lunes, octubre 29, 2012

En el ángulo muerto Vol. 166



Tugurios



Thomas llevaba demasiado tiempo apretando tornillos y haciendo soldaduras, había tenido mucha suerte de salir de aquella granja decadente donde vivían sus padres con el anciano Lord. Les había mandado innumerables cartas para que se uniesen a él en Detroit pero no había conseguido respuesta, algo esperable puesto que eran analfabetos. Aún así, sabía que pertenecían al campo y que difícilmente podrían adaptarse a la vida cambiante de la ciudad donde todo se hacía a una velocidad y ritmo al que unos negros ancianos del sur no se adaptarían.
Él había sido afortunado, vivía con otros siete negros en un pequeño apartamento ruinoso cerca de la factoría de Ford en la que trabajaba. Cuando entró por la puerta, aunque sabía leer y tenía bastante más cultura de la que cualquiera de los blancos que realizaron su registro, le relegaron a las tareas más infames por el color de su piel. Era algo a lo que no estaba habituado pues en el sur, en las propiedades del Señor Spencer, había vivido al margen del racismo que supuraba ese maldito país por los cuatro costados. De vez en cuando fantaseaba con ir a África, sabía que había líneas que con cierta regularidad recorrían el Atlántico y terminaban en el continente negro donde a todas luces se adaptaría sin problemas. En fin, tonterías que ocupaban su tiempo cuando tenía algún rato libre y le daba por reflexionar acerca de lo que le rodeaba; miseria más que otra cosa.
A veces, sin que él se percatase hasta pasado un rato, algún blanco le miraba detenidamente con un odio visceral. En otras ocasiones, le atropellaban cuando caminaba tranquilamente por la acera pues algunos tenían la impresión de que los negros de la ciudad solo podía circular por la calzada esquivando los cada vez más numerosos vehículos. En otros momentos era una simple ojeada de asco o desprecio, nada que se saliese de la rutina a la que se estaba habituado. Thomas había aprendido a convivir con el rencor que le envolvía y, a pesar de que echaba de menos sus raíces y a su familia, sabía que no podía dar ningún paso atrás pues sería en falso.
En la fábrica en la que trabajaba cobraba igual que los blancos, algo inusual pues era sabedor del poco reconocimiento al que estaban sujetos los de su raza. A pesar de la evidente ventaja que suponía recibir un salario adecuado para un peón, estaba bajo la batuta de blancos ignorantes que nunca serían capaces de identificar una pizca de talento en un empleado de color. Aún así, trabajaba sin descanso y no daba problemas. Él y sus compañeros de raza estaban reunidos en grupos de trabajo con las faenas más pesadas, solo algún blanco con problemas intelectuales y algún otro que no terminaba de integrarse estaba con ellos. El resto formaba sus grupos y, por supuesto, los negritos eran motivo de burla y no eran pocas las ocasiones en que les provocaban. Por otro lado, sabían que no tenían ningún futuro más allá de los trabajos serviles y duros en los que los blancos les habían ubicado. Era como si la esclavitud se hubiese dilatado de forma soterrada.
Después de la jornada siempre hacía lo mismo, se reunía con el conjunto que había formado con compañeros de la Ford. Él tocaba la guitarra, tenía una especie de don natural para la música y, aunque nunca había recibido formación específica, se había fabricado su propio instrumento en la granja y con los primeros ahorros que había reunido se había comprado su primera guitarra de verdad. Sonaba estupendamente, por lo menos es lo que le parecía y, desde que tocaba en conjunto, había mejorado enormemente. Llevaban meses encerrándose en un sucio sótano, casi sin espacio para ensayar los sonidos jazzísticos y bluseros que le habían enamorado desde la primera vez que los había escuchado. Él estaba habituado a los sonidos del campo, a los salmos y canciones religiosas pero la música urbanita era lo que realmente le motivaba. Habían tocado un par de veces en reuniones que se habían organizado y que habían terminado en celebración y estaban decididos a ganarse la vida con el grupo. Sabían de otros negros que habían grabado discos y que había tenido cierto éxito o de conjuntos que tocaban en locales y se ganaban la vida así. En definitiva, Thomas había llegado a la conclusión de que lo que tocaban parecía gustarle a los blanquitos que llevaban a sus chicas a clubes de negros; estaba decidido a aprovechar ese espacio.


Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

Por fin un protagonista que igual nos ayuda a entender por qué la música de los negros es así... !!!

Sergio dijo...

Que bello y musical desenlace..
Esa música descendiente de los esclavos que nos une y alegra la vida

laura dijo...

Cariño, la historia pinta muy bien...
Un besazo.
Laura.