Viejos sureños
Tras la guerra le habían ofrecido la liberación pero decidió
quedarse con el Lord, sabía que era lo mejor para él pues a dónde podría ir un
negro sin formación y que no sabía hacer otra cosa que realizar el
mantenimiento de la granja y propiedades de Mr. Spencer. Por ese motivo se
había quedado junto a Ruth, que era su mujer y ambos ocupaban un estrecho
cuarto junto a la cocina de la mansión. Le daba igual que el señor durmiese
entre sábanas de algodón recogido gracias al esfuerzo de sus hermanos y
hermanas, él era un tipo práctico y sabía que el Lord le necesitaba más a él
que al contrario. De hecho, si le diese algún día por desaparecer todo el
edificio se vendría abajo pues estaba constantemente arreglando, apañando y poniendo
a punto todos los descalabros que el tiempo y la falta de dinero provocaban en
la edificación. Sabía que su amo estaba prácticamente en la ruina aunque
moviese algunos fondos en la banca y hubiese comprado algunas propiedades que
le procuraban escasos dividendos; la tierra, que era lo importante, estaba seca
y no se trabajaba y no había visto animales en los terrenos más allá de algún
ciervo o algún zorro. No hacía falta tener una gran formación para saber eso.
El Lord y él tenían casi la misma edad, debían llevarse muy
poco por lo que, cuando el señor celebraba su cumpleaños con ellos dos, él
añadía un par de años a la cuenta y le salía su edad. Recuerda que cuando era
pequeño Mr. Spencer y él habían jugado juntos, se habían bañado juntos en el
río e incluso habían compartido el plato. De hecho, un día le había tenido que
pegar un guantazo cuando ese blanquito intentó arrebatarle la navaja que había
conseguido con mucho esfuerzo y algún que otro engaño. Ese fue el último día en
el que jugaron juntos, el Lord fue a acusarle ante su padre y éste le propinó
una brutal paliza por andar por ahí con negros; a Phineas le pasó exactamente
lo mismo, su padre, un negro bestial y cargado de rencor por la esclavitud le
dejó tendido en su camastro varios días por andar jugando con el señorito sin
tener en consideración que eso podía traerles problemas. Mr. Spencer nunca
volvió a ser el mismo, comenzó a implicarse en la dirección de la hacienda y
parecía disfrutar de manera especial con las torturas y castigos que infringían
a los suyos.
Por suerte todo eso es cosa del pasado, él y Ruth se
quedaron en la mansión tras la guerra y, gracias a eso, pudieron educar a sus
hijos y ofrecerles una salida gracias a los innumerables volúmenes con los que
contaba la biblioteca del Lord. Puesto que tenían cubiertas todas sus
necesidades básicas, dedicaron sus ingresos para que un preceptor dedicase unas
horas semanales a la formación de sus dos hijos varones. Éstos, además de
trabajar duramente, leían sin descanso las recomendaciones de su tutor hasta conseguir
hacerse autodidactas y prescindir de sus servicios. Después, como muchos otros,
se fueron al norte en busca de trabajo. Phineas estaba tremendamente orgulloso
de ellos, eran los primeros negros con algo de cultura que había conocido y además
eran sus hijos. Cuando le llegaban sus cartas las guardaba y se imaginaba junto
a su mujer que contenían noticias increíbles pues no era capaz de leerlas al
ser analfabeto. Le daba igual, en un par de ocasiones le habían ofrecido leer
alguna y habían preferido imaginarse lo que ponían. Era mucho mejor.
Un par de veces cada mes, para que Mr. Spencer se mantuviese
tranquilo, cometía a propósito alguna torpeza para ser castigado. Ambos sabían
que era algo intencionado pero esa especie de trato tácito suponía el motor de
su relación, sin esa pequeña satisfacción sabía que su viejo amo se moriría de
melancolía y él necesitaba que viviese para poder vivir con las comodidades a
las que se había acostumbrado. De esta forma, bajaba al cobertizo y después de
ponerse unos gruesos cartones bajo la ropa se dejaba azotar. Gritaba y chillaba
como si de veras estuviese recibiendo un tremendo correctivo, después cada uno
se iba a su habitación y el ciclo volvía a repetirse. Era lo mejor que podía
hacer por el viejo terrateniente, de otra forma sabía que se apagaría por la melancolía.
Nacho Valdés
2 comentarios:
Pues me está gustando esta historia...
Es que ser Lord mola un montón...
Con ganas de más nos quedamos...
SALUDOS
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