lunes, octubre 22, 2012

En el ángulo muerto Vol. 165





Almuerzo

El negro se sentía debilitado, pensó que ya no tenía edad para lo que se le venía encima y que quizás estuviese mejor lejos de aquella mansión ruinosa en la que su antiguo amo se consumía de manera lenta e irremediable. Si se hubiese ido con sus hijos en esos momentos él y Ruth se encontrarían lejos de esos blancos peligrosos que probablemente acabarían con esa panda de viejos que se resistían a vender unas tierras baldías. Se quitó de la cabeza esos pensamientos, tenía que ocuparse de lo que tenía entre manos y conseguir una salida que les salvase pues no creía estar capacitado para aguantar la presión a la que les someterían esos toscos hombres de campo. Su cerebro funcionaba a pleno rendimiento pero no encontraba solución alguna, su mente únicamente era capaz de atender al tono elevado de conversación que llegaba desde el salón y que le provocaba sudores fríos. Parecía que el Lord estaba agitándose ante las propuestas de los forasteros pero, para alivio de Phineas, parecían tomarse a guasa las advertencias del terrateniente. De hecho, en un momento dado, sonaron las profundas carcajadas de los rancheros que habían llegado por la mañana.
El negro se acercó a servir más bebidas, aprovecharía el momento distendido que parecía haber conseguido el señor Spencer para intentar sacar algo más de información. Sirvió las copas aceleradamente pues varias miradas de odio se clavaron en él, estaba claro que su presencia no ayudaba a encauzar la situación por lo que fue a refugiarse a la cocina. Allí se encontró con Ruth que estaba terminando el primer plato del aperitivo, se mostraba tranquila y relajada y no parecía haberle afectado la tensión que se respiraba en la zona noble de la casa. El negro se enterneció con su mujer, le dieron ganas de abrazarla y darle un beso por su cuajo pero, cuando intentó acercarse a ella para tranquilizarse él mismo, fue recibido con un empellón que le hizo retroceder un par de pasos. La cocinera le dio instrucciones precisas para servir el primer plato, no parecía tener tiempo para arrumacos. Phineas reparó en que se trataba de riñones, un plato denostado por el señor y que únicamente podían comer cuando él no se encontraba presente. El viejo valoró si su señora estaría perdiendo sus capacidades organizativas, nunca antes, que él recordase, había sucedido algo parecido. Se quedó plantado en mitad de la cocina sin saber a dónde dirigirse, parecía desorientado y extrañado. Recibió un pescozón de la hiperactiva ama que ya preparaba otro plato, el golpe le hizo reaccionar y cargó con los riñones en dirección al salón donde se desarrollaba la reunión.
Llegó sigiloso, no quería que el señor montase en cólera pues la situación ya era lo suficientemente tensa. Prácticamente sin emitir ningún sonido, arrastrando los pies sutilmente rodeó la mesa y dejó en el centro las jugosas vísceras en salsa que había elaborado su mujer. Para cuando el viejo señor quiso darse cuenta, Phineas ya estaba saliendo por la puerta de servicio y sus chillidos se ahogaron en la lejanía. Ruth estaba esperando con el servicio habitual con el que comían ellos dos con el patrón, le indicó que quitase la mesa y que tirase la comida pues en pocos minutos su comida estaría preparada. El antiguo esclavo no sabía a qué atenerse, la zona donde comían estaba ocupada por los peligrosos desconocidos que habían llegado y estaba claro que resultaba una temeridad interrumpir la conversación que se estaba desarrollando. De todas formas era inevitable hacer caso a Ruth, la convicción con la  que había hablado pareció adueñarse de su voluntad y comenzó a caminar accionado por un resorte oculto. Cada paso que daba parecía conducirle al matadero pero, antes que enfrentarse a su mujer, prefería ese cruel destino. Sin embargo, cuando giró en el último recoveco y observó la situación ninguno de los rancheros se mantenía en píe, estaban inertes cerca de la mesa. Uno de ellos parecía moverse todavía de forma convulsiva. El Lord estaba terminando tranquilamente su bebida y, en cuanto vio al negro, le pidió que recogiese todo ese desastre que se había montado. Phineas obedeció la orden mientras oía los pasos de Ruth que se acercaba por detrás para servir la comida.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

"...nunca te fíes de una mujer que permanece tranquila ante un desastre..."
Anónimo.

Sergio dijo...

Este pobre negro bien podía tener un blues...