miércoles, octubre 30, 2013

Delaletra

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El hombre frente al monstruo

Moby Dick; obra monumental, leviatánica y paso recomendable para todo lector maduro, establece un escalón más de la pendiente narrativa moderna. Más allá de la narración sobre las desavenencias entre Ahab y la colosal ballena ésta es, para mi gusto, una obra antropológica en la que se vuelve a poner a prueba el mito de Prometeo y en la que el ser humano sale malparado del pulso que establece contra la naturaleza.
Se trata, por tanto, de una historia que desde todas las vertientes que acomete; la narrativa, la biológica y la supersticiosa, ofrece una lección de humildad en relación a las posibilidades del hombre con respecto al mundo salvaje en el que está inserto. Moby Dick  es el relato de un fracaso, de la incapacidad humana para sustraerse de su verdadera naturaleza que le hace ser presa indefensa de la magnitud natural de la que se ve rodeado.
La novela ofrece varias lecciones aunque, la principal, siguiendo mi criterio, es la de la estructura inabarcable y perfectamente organizada que Herman Melville nos ha legado. Resulta, independientemente de gustos y corrientes, una de las luminarias literarias de la narrativa contemporánea y, por lo tanto, de un trabajo recomendable para todos los que disfrutan de la buena prosa.

lunes, octubre 28, 2013

A day in the life

Ayer nos dejó uno de los grandes del Rock...
Hasta siempre.

 

En el ángulo muerto Vol. 205


Husmeando
 


La tarde era lluviosa y fría, de buena gana se hubiese ido a casa con su mujer y su bebé mas, el detective Vázquez, sabía que su deber estaba por encima de su descanso. Para él, la policía era un modo de vida, algo tan íntimo que no podía renunciar de ninguna manera a lo que hacía aunque le trajese problemas como los que estaba seguro que tendría esa noche. Le daba igual, se trataba de un pez gordo y se sentía en la obligación de ir hasta el fondo del asunto.
Aunque se trataba de una temeridad y algo totalmente contrario a los cánones policiales, había utilizado su coche particular para seguir al audi de enorme tamaño que pocas horas antes había ido a recoger a don Manuel, como le conocían en el ámbito empresarial, a la salida de la penitenciaria en la que había ingresado no hacía más de diez días. Cuando se enteró de que le soltaban sin fianza y sin retirarle el pasaporte ardió por dentro como una tea, el juez había recomendado su puesta en libertad hasta la siguiente vista dada la imposibilidad de mezclarle en el sórdido asunto que tanto tiempo llevaba investigando. Algo, que en opinión del detective, estaba más allá de un mero desfalco, intuía que tocaba muchos más aspectos criminales de lo que era habitual  en ese tipo de delincuentes. Le daba igual, estaba dispuesto a cualquier sacrificio para desenmascarar a ese tipo con el que se había cruzado en un par de ocasiones en el curso de sus pesquisas.
Estaba a una distancia prudencial pero sabía que tenía que seguirle con cuidado, los tipos que iban con don Manuel eran profesionales y descubrirían a cualquiera que no fuese al menos algo precavido. Para su desgracia, Vázquez no había arreglado las escobillas del limpiaparabrisas y según arreciaba la tormenta su visibilidad era cada vez menor; dudaba entre acercarse un poco más o dejarle para desde la lejanía rezar porque no se cruzase en su campo de visión ningún otro vehículo. Se decidió por la primera opción y, aunque se jugaba el puesto si alguien descubría que estaba realizando seguimientos ilegales, era mucho más lo que tenía que ganar que lo que podía perder. Al menos era lo que pensaba. Su carrera, estancada desde hacía años, tampoco le preocupaba tanto como para dejar que sus principios se derrumbasen como había sucedido con otros compañeros abandonados a la molicie. Él era diferente y, si por casualidad daba en el clavo, tenía claro que lograría el ansiado ascenso que le permitiría hacer una limpia en su departamento para quedarse con aquellos agentes que realmente querían hacer las cosas bien. Se concentró en la calzada, la ciudad estaba muy complicada y el tráfico podía provocar que perdiese a su presa.
Sin que reparasen en él llegaron a una de las zonas más nobles de la ciudad, edificios bajos y con zonas ajardinadas en pleno centro; todo un lujo al que solo una minoría podía acceder. El coche que seguía se metió en el garaje de una finca con aires de palacete y el detective aparcó frente al portal, había muchos espacios y la zona arbolada le procuraba un mínimo refugio que esperaba fuese suficiente para no resultar descubierto. Esperó ansioso mientras encendía un cigarrillo, más tarde se lavaría las manos y se comería un chicle pues Eva le había prohibido fumar desde que habían tenido al niño. Abrió la ventanilla y observó la silla del bebé por el espejo retrovisor, le daba cierto remordimiento pero en los últimos tiempos la tensión a la que estaba siendo sometido le provocaba una ansiedad que solo era capaz de paliar dando unas cuantas caladas a un pitillo. Repentinamente, sin darle prácticamente tiempo a fumar, un ventanal del segundo piso se iluminó y un par de siluetas se recortaron contra las cortinas. A continuación otra luz se encendió en un cuarto adyacente.
Había conseguido lo que quería, tenía localizado a don Manuel y estaba seguro de no haber sido descubierto. Y, aunque no tenía claro cuál sería la siguiente jugada, al menos podría conocer sus movimientos. Se puso en marcha, tenía que llegar a la zona residencial donde vivía y era necesario atravesar toda la ciudad, su hijo estaría bañado y dormido y Eva enfadada.
 
Nacho Valdés

viernes, octubre 25, 2013

Out the air

Para animar un poco el viernes una muestra del último trabajo de los QOTSA. A disfrutar.


jueves, octubre 24, 2013

LA DISQUERÍA ELÉCTRICA (86)

Por temas laborales se me hace casi imposible dar una continuidad a mi sección semanal en el blog. Aun así voy a intentar sacar tiempo de debajo de las piedras. Segundo video del proyecto Santero Abrazos Eléctricos

martes, octubre 22, 2013

Palabras Usadas

Para este martes frío y ventoso algo de calor rockero. Duelo entre amigos: Fito versus Rober.




lunes, octubre 21, 2013

En el ángulo muerto Vol. 204

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Carpetas de recuerdos

Después de atravesar una puerta en la que había que pasar una tarjeta de identificación, entramos en una zona de la clínica totalmente ajena y diferenciada al lugar donde se encontraba el pintor y los pasillos blancos e inmaculados. Se trataba de una zona distinguida y algo ostentosa en la que no parecía haber nadie, únicamente el rumor lejano de una conversación parecía indicar que era un lugar habitado. El gorila sin carácter nos seguía a poca distancia, movía su cuerpo gigante impulsado por una actividad neurológica que, a tenor de su expresión, parecía estar a punto de desfallecer y dejarlo en estado catatónico. El presunto médico me dirigía con rapidez sin darme tiempo a que escudriñase el lugar que tanta curiosidad me despertaba, avanzaba por un corredor jalonado por cuadros clásicos y recubierto de madera noble mientras yo a duras penas le seguía. El ambiente, si tuviese que describirlo de manera espontánea, me recordaba al de un viejo club de caballeros inglés; todavía mantenía cierta alcurnia pero se veía en un vistazo que había conocido tiempos mejores.
Por fin llegamos al despacho del doctor, el interior se mantenía acorde con el exterior  y salvo algún detalle y un par de fotos familiares, estaba todo cargado por el ambiente rancio y caduco del que había sido testigo. Me invitó a sentarme en una de sus butacas de piel y me preguntó si quería beber algo, el celador se quedó al otro lado de la puerta a la espera de cualquier orden que pudiese recibir. Accedí a la bebida, a esas alturas ya tenía claro que mi mente funcionaba mejor si la engrasaba con alguna sustancia ajena. El tipo río con discreción y me explicó que no hay nada mejor que la moderación para superar las adicciones, más tarde caería en la cuenta de que no hacía tanto había pagado a esa organización para desintoxicarme y en ese instante me ofrecían alcohol para mantener una reunión. Definitivamente la situación resultaba cuando menos curiosa y chocante.
Cuando nos acomodamos, tras dar un par de tragos, me espetó directamente sobre mi presencia en el edificio de la clínica y el porqué de mi presencia entre los internos a su cargo. Le expliqué todo lo que me había sucedido, que había perdido mi creatividad desde el mismo momento en el que había salido al exterior y que había sido incapaz de reponerme a esa pérdida pues yo trabajaba a base de imaginación. Me comentó que era un problema usual entre los que seguían la cura, que no debía preocuparme pues volvería a la normalidad cuando superase el período de adaptación al que mi cuerpo debía someterse para conseguir la rehabilitación absoluta. Le contesté que no terminaba de creerle, que había visto los dispositivos, aparatos, la luminosidad acompañada de esa sintonía cíclica y, sobre todo, que había sido testigo de cómo al pobre pintor desfallecido le habían entresacado de la mente imágenes que parecían pertenecerle. Dejó claro que había sido testigo de la parte más dura del método con el que trabajaban y que no debía dejarme llevar por mis impresiones; aún con todo, reconoció que existía una parte residual de la mente de los pacientes que era almacenada en discos duros junto con los impulsos drogodependientes que conseguían disipar. Quedé petrificado, le interrogué acerca de esa manera de curar y de si era posible que dejasen a los pacientes sin parte de sus recuerdos para lograr curarles de sus debilidades. Me respondió que así era, que se trataba del precio que había que pagar por conseguir la redención total cuando se trataba con alguien con fuertes tendencias tóxicas. Me levanté como un resorte y apuntando a su cara con mi dedo acusador le exigí, a voz en grito, que me devolviese lo que me habían sustraído pues tenía claro que en mi caso me habían dejado seco de nuevas ideas. El hombre, sin inmutarse, me pidió calma y después de encender el ordenador y meter en el puerto USB una pequeña memoria me dio el dispositivo aparentemente cargado con toda mi inventiva perdida. Sonreí satisfecho y salí dándole la espalda, no quería perder más tiempo entre esa gente desalmada que probablemente mercadeaba con novelas no escritas, cuadros no pintados y películas no dirigidas. Cuando llegué a casa me tomé otra copa y dejé la memoria en un cajón de mi mesita de noche, nunca me he acercado a ella.
 
Nacho Valdés

lunes, octubre 14, 2013

En el ángulo muerto Vol. 203



 


Huida hacia adelante

La especie de celador que taponaba la salida era gigantesco, a mi lado parecía una montaña frente a un guijarro y, para ser sincero, nunca había destacado por mi condición física. Lo mío, desde bien pequeño, había sido el ámbito intelectual por lo que siempre había sido relegado a aquellas actividades que no requiriesen pericia o disposición atlética. Por lo tanto, y  a la vista de la considerable diferencia de tamaño, consideré que sería mejor esperar a ver qué hacía el individuo antes que lanzarme contra él o cualquier otra locura de las que se me pasaban por la cabeza. El problema es que no hacía nada, simplemente era un tapón, entre mi persona y la salida más cercana, que miraba con ojos ausentes. Me recordaba terriblemente a las señoritas que me habían atendido en la recepción, ambas de actitud solemne y pétrea. Estaba claro que algo no iba bien en aquel extraño lugar.
Me moví hacia la izquierda de manera casi imperceptible, el hombre no pareció reparar en ello por lo que, con un poco más de determinación, me acerqué hacía él con intención de sortearle y salir por un pequeño hueco que dejaba su corpachón.  De manera evidente desplazó su peso hacia ese lado dejando claro que no iba a dejarme salir por las buenas pero, como  me veía obligado a intentarlo, seguí caminando en dirección a la escapatoria que se me antojaba más sencilla. Cuando estuve lo suficientemente cerca me empujó con su mano hacia atrás, fue algo en lo que no  imprimió demasiada violencia, solo respondió con la misma intensidad con la que yo había intentado esquivar su presencia. Algo así como la mecánica clásica de Newton que indicaba que toda acción tiene una reacción contraria en sentido inverso y de la misma intensidad. De alguna manera, aunque no pronunció palabra, me dejó claro que respondería a mis intentos de fuga con la misma energía con la que yo me emplease y, como tenía claro que no había nada que hacer, me senté en la cama junto al tipo desfallecido.
Así pasamos un tiempo que a mí me resultó tremendo, uno mirando hacía no sé dónde y yo sentado a la espera de que se despistase o dejase un resquicio por donde pudiese escabullirme. Sin embargo, por extraño que pareciese, mi carcelero no parecía tener ninguna necesidad física o debilidad que me permitiese sustraerme de su vigilancia. Cuando ya parecía que nunca iba a poder salir de ese cuarto resplandeciente y aséptico, escuché unos pasos que se aproximaban. Apareció un hombre vestido con bata blanca que, después de susurrar unas palabras al oído del otro, pasó al interior. El celador, por su parte, se quedó en el pasillo como un animal de granja con la mirada fija en algún punto lejano del infinito. El que acababa de llegar no tenía la misma expresión y, desde un primer momento, dejó claro que era perfectamente consciente de sus actos.  Yo era incrédulo ante lo que estaba sucediendo, no podía creerme en lo que me había visto envuelto de manera increíble y seguía a la expectativa. El recién llegado se plantó frente al dispositivo que había desconectado y, con movimientos precisos, volvió a encender la maquinaría y la música infernal que había anegado mi mente. Después, con una calma y cuajo que me sorprendió enormemente, se dirigió a mí y me preguntó qué hacía en esa habitación. Le respondí que estaba la búsqueda de respuestas y que me había sorprendido enormemente lo que me había encontrado, me respondió con calma e indicándome que había penetrado en propiedad privada y que dependiendo de a dónde nos condujese la conversación llamaría a la policía. Le hice ver que era un cliente de la casa, que yo también había sido sometido al extraño proceso de desintoxicación que parecía utilizar en su clínica. En cuanto escuchó mis últimas palabras cambió repentinamente de actitud, se mostró sereno y amable y después de ajustar el aparato del pintor me indicó que le siguiese a su despacho donde terminaríamos de aclarar la situación.
De esta manera, tomamos el pasillo refulgente y me dejé guiar hacia la zona donde se encontraban los despachos. A pocos pasos, siguiéndonos de cerca, estaba el celador de mirada perdida que me había mantenido cautivo en la habitación.

Nacho Valdés

sábado, octubre 12, 2013

lunes, octubre 07, 2013

En el ángulo muerto Vol. 202


Resplandeciente

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Me encontraba en una pequeña habitación sin acceso al exterior de un blanco claro y virginal que hacía resplandecer la luminosidad hasta niveles difíciles de aceptar por el ojo humano. En una cama de hospital se encontraba un tipo sentado, vestido con un pijama de interno y conectado a una serie de cables y dispositivos que no tenía ni idea de para qué podían servir. Me acerqué con precaución y descubrí que estaba totalmente ido, era ajeno a cualquier estímulo externo y simplemente se mantenía observando al frente con mirada perdida y los ojos tremendamente abiertos. De la comisura de sus labios resbalaba un hilo de saliva que había dejado un cerco en su ropa, la música a volumen atronador parecía tenerle totalmente embobado. En la cabeza, por varios puntos, tenía electrodos que llegaban hasta una máquina conectada a un monitor que aparentaba mostrar imágenes difusas e inconexas que no supe descifrar.

Busqué el origen de la terrible sintonía que estaba machacando mis oídos y, probablemente, también el cerebro del pobre diablo al que mantenían cautivo en esa habitación. Puesto que la exploración resultó infructuosa y las paredes lisas cubiertas de material aislante no parecían ser el soporte de ningún altavoz o pantalla de sonido, la canción en eterno bucle aparentaba provenir del entorno, de las paredes inmaculadas. Los dispositivos a los que estaba conectado el tipo resultaban incomprensibles, estaban repletos de botones, potenciómetros y gráficas digitales que no cesaban de oscilar en curvas que subían y bajaban en tiempo real. Mientras, la pantalla revelaba estampas desdibujadas y difusas de carácter incoherente. Quedaba claro que esa persona cubierta de cables y elementos electrónicos no estaba pasándolo bien y, aunque el asunto no iba conmigo, me sentía obligado a prestarle mi ayuda.

Observé con detenimiento al personaje embobado y los mecanismos a los que estaba unido, no tenía ni la más remota noción de por dónde empezar así que comencé a apretar los mandos del dispositivo. Fui poco a poco, con cuidado por si se producían consecuencias imprevistas debido a mi actuación. Sin embargo, después de apretar y mover aquí y allá conseguí el primer efecto beneficioso: la sintonía pegadiza y repetitiva que no cesaba se extinguió dejando todo sumido en el silencio. Me alegré enormemente, estaba a punto de perder la cabeza por ese maldito sonido y, por lo que parecía, el paciente cubierto de cables también pareció aliviarse pues su expresión mudó repentinamente a la desorientación por despertar en un lugar desconocido. El personaje, después de mirar a su alrededor como si no supiese de qué iba lo que había sucedido, se quedó profundamente dormido con los ojos en blanco; parecía acabar de hacer un enorme esfuerzo que le hubiese dejado exhausto.

No me pareció de recibo dejarle ahí de cualquier manera por lo que le quité los electrodos y le cubrí con la sábana, me daba una tremenda lástima. Seguí investigando el extraño dispositivo y, después de unos minutos de ensayo y error, conseguí acceder a un informe que pude leer a través del monitor. Resultaba que el personaje era un pintor de cierto renombre y con obra de valor y, por lo que decía la ficha, también estaba siendo sometido a un tratamiento de desintoxicación con el que se intentaba eliminar una arraigada poli-toxicomanía. Continué estudiando al aparato y llegué a la conclusión, después de lograr reproducirlo de nuevo, de que las imágenes difusas que había visto con anterioridad habían sido extraídas de la mente del hombre que yacía desfallecido. A Esas alturas tenía claro que a mí me había sucedido algo parecido.

Estaba pensando en la situación cuando escuché un sonido a mis espaldas, al darme la vuelta había un hombre en el umbral de la puerta observándome con expresión anodina. Puesto que no sabía a qué atenerme esperé unos segundos para comprobar su reacción, no hizo más que tapar la salida y mirarme estupefacto con ojos vacíos e inexpresivos.

Nacho Valdés

miércoles, octubre 02, 2013

35

Esto me lo regalo yo...


Delaletra

Vida de un reptil

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Vuelve por estos fueros otra obra del periodista musical y biógrafo Paul Trynka. En este caso la dedicada a la vida y obra del genial Iggy Pop; Open up and bleed. Se trata de una biografía que, sin caer en las regalías prosaicas que suelen ofrecer estos trabajos, resulta apasionante por varios motivos.
En primer lugar, cualquiera que haya visto actuar, oído los discos o sabido algo de este artista de Michigan, probablemente haya caído en las garras de su hipnótica personalidad y, en consecuencia, cualquier cosa que lea sobre este personaje le resultará interesante. Por otro lado, las vicisitudes vitales de Iggy Pop parecen sacadas de la imaginación de algún perturbado novelista por lo que la narración de sus vivencias se engulle con agilidad y fruición por lo extraordinario de todo lo que sucede. Y, por último, no es posible dejar de lado el aspecto creativo de este artista que lleva más de cuarenta años deambulando por el proto-punk, el hard-rock, la electrónica o una vertiente canalla que ha sabido explotar desde su faceta crooner.
Se trata, en mi opinión, de una obra fundamental que recorre la ruta existencial de James Osterberg hasta convertirse en el celebérrimo Iggy Pop. No queda nada en el tintero: los brillantes inicios académicos, la llamada del rock como baterista en The Iguanas, el éxito con los Stooges, la caída a los infiernos de la heroína y la cocaína, la amistad y enemistad con David Bowie y el renacer como solista.
En definitiva, una biografía que, por lo milagroso de la supervivencia de su protagonista, parece más una lucha por la vida que el desarrollo de una carrera artística. Imprescindible.