Tugurios
Thomas llevaba demasiado tiempo apretando tornillos y
haciendo soldaduras, había tenido mucha suerte de salir de aquella granja
decadente donde vivían sus padres con el anciano Lord. Les había mandado
innumerables cartas para que se uniesen a él en Detroit pero no había
conseguido respuesta, algo esperable puesto que eran analfabetos. Aún así,
sabía que pertenecían al campo y que difícilmente podrían adaptarse a la vida
cambiante de la ciudad donde todo se hacía a una velocidad y ritmo al que unos
negros ancianos del sur no se adaptarían.
Él había sido afortunado, vivía con otros siete negros en un
pequeño apartamento ruinoso cerca de la factoría de Ford en la que trabajaba.
Cuando entró por la puerta, aunque sabía leer y tenía bastante más cultura de
la que cualquiera de los blancos que realizaron su registro, le relegaron a las
tareas más infames por el color de su piel. Era algo a lo que no estaba
habituado pues en el sur, en las propiedades del Señor Spencer, había vivido al
margen del racismo que supuraba ese maldito país por los cuatro costados. De
vez en cuando fantaseaba con ir a África, sabía que había líneas que con cierta
regularidad recorrían el Atlántico y terminaban en el continente negro donde a
todas luces se adaptaría sin problemas. En fin, tonterías que ocupaban su
tiempo cuando tenía algún rato libre y le daba por reflexionar acerca de lo que
le rodeaba; miseria más que otra cosa.
A veces, sin que él se percatase hasta pasado un rato, algún
blanco le miraba detenidamente con un odio visceral. En otras ocasiones, le
atropellaban cuando caminaba tranquilamente por la acera pues algunos tenían la
impresión de que los negros de la ciudad solo podía circular por la calzada
esquivando los cada vez más numerosos vehículos. En otros momentos era una
simple ojeada de asco o desprecio, nada que se saliese de la rutina a la que se
estaba habituado. Thomas había aprendido a convivir con el rencor que le
envolvía y, a pesar de que echaba de menos sus raíces y a su familia, sabía que
no podía dar ningún paso atrás pues sería en falso.
En la fábrica en la que trabajaba cobraba igual que los
blancos, algo inusual pues era sabedor del poco reconocimiento al que estaban
sujetos los de su raza. A pesar de la evidente ventaja que suponía recibir un
salario adecuado para un peón, estaba bajo la batuta de blancos ignorantes que
nunca serían capaces de identificar una pizca de talento en un empleado de
color. Aún así, trabajaba sin descanso y no daba problemas. Él y sus compañeros
de raza estaban reunidos en grupos de trabajo con las faenas más pesadas, solo
algún blanco con problemas intelectuales y algún otro que no terminaba de
integrarse estaba con ellos. El resto formaba sus grupos y, por supuesto, los
negritos eran motivo de burla y no eran pocas las ocasiones en que les
provocaban. Por otro lado, sabían que no tenían ningún futuro más allá de los
trabajos serviles y duros en los que los blancos les habían ubicado. Era como
si la esclavitud se hubiese dilatado de forma soterrada.
Después de la jornada siempre hacía lo mismo, se reunía con
el conjunto que había formado con compañeros de la Ford. Él tocaba la guitarra,
tenía una especie de don natural para la música y, aunque nunca había recibido
formación específica, se había fabricado su propio instrumento en la granja y
con los primeros ahorros que había reunido se había comprado su primera
guitarra de verdad. Sonaba estupendamente, por lo menos es lo que le parecía y,
desde que tocaba en conjunto, había mejorado enormemente. Llevaban meses
encerrándose en un sucio sótano, casi sin espacio para ensayar los sonidos
jazzísticos y bluseros que le habían enamorado desde la primera vez que los
había escuchado. Él estaba habituado a los sonidos del campo, a los salmos y
canciones religiosas pero la música urbanita era lo que realmente le motivaba.
Habían tocado un par de veces en reuniones que se habían organizado y que
habían terminado en celebración y estaban decididos a ganarse la vida con el
grupo. Sabían de otros negros que habían grabado discos y que había tenido
cierto éxito o de conjuntos que tocaban en locales y se ganaban la vida así. En
definitiva, Thomas había llegado a la conclusión de que lo que tocaban parecía
gustarle a los blanquitos que llevaban a sus chicas a clubes de negros; estaba
decidido a aprovechar ese espacio.
Nacho Valdés
2 comentarios:
Por fin un protagonista que igual nos ayuda a entender por qué la música de los negros es así... !!!
Que bello y musical desenlace..
Esa música descendiente de los esclavos que nos une y alegra la vida
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