que hacer”.
Todos fuimos creciendo y cambiando a nuestra manera. Llegaron nuevos amores, nuevos amigos, los primeros acordes de una guitarra, el primer desengaño, 6 años de exilio en Madrid, mis hermanos enseñándome a comprar música en Oldies y Harmony, llegaron también sobrino y sobrinas, perros y gatos, un sueño nuevo, una chica para toda la vida.

Benditos veranos, os echo de menos.

jueves, abril 16, 2009

En el ángulo muerto Vol. 11


El túnel

- Soy el mejor, el puto amo. – Butch se repetía a gritos estas palabras frente al espejo rajado del vestuario.

Antes de entrar en combate le gustaba estar solo, luchando contra sus demonios. Vociferaba, golpeaba las paredes y las taquillas. Quería entrar en calor antes de ver a su adversario, antes de mirarle a los ojos y saber de qué pasta estaba hecho. El vendaje de las manos ya estaba blando, su experiencia le dictaba que era mejor tener algo de flexibilidad en los dedos, no convenía tenerlos rígidos dentro de los guantes.
- Tenemos que entrar. – Joey había asomado por la puerta, tras los años que habían pasado juntos prefería dejarle en solitario y esperar en el exterior del vestuario.
- Dame un segundo. – Respondió el boxeador mandando una última ráfaga de puñetazos al aire.
- Déjame que te ayude con los guantes.
- Vale, pero enciéndeme un cigarro. – El preparador sacó un pitillo del paquete que estaba sobre la camilla y tras acercar el mechero dio una profunda calada, después se lo puso Butch entre los labios.
- Sabes que antes de un combate no es lo mejor fumar. He visto al tipo al que tienes que enfrentarte esta noche y es un animal, vas a necesitar emplearte a fondo si quieres salir por tu propio pie de aquí.
- No te preocupes, seguro me las he visto peores. – Butch no dejaba de lanzar los puños mientras hablaba, el humo se le metía en los ojos pero no parecía inmutarse.
- No tengo la menor duda de lo que dices, pero tenías unos cuantos años menos.
- ¿Cuánto tiempo llevamos juntos?
- Pues no lo sé. ¿Más de treinta años?
- Entonces ya sabes lo que tienes que hacer. Cállate la boca y no me sermonees. Si yo soy viejo, tú lo eres más, así que ayúdame y cierra el pico.
- Si no fuésemos amigos te partiría la nariz. Acércame las manos.

Butch estiró las manos vendadas, el preparador comenzó a calzar los guantes de boxeo. Al final del proceso los puños parecían unos bloques compactos, como piedras que iban a ser lanzadas a la cara de otro hombre. El púgil escupió el cigarro. A la luz de la única bombilla de la habitación parecía un guerrero caduco, una vieja sombra de lo que había sido. Todo el conjunto; el desvencijado mobiliario, las paredes con manchas y los dos compañeros daban una sensación de caducidad y abandono, algo así como un mueble viejo tirado en la calle esperando que alguien lo recoja para darle una nueva vida.
- ¿Me podrías hacer otro favor?
- ¿Qué quieres ahora? – Respondió el preparador a sabiendas que haría cualquier cosa que le pidiese.
- ¿Sabes que este es nuestro último combate?
- Desde luego, qué es lo que pretendes decirme.
- ¿Sabes que después de esta noche no volveremos a vernos?
- ¿Por qué?
- Constanza. – Joey bajó la vista comprendiendo perfectamente lo que quería decirle.
- Quiero que cojas todo lo que saques con la apuesta…
- ¿Y si pierdes? – Interrumpió Joey.
- No voy a perder.
- Tú no has visto lo que te espera esta noche. Sé que le va a costar, pero va a hacerte puré.
- Menuda mierda de preparador estás hecho, así es como me ayudas a ganar mis combates.
- Hace mucho que nos conocemos y sé de lo que eres capaz, y lo que tienes por delante no vas a poder de superarlo. ¿por qué no haces lo que te ha pedido Constanza?
- Ya es demasiado tarde, he apostado todo lo que tenía por mí.
- Eres un imbécil. – Respondió el preparador con resignación.
- Lo que quiero es que cuando gane el combate vayas corriendo a cobrar todo el dinero que tienen que darte. Después quiero que cojas lo que te debo y lo que consideres por justicia que te corresponde y, después, quiero que le lleves a Laurie todo lo que sobre.
- Eso está hecho. Pero te pongo una condición. Si como creo ese tipo te destroza, tiro la toalla y acabo con la carnicería que se avecina.
- Trato hecho. Si a alguien va a hacerle falta parar el combate va a ser al pobre diablo que se me va a poner por delante.

Butch saltó de la camilla y se dedicó una última mirada en el espejo. Su reflejo le devolvió una cara destrozada, plagada de cicatrices, con la nariz aplastada y los ojos enrojecidos. Estaba eufórico, siempre le pasaba antes de salir por el túnel que llevaba hasta el ring. Lanzó unos últimos puñetazos antes de salir, cuando atravesó la puerta ya podía oír la música que antecedía desde hacía años a su aparición. Dio un grito desgarrado y con el gesto furioso hizo una seña para que le colocasen la capucha del albornoz, el pasillo oscuro terminaba en un resplandor plagado por los gritos del público y por la sed de sangre de todos los que se encontraban en el pabellón. Buth bajó la vista y se dirigió hacia ellos, quería darles lo que habían ido a buscar esa noche.

Nacho Valdés

jueves, abril 09, 2009

Confesiones del Comandante Stratocaster Vol. 24

El rio

Ella tenía los ojos verdes, profundos y misteriosos como las promesas que nunca nos llegamos a hacer. No estábamos en un río, pero sí cerca del agua del Mediterráneo y con ella aprendí que “you are my sunshine” era una cosa bonita que podías decir incluso a una andaluza de Jerez de la Frontera.

La música de fondo era “El Rio” de Miguel Rios , valga la redundancia, pero ahora, unos 40 años más tarde compruebo que esa canción es una solemne gilipollez. ¿Qué coño es eso de “el amor que nació de los dos” ó “yo secaba tus manos, tú mirabas una flor”?. Por favor.

Pero no por eso voy a renunciar a su recuerdo. A la sensación cuando supe que si me dirigía a ella me iba a hacer caso… porque esas cosas se saben antes.

Lamento que “El Rio” no haya soportado tantos años. Mis recuerdos siguen bastante intactos.


miércoles, abril 08, 2009

Nueva York sin Queso (Soledad)

El local estaba repleto de humo. Los que allí existían habían venido a beber y a follar. Unos lo hacían por tratar de coronar una semana terrible, otros simplemente por inercia; dejaban anclada allí su tristeza y se convertían en cadáveres echados a un mismo rio. Todos conocíamos aquel lugar como la Casa Azul, pues era el único sitio de la ciudad dónde podías subir al cielo y hablar con Dios; las iglesias no estaban hechas para nosotros, o al menos no para nuestros horarios. En el piso superior quedaban las habitaciones privadas y las curas de alma. Ese era el auténtico purgatorio.
Por encima de todo sobresalía Soledad. Después de eso, lo demás dejaba de importante. Decían de ella que había nacido la noche de la gran tormenta y que por eso en sus ojos negros parecía dibujarse la figura de un lejano rayo verde. Sus piernas eran una larga carretera secundaria que cruzaba el planeta de lado a lado arrastrando con ella cualquier cosa que un hombre pudiese desear. Había venido al mundo a oscuras y todavía nadie había conseguido prender su luz de nuevo. Sin embargo, todo cambió el día que conoció a Dinamita.
Él venía de arrebatar el título a Sugar Ray después de un combate antológico, aunque al verle allí parado, mirando los ojos de Soledad cualquiera lo hubiese dicho. En realidad, se asemejaba más a un niño saliendo del jardín de infancia buscando una mano familiar que a un tipo que
acaba de hacer llorar a un hombre de 120 kilos.
Esa noche lo vi claro, ella sería la única que conseguiría noquear al campeón y, por supuesto, no le haría falta ni un solo golpe.

martes, abril 07, 2009

lunes, abril 06, 2009

En el ángulo muerto Vol. 10


Fin del camino

Consideraba que lo había hecho bien, en su historial no tenía más que dos derrotas y siempre había sido apreciado dentro y fuera del cuadrilátero. El problema le había llegado con la edad, no es que estuviese sonado ni nada por el estilo, aunque a sus cuarenta y tres años ya no podía pelear contra los jovenzuelos sedientos de gloria que querían arrebatarle lo único que le quedaba: el orgullo. Su cara estaba esculpida por mil golpes encajados; una nariz aplastada, unos nudillos deformes y cientos de dolores pequeños era el patrimonio que le quedaba tras una vida dedicada a lo único que sabía hacer.
Llamaron a la puerta del desvencijado vestuario, se incorporó y apagó el cigarro que tenía entre los labios. Al quedar sentado sobre la camilla su tripa se deformó dejando patente lo lejos que estaba de su mejor forma. Aún con todo le daba igual, el músculo había sido sustituido por la experiencia. – Adelante.- Una cabeza asomó por la rendija que se había abierto, era su viejo preparador. – Es el señor Constanza, ¿le digo que pase? – Butch asintió con la cabeza. Un hombre de unos sesenta años, calvo, bien vestido y con gafas de pasta entró en la habitación. La fragancia que utilizaba eclipsó cualquier otro olor que hubiese antes de su presencia, tras él se quedó un tipo joven y con cara de pocos amigos.
- ¿Qué pasa amigo? ¿Cómo llevas la preparación del combate? Butch se encendió un cigarro y abrió una lata de cerveza.
- Te veo muy tranquilo para ser tu última noche. La cara del luchador, a pesar de intentar disimular, mostró sorpresa por las palabras pronunciadas.
- ¿No quieres hablar?
- La verdad es que no. Como bien ha dicho estoy preparándome para el combate, salgo en menos de quince minutos.
- A mí me parece que lo único que estás haciendo es embruteciéndote. Mírate, no te da vergüenza salir al ring con esa pinta. - Butch dio un profundo sorbo a la cerveza.
- ¿Y a usted no le da vergüenza venir a pasearse por aquí a molestarme?
- No te pases hijo. Yo no soy uno de esos estúpidos que te admiran y te guardan, no sé porqué, cierto respeto. Si a mí me sale de los cojones podrías desaparecer.
- ¿Qué es lo que quiere? No puedo romper mi concentración.
- Guárdate las ironías para quién te las aguante, iré al grano. Mira hijo, ahí fuera te está esperando una mala bestia. Un puto negro joven, rápido y fuerte. Te va a hacer mierda.
- ¿Y a usted que coño le importa? – El tipo que estaba tras Constanza hizo ademán de echarse sobre Butch, éste ni se inmutó.
- Tranquilo. – Le dijo al guardaespaldas. – Lo que quiero es hacerte una oferta.
- Hable.
- Después de esto te vas a pudrir en algún gimnasio de mala muerte, probablemente mueras en alguna pelea de bar o por la puta cantidad de alcohol que te metes para el cuerpo.
- Repito. ¿Y a usted que le importa?
- Pues me importa en el sentido de que todos podríamos salir beneficiados.
- ¿Cómo es eso posible?
- Tú te tiras en el tercer asalto y a cambio te llevas esto. – Constanza tiró con desprecio un sobre repleto de billetes sobre la camilla donde estaba Butch.
- ¿De cuánto estamos hablando? – Dijo el boxeador sin mostrar ninguna emoción.
- Más de lo podrás ganar en lo que te queda de vida.
- Pues entonces está hecho.
- Tercer asalto, no lo olvides. Ya sabes como hacerlo, no quiero ninguna gilipollez.
- No se preocupe.
- Sabía que nos entenderíamos. No hagas el tonto, ya celebraremos tu retirada.
- Cuente con ello.

Constanza salió por la puerta, el matón dedicó a Butch una mirada de odio. Éste llamó a su preparador.
- ¿Qué ha pasado Buth? ¿Qué quería ese cerdo?
- Nada importante, no te preocupes. ¿Podrías hacerme un favor?
- Lo que quieras, ¿de qué se trata?
- ¿Han cerrado las apuestas?
- Todavía no.
- Pues apuesta todo esto por mí.
- ¿Cuánto es?
- Más de lo que podría ganar en lo que me queda de vida.

Nacho Valdés

El Viaje (6ª Parada y Fin de la Primera Parte)

Hola amigas. Dado que ésta semana comenzamos las fiestas de Pascua, he decidido adelantar algunas secciones para que nos vayamos a descansar con otra cara. Durante el parón siempre es más complejo mantener actualizado el blog, asi que por ello cierro la primera parte de "El Viaje" con un adelanto del DVD de Wilco en directo. El tema se llama "Monday" y está incluído en el segundo LP oficial de la banda.

jueves, abril 02, 2009

Confesiones del Comandante Stratocaster Vol. 23

El Rodri

Era un misterio, las cosas que conseguía hacer con la bola y los flipper no estaban al alcance de un humano. Claro que se pasaba media vida en los billares, dale y dale que te pego, jugando toda una tarde con cinco duros y dejando de vez en cuando que jugáramos los gorrones.

-Rodri, ¿si haces esta partida me la pasas?

-¡Joder siempre estamos igual!, ¡sois unos chupones!

El Rodrí se hacía rogar, pero al final siempre te acababa dejando jugar una partida o dos. Pero sólo cuando había conseguido cuatro o más, porque si no le dejabas a cero y se le acababa el chollo.

Algunos otros preferían gastar los cinco duros en la máquina de discos y todos podíamos volver a oir una vez más… al Tigre.