lunes, mayo 09, 2011

En el ángulo muerto Vol. 101




Tropiezos

Los años comenzaban a pesar en don Cecilio y, lo que él consideraba actividades habituales para mantener en buena sintonía su intelecto y físico, acabaron por extinguirse debido a los múltiples compromisos que adquiría día a día en la entrega que realizaba hacia los demás. Su fama, que había crecido de manera exponencial, provocó que la demanda de sus servicios no le dejase nada de tiempo para su esparcimiento o para mantenerse en forma con sus paseos. De todas formas, estaba cerrado a cualquier comentario y se mantenía con firmeza al pie del cañón de sus obligaciones que no dejaban de aumentar. Se podría afirmar que, por aquellos años, la parroquia de Cerezo del Río era una de las que más había crecido en número de fieles y de integrantes de la congregación. Tanto que, muchos de los domingos, la gente no tenía sitio en los bancos y, los que venían de fuera, que no podían madrugar para coger sitio, tenían que quedarse en la puerta intentando captar al vuelo las palabras que el párroco dirigía a su rebaño. Hubo una mañana, en la que los ánimos estaban especialmente revueltos pues llovía y hacía frío, que se produjo una monumental pelea en la que se vio inserto el mismo don Cecilio. Nadie sabe quién comenzó el altercado pero ya se sabe como comienzan este tipo de historias cuando hay una aglomeración de personas. Que si yo estaba antes, que si échate a un lado, que si te voy a dar y, al final, los puños vuelan y los golpes arrecian. Don Cecilio, que estaba preparando el templo para la ceremonia, al escuchar la discusión y los golpes que caían a diestro y siniestro, se metió por el medio y con una soltura que ya quisieran muchos jóvenes comenzó a repartir estopa a todo el que se cruzó en su camino. Se ve que el hombre andaba un poco nervioso y que era de los que opinaban que el fin justifica los medios. El caso es que, al ser sacerdote y una persona respetable, nadie le devolvió los golpes y al final pagaron justos por pecadores pues todo el que estaba cerca de él recibió su correspondiente palo. Los que le vieron en acción comentaron después que parecía un ángel vengador buscando justicia, como si hubiese caído del cielo en el momento oportuno para evitar males mayores.
La cuestión, sin embargo, era más grave de lo que parecía y don Cecilio se daba cuenta de que estaba llegando el momento en el que no daría más de sí. La gente, a pesar de lo bienintencionada que era en la mayoría de los casos, estaba absorbiendo la energía que a este pobre hombre le quedaba. Cada semana perdía más pelo y ganaba más peso, era como si el cura se estuviese convirtiendo en una caricatura de lo que había sido, como si todo lo que daba a los demás estuviese haciéndole desaparecer progresivamente. Había envejecido de forma notable y, esto sí que era extraño, se le veía más lento a nivel intelectual. El asunto explotó una mañana de domingo durante la que, como era habitual, el gentío venido de todas partes se agolpaba a la puerta de la Iglesia para intentar tomar un asiento que le permitiese atender al mensaje que el cura tenía para ellos. Sin embargo, lejos de abrirse, las puertas permanecieron cerradas durante toda la mañana y, a pesar de los intentos de los más cercanos a don Cecilio por entrar en la sacristía, nadie pudo dar con él. Muchos se fueron a sus casas pero la mayoría, temiéndose lo peor, esperaron impertérritos a que alguien diese alguna noticia sobre el paradero del cura del pueblo. Se le buscó por todas partes, por los sitios donde solía ir a pasear, por el río por si se hubiese caído pero fue cuando llegó el guardia civil del cuartel cercano y tiró la puerta abajo cuando se descubrió lo que había pasado. Don Cecilio estaba en cama tremendamente enfermo, con tal fiebre que el médico que lo trató dijo que si no se le hubiese descubierto a tiempo probablemente hubiese fallecido en la soledad de su habitación.
Todos los habitantes de Cerezo del Río se quedaron conmocionados, como si uno de los pilares en los que se soportaba su estilo de vida y su fe se hubiese derrumbado. Sin embargo, todos eran egoístas y pensaban en sus propios problemas sin reparar que era la primera vez en muchos años en que don Cecilio no realizaba el sermón del domingo.

Nacho Valdés

4 comentarios:

raposu dijo...

Oremus...

Muchacho_Electrico dijo...

La de Don Cecilio es una parroquia o es el Vicente Calderón en el concierto de ACDC?

Sergio dijo...

La verdad es que Don Cecilio tiene rasgos de estrella de del rock en decadencia: quedándose calvo, cultivando tripita...
Todos esperamos que salga de esta por el bien de la parroquia y del pueblo.

SALUDOS

laura dijo...

Anonada me dejas....¿un cura repartiendo golpes?Este Don Cecilio es una caja de sorpresas!
Me gusta mucho la historia, cariño.
un beso.
Laura.