lunes, julio 30, 2012

Out the Air

Para esta despedida hasta septiembre contamos con la inestimable colaboración de Seasick Steve, un redneck que con su guitarra destartalada puede darnos unas cuantas lecciones de blues clásico y primitivo que compone mientras destila whisky ilegal en los bosques americanos. Una maravilla.

Disfruten del merecido descanso y nos vemos a nuestra vuelta.

En el ángulo muerto Vol. 157



Duelo

Garrido y García entraron, como un torbellino que arrasaba todo, en la sala de reprografía, Menéndez se hizo el indiferente durante unos instante pues el ruido de la maquinaría era ensordecedor. Los recién llegados esperaron unos instantes y después, con cierta rudeza, apartaron de las fotocopiadoras a mi soldado. Éste estaba chorreando por la sudoración y a los de producción, con sus finos trajes, se les veía realmente incómodos ante la situación con la que tenía que lidiar. Las máquinas fotocopiando y encuadernando a todo rendimiento y tres tipos, uno de ellos obeso, en ese pequeño espacio no podía dar como resultado más que traspiración e incomodidades. Después de comprobar que no tenían manera de utilizar los aparatos, pues Menéndez los había programado para que trabajasen toda la mañana, salieron con sus ropas pegadas a la piel y con el rostro lastrado por la preocupación.
Se quedaron unos instantes bajo el fluorescente que había al principio del pasillo, se les veía realmente confusos y sin dirección y daba la impresión de que de un momento a otro iban a rendirse y darlo todo por perdido. A pesar de que había tomado innumerables precauciones, no pude evitar echar un vistazo a su patética derrota que parecía que iba a traer nuevos aires a la empresa. Garrido volvió a cruzar su mirada con la mía, estaba cargado de rabia y debo reconocer que durante un instante me acobardé y miré a mi pantalla para hacerme el despistado. Por supuesto, ese movimiento tan torpe no pasó desapercibido para mi mortal enemigo que comenzó a dar grandes zancadas en dirección a mi mesa mientras el señor García se preguntaba qué era lo que había sucedido.
Me mantuve impertérrito mientras transcurrieron unos segundos durante los que el tipo se mantuvo de pie frente a mi mesa hasta que levanté la vista y me quedé en silencio observándole. El otro tampoco decía nada, parecía estudiar mi alma con sus ojillos vivarachos que destilaban frustración y odio. Se encontraba en un momento realmente delicado y no deseaba provocarle, podría estallar como una olla a presión. Continué tecleando, como si nada hubiese pasado aunque su presencia me provocaba una profunda turbación. Por fin se sentó en el borde mi mesa, ocupando un espacio que resultaba imprescindible para mí y dando a entender que requería mi escucha inmediata. Le pregunté qué quería y me respondió que utilizar mi ordenador, lo dijo con tal seriedad que casi llega a impresionarme. Le indiqué, con suma amabilidad, que eso resultaba del todo imposible pues andaba inmerso en un importante trabajo que requería toda mi atención. Insistió con cierta rudeza y, con su mano, apartó mi silla hacia atrás. La situación estaba volviéndose realmente tensa y toda la planta atendía a lo que estaba sucediendo. Yo, sin tener en cuenta lo que estaba haciendo, volví a juntarme a mi escritorio y continué trabajando. De un empujón Garrido me arrancó de mi puesto y, tras coger una regla metálica que tenía sobre mi mesa se abalanzó sobre mí. El filo me pasó rozando y rasgó mi camisa, el hombre estaba fuera de sí y parecía convencido de la necesidad de acabar con mi vida. Conseguí esquivar una segunda embestida y se estrelló contra el puesto de trabajo de otro compañero, se dio la vuelta e intentó golpearme el rostro. Falló de nuevo y, mientras recuperaba su posición tuve ocasión de estrellar una grapadora contra su frente dejando una grapa clavada como muestra de mi victoria.
Garrido se retiró sollozando, parece ser que la grapa fue más una punzada en su orgullo que una herida física y, después de que los mandos le pidiesen responsabilidades por el retraso en la entrega y la agresión que sufrí, causó baja en la empresa. Todos nos congratulamos de cómo fuimos capaces de salir de la situación pero algo rondaba en mi cabeza: ¿cuánto tiempo tardaría en destaparse el siguiente Garrido?
Por si acaso yo estaba en guardia, cualquiera que fuese el que intentase ocupar ese vacío tendría que vérselas con mi departamento.

Nacho Valdés

lunes, julio 23, 2012

En el ángulo muerto Vol. 156



Nerviosismo

Me mantenía impertérrito ante el caos que parecía desarrollarse en el departamento de producción. Garrido ya se había levantado de su asiento y esperaba ansioso la llegada del responsable del departamento de sistemas que, como no podía ser de otra manera, llevaba su propio ritmo al margen del resto de personal. Para cuando acudió, Vicente, que así se llamaba el tipo, paladeaba el café de máquina que siempre parecía estar consumiendo. Era maravilloso, tenía una especie de don de la ubicuidad por el que siempre se le podía localizar allí donde hubiese bebida o comida aunque cuando surgía una emergencia tecnológica parecía evaporarse. El sujeto, que siempre llevaba la ropa descuidada y el pelo grasiento como si no se asease con la frecuencia necesaria, apareció por el pasillo central arrastrando los pies. De un vistazo comprobé como Garrido estaba descomponiéndose, cada segundo que pasaba era vital para sus intereses y la clepsidra removía su mecanismo impertérrita.
Para cuando le explicó el problema, Vicente ya estaba perdiendo el tiempo observando a la señorita Vázquez a la que yo había adoctrinado para que volviese a quitarse la chaqueta, su generoso escote llamó la atención inmediata del responsable de las reparaciones. El líder enemigo estaba agotando su paciencia y, aunque siempre solía mostrar una cara amable con la que intentaba maquillar su mezquindad, lo peor de su alma negra parecía querer asomar al exterior. El otro pobre diablo no sabía lo que se le venía encima, estaba dedicándole una sonrisa a mi arma disuasoria que, haciéndose la tonta, sonreía bobaliconamente. Cuando ya hubieron pasado unos minutos Garrido estalló y, aunque con cierta contención, comenzó a increpar al técnico. Éste, sorprendido ante la situación, retrocedió unos pasos y, confundido, dejó el vaso de plástico que llevaba en la mano y se puso a trabajar en uno de los equipos que tenía delante. Acabó por comprobar de manera efectiva que realmente no tenían internet y explicó desganado que probablemente le llevaría un buen rato solucionar el problema. Garrido, enrojecido por la rabia que se le estaba acumulando, comenzó a gritarle a un palmo de la cara dejando claras las posibles consecuencias de su inoperancia. La cosa se ponía interesante y yo disfrutaba del espectáculo. Por último y fuera de todo pronóstico, el otro trabajador empujó con fuerza al líder de producción provocando que éste se golpease contra la mesa que tenía detrás. Durante un instante el tiempo se congeló, toda la planta guardó silencio de manera prácticamente imperceptible y los teclados dejaron de traquetear para, al momento, como si nada hubiese pasado, volver a reanudarse la actividad. Los dos hombres se miraron con odio sincero y cada uno se fue por su lado.
Garrido se reunió con el gabinete de crisis que parecía haber formado, los personajes más influyentes de su sección estaban juntos en un conclave que intentaba buscar soluciones para lo que estaba sucediendo. Tal y como había planeado, el señor Garcia y él se dirigieron a la zona de recepción donde se debían encontrar las secretarias que tenían equipos con acceso a la red. El joven y voluntarioso Antonio había hecho su trabajo y las muchachas, aprovechando la ausencia de la directiva, se había ido a tomar un café y flirtear con mi servicio de inteligencia y disuasión. No pude evitar una sonrisa cuando les vi volver más atribulados que antes, estaban confusos y mientras la lluvia arreciaba en el exterior, en el interior parecía desencadenarse también una tormenta de otras características. Se preguntaban qué hacer y, en un momento dado, Garrido interceptó una de mis miradas y comentó algo al oído del señor García. No sé si sospechaba algo o simplemente me dedicó un vistazo de desprecio, me daba igual yo seguí como si nada. El siguiente paso sería imprimir el material que tenían que sacar de manera imprescindible adelante e intentar mandarlo por el fax. Se trataba de un movimiento arriesgado pero, puesto que la gerencia necesitaba el resultado de su labor, quizás era la única salida que tenían. Eché un vistazo a la zona de reprografía y comprobé como Menéndez sudaba a chorros mientras ocupaba el exiguo espacio con el que contaba la habitación, volví a sonreír imperceptiblemente.

Nacho Valdés

lunes, julio 16, 2012

En el ángulo muerto Vol. 155



Éxito

El terremoto creado por la señorita Vázquez todavía tuvo unas réplicas cuyas ondas habían dejado el ambiente cargado de testosterona e inquina femenina, cuando recuperó su sitio volvió a ponerse su rebeca y al rato todos volvieron a la normalidad. Rodríguez, por su parte, también ocupaba su puesto como si nada hubiese sucedido. Tecleaba, en apariencia absorto en su trabajo sin levantar la vista de su pantalla, nadie diría que se había infiltrado entre las líneas enemigas y había cumplido heroicamente con la misión encomendada. Reinaba la paz, aunque cuajada de las típicas miradas de superioridad que normalmente nos dedicaban desde producción, se sabían principales y las entregas que tenían para la jornada parecían dotarles de un halo de invencibilidad y poderío que les elevaba sobre el resto de la empresa. Sin embargo, ese día en el que la lluvia ya arreciaba contra el edificio, paladeaba el éxito que probablemente conseguiríamos.
Llegaba la segunda parte de la operación, cada uno de los participantes era como un engranaje autónomo que no sabía nada de lo que sucedía a su alrededor. Era la única manera de mantener el secretismo necesario para alcanzar el buen fin que nos habíamos propuesto y, debido a que yo había sido autodesignado como líder del operativo, todo el peso y conocimiento de los siguientes movimientos recaía sobre mí. En el momento estaba tan metido en la operación que hasta los nervios que me habían atenazado hasta esa mañana habían desaparecido, no tenía en mente más que los siguientes golpes que ya estaban en marcha. Y, como había repasado decenas de veces con cada uno de los protagonistas lo que se debía hacer, todo parecía estar saliendo a pedir de boca.
Más o menos a los veinte minutos de que la señorita Vázquez se sentase, el señor Menéndez fue hasta la minúscula sala de reprografía. Su obligación era la de ocupar ese espacio de manera inmisericorde y no permitir que nadie entrase en la misma, dada su complexión física no resultaría complicado. Se trataba de un punto estratégico fundamental puesto que las tres fotocopiadoras también estaban dotadas de fax y producción necesitaría ponerse en contacto con el exterior de alguna manera para hacer sus entregas. Menéndez copó los aparatos y comenzó a realizar copias de los voluminosos manuales de postventas que todos debíamos conocer en el departamento comercial, en cuanto subió la temperatura en el pequeño espacio que ocupaba, su cuerpo grasiento y enorme arrancó a sudar como si estuviese en un baño turco. Su camisa blanca se pegó a su espalda, trasparentando sus enormes pelos y su olor corporal inundó la estancia. Era una suerte contar con él, entre su tamaño y su aspecto desagradable tendría ocupados a los de producción pues, tenía la seguridad de que en breve se darían cuenta de que la red no volvería. Por su parte, Antonio, uno de los jóvenes recién graduados, se encargaría de las secretarías de planta. Su función era sencilla pues solía hacerlo varias veces por semana, se llevaría a las dos jovencitas que estaban en una especie de recepción a tomar un café. Puesto que se trataba de un tipo apuesto, soltero y joven no tuvo ningún problema para llevarse a las muchachas lejos de la influencia de producción que podría utilizar sus ordenadores para contactar con nuestros superiores. Tenía la certeza de que si aguantábamos el tiempo suficiente se vendrían abajo y no sabrían cómo reaccionar.
Atento a todo lo que sucedía, me di cuenta de que Garrido estaba intranquilo. Se había unido a Carmen, una de las componentes del núcleo duro y al señor Garcia que también llevaba largos años en esa circunscripción. Su conversación y movimientos daban la impresión de ser nerviosos, yo observaba por encima de la pantalla sin que reparasen en mí y denotaban cierta preocupación. El asunto parecía estar en marcha, quedaba poco tiempo para el enfrentamiento por los recursos básicos. Por el momento, y tal y como me lo había imaginado, se contentaron con ponerse en contacto con el departamento de sistemas para tratar de solucionar el problema que tenían. Seguro que no reparaban en el cable arrancado de su emplazamiento.

Nacho Valdés

miércoles, julio 11, 2012

En el Backstage Vol. 34



Noche enemiga

Los conciertos de verano deparan increíbles sorpresas que, en muchas ocasiones, nos permiten disfrutar de grupos que de otra manera sería difícil o incluso imposible admirar. Es el caso de Los Enemigos que, tras diez años de separación, vuelven a la carga y deciden pasarse por la Feria de julio y los jardines de Viveros de Valencia. La ubicación, como siempre, inmejorable para disfrutar de la música y del buen rock que los madrileños llevan como estandarte.
Era indudable que el asunto iba a tener trascendencia pues parece ser que la comunidad enemiga es nutrida en tierras levantinas y, por supuesto, Josele y sus secuaces se iban a ver respaldados por la vieja guardia rockera que lleva afilando sus cuchillos desde que esta importante banda se separó allá por el lejano 2002. Aunque los cuerpos aguantaron de manera desigual el paso del tiempo pues los asistentes estaban un poco más calvos y rellenos, hay que decir que en contrapartida llevaron consigo las nuevas generaciones rockeras que, en muchos casos, disfrutaron del que era su primer concierto. Es el caso de mi hijo que, transportado en la tripa de su bella madre, pudo oír, que no ver, la primera actuación de su vida. Esperemos que sea la primera de muchísimas más. Pero, en fin, no nos pongamos sensiblones pues la noche del viernes 6 de julio era un momento esperado por toda la concurrencia para dejarnos llevar por las guitarras macarras y la personalísima voz de Josele que dota a Los Enemigos de ese punto extra que les hace tan diferentes y particulares.
Por desgracia iban a ser teloneros de Love of Lesbian (grupo al que no pude ver y del que no escuché ni un acorde) por lo que a las nueve, puntuales como relojes, estaban todos los integrantes sobre el escenario. Josele, con una presencia envidiable y tostado por el sol recibido durante la gira actual que les está llevando por distintos puntos de nuestra geografía, atacó la mítica John Wayne. Por supuesto esto supuso el delirio del personal que se dejó llevar por las guitarras distorsionadas y por la voz grave y profunda del artista. De todas formas, y al contrario que en otras ocasiones en las que había asistido a los jardines de Viveros, el sonido no fue todo lo bueno que se podría desear y la voz de Josele no brilló como en las distancias cortas y acústicas en las que había podido verle en los últimos tiempos. Las guitarras y la percusión comenzaron demasiado gruesas y el característico timbre vocal de Los enemigos perdió protagonismo hasta que, poco a poco y gracias a una mejor ecualización, las aguas volvieron a su cauce. De todas maneras, los temas más complicados se adaptaron sobre la marcha para que la exigencia no fuese tan elevada y, de esta manera, asistimos a unas cuantas canciones que se acoplaron a las exigencias sonoras del momento. Es decir, el show nos ofreció nuevos matices dentro del repertorio enemigo que encandiló a los seguidores. Ejemplo de esto fue la manera en que acometieron Yo, el rey, Antonio o incluso la misma John Wayne. Aún así, la noche fue evolucionando y, aunque por exigencias temporales muchas canciones imprescindibles se quedaron en el tintero, pudimos disfrutar con increíbles temazos como Septiembre, Brindis, La cuenta atrás, Alegría, Paracaídas, Dentro, la versión gamberra de Señora, Soy un ser humano y, por supuesto, una de las canciones más representativas del grupo, Desde el jergón.
La banda sonó como un reloj y, a decir verdad, parecía que nunca habían dejado de girar por la compenetración y la soltura con la que acometieron todos los cortes del set list. Josele se aplicó con la guitarra y, aunque llevaba el apoyo de Manolo Benítez, él mismo se encargó de muchos adornos y filigranas. Todo un espectáculo. Finalmente, cuando todos deseamos más, tuvieron que dejar espacio para las nuevas generaciones indies que ya se agolpaban para ver a sus nuevos ídolos con pies de barro. A mí me hubiese gustado un poco más, supongo que como a todos los fans, así que tendré que contentarme con re-escuchar sus viejos éxitos con la caja recopilatorio Desde el jergón. Una maravilla, como el concierto del otro día. Por cierto, dicen las malas lenguas que por la zona se había reunido la cúpula completa de los Corazones Hambrientos además del Comandante Stratocaster. Algo solo al alcance de los más grandes como Josele. ¡Larga vida a Los Enemigos!

Nacho Valdés

lunes, julio 09, 2012

En el ángulo muerto Vol. 154



Primer enfrentamiento

Tal y como habíamos acordado, cuando toda la empresa estaba sumida en su trabajo cotidiano, comenzó la operación. El soplo que habíamos logrado a través de la mujer de la limpieza, que estaba incluida en nuestro servicio de inteligencia, nos había indicado que la jefatura tenía una importante reunión en las oficinas centrales y no se acercarían hasta el edificio por lo menos hasta la tarde. Producción, por su parte, tenía importantes encargos que cumplir por lo que supuestamente estarían absortos en sus tareas. Los comerciales estábamos también en un maremágnum de entregas y plazos pero, por el bien de la cruzada que habíamos iniciado, los habíamos dejado de lado para evitar que no se nos pasase una oportunidad tan adecuada para acabar con esos engreídos.
En el momento conveniente todo se puso en marcha, solo tuvimos que echar un vistazo por encima de nuestros monitores y, como si de una orquesta se tratase todo comenzó a funcionar. En un principio fue algo imperceptible, solamente yo, que era el que conocía todos los detalles del golpe que teníamos entre manos, sabía lo que iba a hacer cada intérprete. La primera fue la señorita Vázquez, no me costó demasiado disuadirla para que utilizase su tremenda anatomía como un arma de distracción. Debo reconocer que en la conversación que mantuvimos me dejé llevar por la épica y la equipare con las atractivas espías que habían servido como agentes dobles durante la guerra fría, la analogía dio resultado y había acudido tal y como lo había proyectado. Se había puesto una favorecedora falda corta que dejaba ver sus piernas y una blusa que, con un uso adecuado de los botones, llamaba la atención de manera espectacular. De todas formas, y para no disparar las alarmas desde un primer momento, le había indicado que se cubriese con una rebeca hasta el momento señalado. Además, era un día frío y por supuesto había estudiado previamente las condiciones meteorológicas, no quería que alguien demasiado sagaz sospechase antes de tiempo. Cuando la miré fijamente justo le había mandado el correo electrónico que suponía la señal para el comienzo de la maniobra. Ella, por su parte, mandaría un mail a Rodríguez para que se pusiese en marcha. Todo dependía de la milimétrica composición que había orquestado en mi mente.
La señorita Vázquez se levantó, miró a su alrededor y, tras desabotonarse los dos botones superiores de su blusa, se quitó la rebeca. Las escandalosas formas de su anatomía llamaron la atención de todos los presentes, sobre todo de los hombres que dejaron de trabajar durante un instante para recorrer su cuerpo con la mirada. Rodríguez también se levantó como si se dirigiese al aseo y nuestro reclamo recorrió el pasillo central sobre sus tacones descomunales hacia el puesto de Garrido, el líder natural de producción. A pesar de lo bragado que estaba el tipo para el enfrentamiento directo con compañeros y subalternos, su cara denotaba sorpresa cuando esa mujer espectacular se dirigía hacia él. Todas las cabezas se giraron pues también las mujeres de la planta habían comenzado a cuchichear maliciosamente, los hombres ya llevaban unos instantes absortos. Nuestra doble agente se sentó en el borde la mesa y, con una risa estúpida, comenzó una conversación anodina en un tono elevado para que todos se fijasen en ella; parecían que estaba intentando flirtear y así lo sentía Garrido que sacaba pecho y se pavoneaba. Rodríguez, mientras nadie le observaba, parecía estar llegando a su objetivo para cumplir con su cometido: cortar las comunicaciones. Se acercó disimuladamente al cable de fibra óptica que conectaba producción con el mundo a través de internet y lió su zapato en él para tirar con fuerza y desconectarles. Algo falló, durante un instante pensé que todo se vendría abajo pues sus malditos mocasines, que por cierto siempre me habían parecido horrendos, resbalaron sin cumplir el cometido que tenía nuestra avanzadilla. Sin embargo Rodríguez resultó ser un tipo de recursos y agachó su cuerpo orondo para tirar con sus manos con todas fuerzas, la sonrisa de sus labios me demostró que había sido capaz de inutilizar su router. Y, mientras la señorita Vázquez volvía a su puesto moviendo las caderas, yo me regocijaba de que todo hubiese comenzado con tan buen pie. Solo quedaba continuar con lo planeado para provocar la caída de producción.

Nacho Valdés

lunes, julio 02, 2012

En el ángulo muerto Vol. 153



Operación águila

Ese día soplaba un viento fresco y amenazaba lluvia, nos habíamos reunido en la fotocopiadora y organizado en comandos. Estaba todo planeado o, al menos, era eso lo que creíamos. Con todo, teníamos claro que siempre se producen bajas cuando hay un enfrentamiento y estábamos dispuestos a asumirlas. Antes de que llegase la primera batalla, concebiríamos unos golpes psicológicos para preparar el terreno y poner de nuestra parte el enfrentamiento.
Debo reconocer que la tropa estaba animada a pesar del miedo que nos embargaba, íbamos a levantarnos contra los responsables de producción dependientes de la gerencia. Nosotros, que pertenecíamos al departamento comercial, aunque teníamos la misma categoría a nivel de organigrama, siempre habíamos estado relegados pues el contacto directo con la jefatura recaía en el departamento de producción y, además, la simple ubicación de esa circunscripción, al estar más cercana de los despachos de los superiores, facilitaba la comunicación inmediata con lo que nosotros siempre éramos los últimos en estar al tanto de las situaciones que se producían. Se puede decir que los recursos de inteligencia estaban centrados en producción aunque, por otro lado, nosotros teníamos un mejor acceso a los recursos estratégicos que era donde había fundamentado el comienzo de las hostilidades.
Estaba claro que cada grupo tenía sus características que podrían decantar la guerra para un lado o para otro pero, si algo teníamos, era el factor sorpresa pues producción no se imaginaba lo que se le venía encima. Históricamente el departamento comercial había estado apocado y hundido por los motivos aludidos anteriormente y, de esta manera, habíamos sido utilizados e instrumentalizados por esos que parecían ser los depositarios de la confianza de los gerifaltes. Aún así, yo estaba convencido de que la situación era reversible y había estado planeando la manera de destruir su hegemonía.
Lo más difícil había sido conseguir convencer a mis compañeros de las posibilidades que teníamos, fue un trabajo subterráneo que me llevó meses. Una charla frente a la máquina de café, unas cervezas después de la jornada laboral, una conversación furtiva en los pasillos de la cuarta planta. Debo reconocer que fue una tarea ardua que iba dejando una simiente que acabó por florecer pues, tal y como acabó por suceder, tarde o temprano se juntarían por afinidad y tratarían todo lo que les había ido induciendo. El principal problema con el que partíamos era el relativo a la diversidad de caracteres con los que contábamos pues, teníamos gente mayor a punto de jubilarse bastante timorata así como algún joven recién licenciado cuya fogosidad nos podía traer problemas. Mi función, además de sembrar la semilla de confianza que necesitábamos, fue la de hacer un perfil psicológico para organizar la revuelta y el levantamiento frente a los de producción.
La señorita Vázquez haría las veces de reclamo, Rodríguez sería el encargado de la intendencia y se haría con los recursos de la planta y yo coordinaría al resto por si se producía el inevitable enfrentamiento. Alguno de los más jóvenes se había armado con reglas metálicas y grapadoras, estaba claro que si llegaba la sangre al río tendríamos el músculo necesario para remontar la situación. Me sentía orgulloso de mi grupo, estaba perfectamente organizado y cada uno tenía clara su función; si no se acobardaban cuando llegase el momento todo saldría bien.
La mañana señalada llegamos un poco antes, nadie falló aunque el viento arreciaba contra los cristales del edificio. La lluvia no tardaría en llegar, está demostrado que las inclemencias meteorológicas provocan el desánimo de aquel que se ve sorprendido por una circunstancia desconocida. La sala de reprografía, donde se encontraban las fotocopiadoras, fue el punto de reunión desde el que se organizarían los últimos detalles. El ambiente era tenso pero nadie parecía haberse amedrentado y, cuando comenzaron a llegar los de producción, todos estábamos en nuestros puestos. La guerra acababa de comenzar.

Nacho Valdés