lunes, marzo 29, 2010

En el ángulo muerto Vol. 53


Espera

Los días pasaban lentamente, con el único entretenimiento de comer, ver la televisión o distraerse con las ridículas actividades que los monitores nos preparaban. Algunos, incluso, esperaban con ansiedad el domingo para que el párroco local diese la misa. Éste sí que era uno de los acontecimientos cumbre. Yo prefería la vida solitaria o bien la lectura en mi habitación o en el salón de juegos, tenía algunos allegados, incluso me llevaba bien con la mayoría, pero la verdad es que todos tenían esas manías de viejo que tanto me irritan. A la única locura en la que me he visto arrastrado es en la de temer la muerte, a mi edad eso puede suceder en cualquier instante; la parca no avisa a nadie.
Nos habían prohibido acercarnos a su habitación, en la residencia eso era una mala señal y, peor aún, si no lo trasladaban al hospital. Cuando sucedía esto sabíamos que el triste final estaba por llegar, que un compañero no tardaría en irse. Estos acontecimientos me ponen en un estado de nervios increíble, no soy capaz de dormir, ni de concentrarme. En esta ocasión se trataba de algo más grave, no era únicamente la presencia de la muerte, cosa más o menos habitual, si no el hecho de que el tránsito estaba destinado en esta ocasión para un amigo. Desde que comprobé que no había asistido al desayuno, moví mi maltrecho cuerpo por todo el centro en busca de una explicación, todo fueron excusas y cuentos, aunque la verdad era evidente. Dicen que no permiten visitas por la salud del enfermo, la realidad es que la defunción supone un hecho cotidiano que provoca el descontrol de los viejos y esto debe suponer un problema para los celadores, enfermeros y responsables de la residencia. Seguro que si nos dejasen asistir a este tipo de acontecimientos acabaríamos con las reservas de tranquilizantes y sedantes con los que cuentan.
Comí triste y sólo, pasé la tarde intentando leer algo y por la noche intenté el asalto a su habitación. Por supuesto me denegaron el acceso, me daba igual pues sabía que era algo previsible. Decidí que sería inevitable el hecho de despedirme del que había sido mi amigo, compañero y confidente los últimos tres años. Era algo valioso el tener alguien con quien hablar, alguien inteligente al que no se le ha ido la cabeza. Por estos motivos me sentía en la obligación de ayudarle en este paso trascendental que iba a dar.
Lo mejor era esperar, olvidarme de todo hasta que los pasillos estuviesen vacíos y pudiese pasear a mis anchas. Ya lo había hecho en otras ocasiones y casi nunca me había encontrado con nadie, supongo que los empleados utilizan la noche y la oscuridad para entregarse a sus pasiones ocultas. Cuando supe que nadie estaba alerta, abrí con suavidad la puerta, miré a ambos lados y salí en pijama en dirección a la habitación de mi compañero. El pasillo, enorme y desangelado, sólo estaba iluminado por las luces de emergencia y la luminosidad de las farolas que entraba desde la calle. Daba la impresión de estar en un lugar olvidado y abonado para la desaparición. Seguí al encuentro del viejo que agonizaba, la puerta de su cuarto estaba entreabierta, nadie vigilaba.
Cuando entré la penumbra no me permitió distinguir bien que el bulto de la cama era mi compañero, en un primer momento pensé que ya se había ido, que me había dejado. Lentamente me acerqué, mis vetustas articulaciones crujían a cada paso que daba, con miedo me asomé a su cara. Abrió los ojos de repente, no dijo nada, sólo dio una bocanada difícil para intentar hablarme. Su mirada denotaba agradecimiento, maldije al que le estaba dejando morir sólo y abandonado. Considero que ni un animal se merece un final así. Me senté a su lado y cogí su mano para auxiliarle, su expresión era la de un hombre aterrorizado y en soledad, alguien que estoy seguro tuvo una vida plena y llegó a lo más alto. Ahora estaba conmigo, con un anciano que intentaba inútilmente consolarle. Extrañamente yo no tenía miedo, todo el temor de la habitación estaba concentrado en el nonagenario que agonizaba frente a mí. No sé cuánto tiempo pasamos juntos, pero su respiración se fue agitando hasta que repentinamente cesó. Su vista se apagó, quedó fijada en un punto indeterminado, la inteligencia que en sus ojos brillaba desapareció en un instante. Le besé en la frente y me fui sin hacer ruido.

Nacho Valdés

martes, marzo 23, 2010

A day in the life






Varias cosas :

- Hoy cumple años el magnífico Franco Batiatto. Creador incandescente y genio generacional. Batiatto ha tocado todos los palos que existen y siempre lo ha hecho con respeto y elegancia.
Un brindis por él.

- El Ayuntamiento de Madrid ha querido celebrar el centenario de la Gran Vía juntando a los intrascendentes The Cabriolets con el gran Ariel Rot.
El resultado es la reinterpretación del chotis Madrid que compuso el mexicano Agustín Lara. Además se ha rodado un videoclip. Para el que no lo sepa, The Cabriolets es la banda liderada por la insoportable Bimba Bosé. Nuestras condolencias a Mister Rot por tener que compartir su elegancia con semejante aluvión de mierda. Aquí podéis ver el making of del anuncio.

- Diego A. Manrique escribe hoy en El País acerca de la atrayente figura de Charlie Gillett. Desaparecido el pasado jueves; fue antes que nada una enciclopedia musical con patas.

- Mister Bob Dylan cambió en el año 65 la historia de la música pop y lo hizo vomitando "Like a Rolling Stone" ante una muchedumbre Folkie asustada. Ese cambio musical queda retratado por el crítico cultural Geil Marcus en el libro Like a rolling stone: Bob Dylan en la encrucijada. Desde aquí os podéis descargar el capítulo publicado en Babelia este sábado.

lunes, marzo 22, 2010

En el ángulo muerto Vol. 52


Incomunicación

- ¡Abuelo! ¡Abuelo! – La niña atravesó el pasillo a toda velocidad y se lanzó sobre el regazo del anciano que descansaba en la silla de ruedas.
- Quítate de encima, no ves que le haces daño. Además, tú ya tienes abuelos, éste es tu bisabuelo.
- Pero a mí me gusta llamarle abuelito.
- No ves que no se entera de nada. Anda ve a jugar con tus primos. – La mujer se acercó a su cuñada que estaba en el salón. – La verdad es que no lo soporto, no sé cómo es que le tiene tanto cariño. Si es casi un vegetal.-
- Bueno, cuando ella era niña todavía podía valerse por sí mismo y la verdad es que era bastante cariñoso. Quizás se acuerde.-
- No es posible, era demasiado pequeña. En fin, a mí me pone enferma lo de que se pase todo el día babeando y tosiendo. – El anciano emitió un leve gruñido e intentó mover la cabeza.- ¿Tú crees que se entera de algo?
- La verdad es que no tengo ni idea, desde que lo conozco lo único que hace es cagar, mear y comer. Yo reconozco que no me acerco a él demasiado, me da no sé qué.
- A mí es lo que me pasa con la niña, si no fuese por Juan yo ya le hubiese metido en algún centro para que se ocupasen de él.
- Sería lo mejor para todos.
- Lo voy acercar a la ventana, que le de un poco el sol. Supongo que le sentará bien, ¿no?
- No tengo ni idea de viejos, igual es parecido a una planta y le da vitalidad el hecho de recibir luz.- Ambas rieron de la ocurrencia e intentaron mover la silla.
-Esta maldita silla no se mueve.
-Déjame a mí. – El nonagenario hombre se oscilaba como un muñeco al son de los empujones, su cabeza se movía sin criterio.
- Sujétale la cabeza que vamos a acabar teniendo una desgracia.
- Sujétasela tú, que a mí me da grima.
-Quita de en medio.- Dijo una de las jóvenes bufando. – Intenta tú moverle.-
Volvieron a intentarlo pero las ruedas estaban totalmente trabadas, no rodaban en ninguna dirección. Una de las chicas se inclinó para ver qué podía hacer.
- Hostia, como huele.- Movió la cara con un gesto asqueado.- Este tío se ha cagado.
- Mira a ver qué es lo que pasa.- El viejo continuaba moviéndose al ritmo de los empujones.
- Pero que tontas somos, tenía el freno puesto.- Quitó la pestaña que accionaba las ruedas y volvieron a reír animadamente mientras ponían al hombre frente al ventanal.
- ¿No hace demasiado calor?
- Qué más da, lo máximo que puede pasar es que se muera.
- Pues tienes razón.- Las mujeres estallaron en carcajadas.
El anciano movió la cabeza muy lentamente y emitió un sonido casi inaudible.
- Parece que dice algo.- El ruido se intensificó y la mujer acercó la cabeza. -¿Quiere alguna cosa?
- Sí.- Respondió con un hilo de voz entrecortado.
- Creo que nos quiere decir algo. – Dijo la mujer a su cuñada.
- Acércate más.- Respondió la otra.
El hombre tragó saliva y respiró hondo, parecía infinitamente concentrado en el mensaje que quería emitir.
- Hijas de puta.- Es lo único que salió de su boca.

Nacho Valdés

A day in the life

Regresamos......

lunes, marzo 15, 2010

En el ángulo muerto Vol. 51


Repelente

¡Maldita sea! Ya está otra vez aquí, estoy seguro.
Echo un vistazo rápido antes de adentrarme en el garito, pero su fragancia me adelanta su presencia. Es increíble como se puede desarrollar una aversión a una persona, aunque en este caso creo que está justificado. Saludo al puerta, y entro con rapidez, no sea que me vea y me coja por banda como suele hacer. Todavía no la veo en la oscuridad del local, pero la siento cercana, incluso podría asegurar que en estos instantes está observándome desde algún lugar, entre las sombras.
Soy el primero en llegar. He vuelto a cometer el mismo error, estoy a descubierto. Espero estar acompañado lo antes posible, en caso contrario estaré perdido. Me hundo en una de las butacas en un intento por pasar desapercibido, la gente baila y charla a mi alrededor. Si esto sigue así acabaré por dejar de venir, no hay quien aguante a esta tipa. Dejo la cazadora reservando el sitio parece que, por el momento, estoy teniendo suerte. Me acerco a hurtadillas hasta la barra, tengo sed y quiero tomar algo. Ya sé que es una exposición inútil pero me veo obligado a hacerlo. ¡Mierda! Está acodada en el otro extremo y parece estar buscando a alguien, seguro que rastrea mi presencia. Me encojo detrás de un tipo corpulento, menos mal que la camarera sabe lo que bebo, no tengo que descubrirme demasiado para pedir.
Recojo el cubata y vuelvo a mi butaca, me refugio en la oscuridad y echo un vistazo fugaz a la zona donde se encontraba hacía unos instantes. Ya no está, estoy en peligro. La música suena alta, una canción de moda y la gente se empieza a moverse. Considero que será mejor mezclarme en la pista entre la multitud, seguro que así logro pasar desapercibido. Hago como que danzo con la copa en la mano, aparentando indiferencia, como si nada de lo que pasa a mi alrededor fuese conmigo. Enciendo un cigarro y echo una mirada disimulada a ver si está por las cercanías. Veo una tía interesante. Le sonrío y ella mira para otro lado. ¡Será guarra! No me doy por vencido, me acerco moviendo mi cuerpo de manera ridícula y la muy cabrona se parte de risa con sus amigas. Todavía no está todo perdido, intento presentarme pero la vista se me va a su escote. ¡Mierda! Estoy quedando como un completo imbécil. De todas formas parece que algo le intereso puesto que no se retira, se queda a la expectativa observando mi progresión. Vuelvo a intentar el acercamiento, con el cigarro ladeado y apariencia de tipo duro. Cuando estoy cerca de su oído la tía grita como si la estuviesen despellejando en vida, se agarra la oreja y me mira con odio profundo. Caigo en la cuenta de que la he achicharrado con la brasa de mi cigarro, la muchacha se acerca a sus compañeras y todas me miran de arriba abajo invitándome a dejar la zona. He perdido una buena oportunidad.
Vuelvo a mi butaca y tiro el cigarro avergonzado. Con el ajetreo se me olvida la persecución a la que estoy siendo sometido, vuelvo a mirar en todas direcciones pero no consigo verla. No puede ser, algo no me cuadra. ¿Será que se ha ido a casa? Respiro aliviado, pero algo me falta y mis amigos siguen sin venir. Decido dar una vuelta y buscarla, me siento extraño después de semanas de atosigamiento. La veo a lo lejos, entre el humo, la oscuridad y el gentío. Me acerco precavidamente mientras la música suena estridente. Ella lleva dos copas en la mano, me resulta extraño y al tiempo familiar. Me escudo disimuladamente tras un grupo de gente, observo desde la distancia como se acerca a un tipo solitario que está cercano a la barra. La coge por la cintura y le besa apasionadamente en los labios, ella se echa un poco hacia atrás pero no pone demasiados reparos. Estoy seguro de que se acaban de conocer. Algo en mi interior me dice que debería acercarme a ese pobre diablo y advertirle de a qué se enfrenta, en que situación puede derivar el que parece ser un simple escarceo de una noche. Igual, cuando ella vaya al baño o a pedir algo, debería ir rápidamente y revelarle el desquiciamiento que posee esa mujer. En un brote de sinceridad caigo en que no temo nada por ese desconocido, lo que realmente pasa es que estoy profundamente celoso. Vuelvo a mi sitio totalmente abatido, nunca pensé que llegaría a echarla de menos.

Nacho Valdés

jueves, marzo 11, 2010

Retratos (Vol. 9)

Ariadna tiene los ojos negros y ve el mundo a través de una pequeña lente. Toma fotos en parte de cuerpos, en parte de almas. Hay siluetas suyas repartidas por todo el planeta. Detiene el tiempo por un instante y nunca sabes qué será lo siguiente, un precipicio interior o un vuelo de cometa.

Ariadna es indescifrable y eso la hace única. Su piel es un mapa de coordenadas dibujadas en un viaje a ninguna parte.

A veces, pienso en ella como en un coche robado que recorre la ciudad saltándose los semáforos y esquivando las balas. Una figura que se desvanece según muere el siglo. Un diamante de los de antes.

Me la imagino cantando al lado del fuego en una playa japonesa desierta. Vestida, tal vez, únicamente con una guitarra rota y un par de cigarros. Algún día le pediré que llene todas mis partes imperfectas en una foto imposible.
Ari despierta en mí y yo duermo en ella.

Sus manos nunca descansan sino que esperan. Son la antesala donde permanecen las cosas frágiles. Eso que sólo vemos a través de una lente propia.
La libertad.

lunes, marzo 08, 2010

A day in the life

Hoy es el día mundial de la mujer...

En el ángulo muerto Vol. 50


En blanco

Las arañas observaban desde los rincones de la alcoba todos mis movimientos, mi deambular nervioso en busca de la musa que me permitiese volar. Estaba oscuro y hacía frío, quizás me faltase el amor, la pasión y la vida que me permitiese arrancar un puñado de emociones. Las vigas del techo se acercaban a mí, se convertían en la prisión de la que no podía escapar, esa maldita cubierta sobre cuatro paredes se cernía sobre mí dejándome sin aire. Me costaba respirar, me dolía la cabeza y estallaban los recuerdos que ya había olvidado intentando encontrar el camino para dejar atrás el blanco gigante que se levantaba frente a mí. Quizás fuese el disolvente, pero no era capaz de concentrarme.
Entraba un haz de luz bajo la rendija de la puerta de madera, el viejo portón apolillado que nunca se cerraba del todo, que permitía que mis ideas se escapasen y no volviesen. Porque las ideas vuelan y se van, por eso las encierro en lienzos enormes que después me persiguen en sueños. Éstas son las menos, la mayoría se va por los agujeros, por todos los lados. Entre las sábanas huyen despavoridas, quieren ser libres, pero yo las quiero cautivas. Las necesito para alimentar mi tremenda vanidad, sin ellas no soy nadie, son el fruto de mi esfuerzo y mi pasión pero quieren dejarme atrás. Empapo el trapo en disolvente, el olor penetra, con él tapo el resquicio de la entrada. Las ideas odian el disolvente, ninguna de ellas se marchará ocultando sus salidas. Las tengo atrapadas, puedo sentir como se refugian, como me esquivan y vuelan con las arañas que se esconden entre los escasos muebles.
Abro la botella, bebo y me quema hasta el alma. La mente bulle, ya la tengo, aunque en el último instante se escapa entre los dedos. Me siento confuso, extrañado, ¿dónde se habrá ido? Comienzo a mover todo, a tirar las pinturas, a arrastrar los muebles; no puede haberse ido demasiado lejos. Me desnudo y me sitúo en el centro del estudio, tengo que encontrar la salida por donde escapan. Me llegan las corrientes y tirito, tengo frío pero sé que están por ahí. Apago la pequeña lámpara de aceite y lo veo todo más claro. Entra luz, el techo está abierto y es bien sabido que la imaginación es más ligera que el humo, tiende a subir y no se frena. Pienso en la de imágenes que se habrán acumulado entre el andamiaje que soporta el revestimiento, años de exhalaciones que se han quedado estancadas esperando su turno para salir y no volver. Las capturaré.
Me pongo cualquier cosa y cojo la escalera, me subo y llego hasta el último peldaño, no hay manera de alcanzarlas, son esquivas. Bajo de un salto que provoca que se mueva todo mi ser, que una ola me recorra desde la cabeza a los pies. Se me ocurre algo pero asciende vertiginosamente, no puedo permitirlo más, cualquier día me quedaré seco. Echo un trago para intentar contenerme, para que mi mente no carbure a tanta velocidad. De repente se me ocurre, como un chispazo, como si de un reflejo se tratase mi situación se aclara gracias a las luces que salen de mi cabeza. Tiro la estantería y recojo los libros, construyo peldaños que van ascendiendo poco a poco, no es suficiente. Tomo todos los materiales que tengo a mi disposición y comienzo a acumularlos, pretendo tocar el cielo escurridizo del techo. La habitación se queda desnuda, el lienzo en blanco y la montaña de objetos que pretende llegar hasta la creatividad que se escurre por los imperceptibles orificios en los que no había llegado a reparar.
Comienzo el ascenso, todo se tambalea, decido bajar para fortalecer la estructura y terminar la botella que tanto me ayuda a soportar la indiferencia. Con fuerzas renovadas vuelvo a encaramarme, todo tiembla, oscila y se tambalea de forma peligrosa; me da exactamente igual, las estoy viendo, y tal como pensaba se han quedado atrapadas en las telas de araña. Prácticamente las puedo tocar, comienzo a distinguirlas, me estiro y mis falanges las rozan. Un esfuerzo más y ya estará solucionado. Me pongo de puntillas, me desestabilizo pero soy capaz de tomarla entre mis manos. Caigo con una mueca de felicidad, tiro a mi paso el lienzo y la sangre que brota de mi cabeza dibuja lo que no era capaz de expresar. Pienso que lo he conseguido, que ya tengo una obra póstuma. Después cierro los ojos y me dejo llevar por el arrullo del alcohol.

Nacho Valdés

jueves, marzo 04, 2010

Retratos Vol. 8

Las últimas estrellas del show lloran antes de cantar el Heartbreak hotel. A cierta hora, cuando nadie las ve, tienden a levantar el vuelo. Dibujan trayectorias estables hasta el fin de la noche. Después, desaparecen.
Las últimas estrellas del show sacan a puntapiés a los rezagados del sueño. Evitan que dejen sus pocas pertenencias sobre las sillas de madera. Esquivan la conexión con las postreras miradas. Encienden el fuego y se van de nuestras vidas.
Las últimas estrellas del show nacen en las calles donde todos los relojes se atrasan hartos de ser ignorados. Todo lo que tienen es un eterno mal día de rodaje.

Las últimas estrellan del show tienen nicotina en las venas. Cierran con besos las heridas ajenas. Inventan canciones para que nos matemos.

Las últimas estrellas del show dejan huellas de oro delante de la puerta de la suite nupcial, lanzan postales de lugares exóticos mientras bailan encima de los pianos. Que privilegio es verlas reir alrededor del campo de tiro, avanzando sobre las manos sucias del pecado.

¿Qué hay más mísero que un minuto sin ellas?

Es sencillo.

La respuesta eres tú

miércoles, marzo 03, 2010

En el Backstage Vol. 21


Jóvenes salvajes

Fuimos de los primeros en llegar, pocos eran los que respetaron el horario que supuestamente iba a seguir la actuación. La primera impresión, cuando llegamos a la sala XY de Aldaia, es que nos habíamos metido en la boca del lobo, que estábamos cavando nuestra propia tumba por asistir a un concierto. Lo primero que me vino a la cabeza fue la Teta enroscada de la película Abierto hasta el amanecer, los cuatro mataos que intentaban dar ambiente a la sala bien podían ser un grupo de no-muertos sedientos de sangre fresca. Superados los miedos y reticencias iniciales, descubrimos un buen garito de rock a pocos minutos de Valencia, aseado, con buen sonido, el tamaño justo y las condiciones necesarias para disfrutar de los Ilegales que en su gira de despedida recalaron el pasado viernes por Levante.
Poco a poco, parece que los moteros y viejos roqueros que poblaban el local estaban más espabilados que nosotros en cuanto al horario, el local se fue llenando y, con más de hora y media de retraso comenzó la actuación. Los músicos, con Jorge a la cabeza, salieron al escenario cargando con guitarras y bajo, no había ni un técnico, ni un ayudante, ni nada por el estilo. Se ve que no necesitan esa clase de polladas y, a pesar de llevar más de veinticinco años en la brecha, este asturiano sigue como el primer día, entregado a su público y sin hacer ningún tipo de concesión a las estupideces que suelen acompañar a los artistas consolidados.
El sonido era más que bueno y el ambiente, aunque no era de nuestro estilo, era correcto. Pocos eran los jóvenes y muchos los calvitos, las barriguitas y los cuerpos ajados por el paso del tiempo. Estaba claro que únicamente la vieja escuela había asistido al concierto, se puede decir, que éramos de los más juveniles de entre los asistentes. A pesar del retraso la cosa empezó potente y no paró en prácticamente dos horas y media, si alguien tenía ganas de Ilegales esa era su noche. Jorge no dejó nada en el tintero, tocó y tocó, mientras no paraba de hablar y soltar cualquier chorrada (la mayoría graciosas) que se le pasase por su perturbada cabeza.
Hubo éxitos, canciones prohibidas y temas desconocidos. Se puede decir que el recorrido fue completo, y no era para menos, la banda se despedía para siempre y ponía a la venta una caja con su discografía completa, ocasión que no dejaré pasar para completar mi colección de discos. De mis temas preferidos no faltó ninguno: Hola mamoncete, Destruye, Yo soy quien espía los juegos de los niños, Odio los pasodobles, Eres una puta pero no lo suficiente y muchísimos más que no recuerdo. El citado Odio los pasodobles fue acompañado de un dedicatoria memorable a Manolo Escobar con la que estuvimos riéndonos un buen rato, también desmintió los rumores que sostenían que Jorge era el hijo del papa. En fin, que hubo de todo y para todos.
Musicalmente la banda sonó fuerte, contundente y totalmente entrenada y bragada en mil noches de concierto y en miles de horas de ensayos. La sala estaba a la altura de las circunstancias, con un sonido más que decente y un local adecuado para la concurrencia. Jorge utilizó una Gibson Les Paul la mayoría del concierto puesto que nos confesó que su Stratocaster estaba un poco traviesa. El tío me sorprendió por la pericia con la que tocaba, me esperaba un guitarrista vulgar y sucedió todo lo contrario. El amigo Jorge Ilegal es un guitarrista de altos vuelos que nos llevó desde los ritmos más roqueros, hasta momentos más reggae y todo esto, pasando por precisos solos en los que clavaba cada una de las canciones que acometía.
En definitiva, una gran noche en la que Laura, Sergio y yo nos lo pasamos muy bien. Yo por lo menos, me llevé una alegría al asistir a un concierto de un grupo único que probablemente no vuelva a girar y que suena estupendamente. Como diría Jorge: “Ese viernes Satán estuvo de nuestro lado y, como no podía ser de otra manera, los chicos malos triunfamos”.

Nacho Valdés

lunes, marzo 01, 2010

A day in the life

Robert Foster, ex Go-Beetweens, ha publicado un decálogo titulado "10 reglas del Rock And Roll" y Diego. A Manrique, reflexiona sobre él en su artículo del País de ésta semana. El libro, desgrana el día dia de una banda de rock mediante aforismos. Está bastante acertado en muchos de ellos, y, la verdad es que no me ha costado mucho ver reflejados en esas reglas máximas a muchas bandas de aquí. Especialmente a una de Madrid de nombre...

En el ángulo muerto Vol. 49


Reflejos

Todavía no ha amanecido, voy a tientas hasta el baño, tropiezo con la pata de la cómoda y sofoco la queja para no despertar a mi mujer. No sé porqué me contengo, será para no tener que escuchar sus quejas. Últimamente sólo discutimos. Enciendo la luz, el espejo de cuerpo entero me devuelve mi imagen. Lo que veo no me gusta; estoy sin afeitar, el pelo negro enmarañado y el pijama arrugado. Me desnudo y muestro mi cuerpo un tanto ajado, ya no es el de antes, la incipiente barriga comienza a asomar, el pecho más caído, me da la sensación de que el pelo está en retroceso. Pienso que debería volver al gimnasio, pero enseguida recapacito y decido que estoy harto. Estudio las imperfecciones de la cara, las bolsas debajo de los ojos, la piel grasienta y mi físico que comienza el declive; se me tuerce el gesto, no puedo remediarlo.
Me siento en el suelo, me aguanto la cabeza entre las manos y me hundo un poco más en la miseria de la falsedad. De la mediocridad en la que vivo, de las mentiras en las que he fundamentado mi vida, la farsa de la que nace mi familia y de la que no puedo huir. Me asqueo por la imagen que proyecto, el eterno triunfador, una cáscara sin nada dentro, vacío de cualquier contenido; caigo en que eso es lo que sucede, que no tengo nada que ofrecer, vivo en una ficción de la que ya no puedo escapar.
Me levanto y me meto en la ducha, dejo que el agua resbale y me relaje, pero no soy capaz de dejar mi mente en blanco, sin preocupaciones. Escucho como mi hijo protesta en su cama, temo que algún día me descubra, que sepa cómo soy y a qué me dedico. Llegará el momento en que la verdad se haga patente, que su admiración se diluya y que vea que el referente que respetaba no era más que un ilusión que no sirve, que está obsoleta. Me viene una arcada, creo que no puedo soportar la introspección a la que estoy sometiéndome, la lucidez con que de repente se me muestra lo que me rodea, lo que he creado.
Oigo que mi mujer se levanta, irá a hacerse el desayuno y a despertar a nuestro hijo. No me habla, únicamente delante del crío se muestra cordial, sabe lo de Estefanía, de eso estoy seguro. Me da exactamente igual, no aguanto a ninguna de las dos, ese es uno de los motivos por el que todo se ha ido al garete. Las malditas mujeres y todo lo que las acompaña, sus caprichos, su sexualidad y su sed de poder me han dejado seco, sin la fuerza de la que antaño hacía gala. Los años han pasado y no me queda nada, sólo la imagen que se derrumba día a día.
Me vuelvo a mirar al espejo, me afeito y me echo crema en la cara. Parece que tengo mejor aspecto, no creo que me dure mucho. Únicamente vestido con la toalla que envuelve mi cintura me siento huérfano, sin mi reloj caro, el traje de diseño y sin ir sentado en mi potente coche. Todos los que me ven piensan que soy feliz, que me he comido el mundo, aunque la realidad es que el mundo me ha devorado y me ha escupido. Eso es, soy el escupitajo del mundo, una sobra, algo sin valor y creen que estoy por encima, que soy la élite. Si supiesen la verdad dejarían de respetarme o, más bien, de tenerme envidia, de desear todo lo que tengo y anhelan. Ese es mi poder, la posición envidiable, las bellas mujeres que me rodean, mi familia intachable y el motor de mi coche que ruge en la carretera. Me miran a mi paso, sonrío, pero cuando veo mis ojos en el retrovisor veo la verdad, mi mirada ya no puede mentirme más, ya he descubierto mi propia falsedad; el agujero negro en el que estoy inmerso.
Salgo recién duchado, ella me mira con desprecio, de arriba abajo y se detiene un instante en la barriga. Que hija de puta es, estoy seguro que lo hace a propósito. Me enfundo el traje, cojo una corbata llamativa que resalta mi bronceado perpetuo y practico la sonrisa que tiene que salvarme durante el día. Cojo el maletín, prácticamente sin nada en el interior, pero tengo que vender humo y la imagen es fundamental. Salgo por la puerta, suspiro y pienso que este será otro día de mierda.

Nacho Valdés