El punto diez del manual de la mala suerte dice que todo gran triunfo revierte al instante en una sonora derrota.
Seguí insistiendo desde la cabina del Estadio pero me fue imposible localizar a mi hermano. Inclusive en la era de la comunicación era posible estar incomunicado en medio de un montón de gente. Algo iba mal y lo sabía. Él conocía la importancia de la fecha. Recuerdo que me dijo que me guardaba una sorpresa y que íbamos a celebrar el título por todo lo alto.
La noche pasó y no supe nada más. A la mañana siguiente bajé al bar a desayunar, quería tomar un buen café leyendo la crónica del combate. En primera plana ví una foto del Volks de Elisa. Lo pude reconocer a pesar de estar calcinado y devastado por el fuego.
La nota decía no saber nada de sus ocupantes. Sólo se encontró un cadáver en el maletero. Al parecer había muerto de un disparo en la sién. Sus iniciales M.S.P disimulaban torpemente lo que vendría después.
Tenía 24 años.
Hoy, aquí y ahora tengo en mi mano el mismo revolver que le mató, con la última bala de la recámara y sí, apunta directamente a la cabeza del olvido.
Ese olvido es de carne y hueso.
Mi olvido se llama Elisa.
3 comentarios:
Bufff... me tengo que poner las pilas con estos relatos, creo que me he perdido un par; pero como siempre, increíbles... eres grande, ratón !
PD: Viva Stallone !!
Mañana quiero la continuación porfi
Muy bien, cierras de manera maestra este microrelato. Aunque no me importaría saber algo más de Elisa y el boxeador sonado.
Este ha sido uno de los mejores 'Nueva York sin queso' desde que los leo. Enhorabuena.
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