Atavismos
Lord Spencer nunca se levantaba de la cama si no era Ruth la
que iba a despertarle, era algo que no concebía de ninguna otra manera pues, a
lo largo de los años que había tenido servicio de negros, siempre había
funcionado así. El asunto requería de un ritual que, por supuesto, resultaba
inviolable. Aunque estuviese despierto, el viejo señor no ponía un pie en el
piso si antes su criada no abría el cortinaje y calzaba sus pies con sus
desgastadas zapatillas. Esta serie de pequeños detalles se repetían hasta la
hora del almuerzo, hasta que los dos negros y el señor blanco se sentaban en la
misma mesa y compartían el alimento. Después de levantarle, Ruth hacía la
habitación mientras el señor se aseaba para, por último, acercarse a la ventana
donde observaba sus posesiones mientras la mujer le ayudaba a vestirse. Finalmente,
la rolliza sirvienta iba a preparar la comida y a realizar la intendencia
alimenticia mientras el viejo se acercaba a molestar un poco a Phineas.
El negro era el que primero se levantaba, alimentaba a los escasos
animales que quedaban y se ponía manos a la obra con las innumerables
reparaciones que había que acometer a diario. Él sabía, independientemente de
los delirios de grandeza del Lord, que la finca y el edificio se caían a
pedazos y que nada podría salvar el conjunto de una desaparición definitiva si
no se producía una importante y urgente inyección económica que, por supuesto,
no había manera de conseguir. Aparte de su falta de formación, Phineas tenía un
sentido bastante aguzado para las cuestiones prácticas por lo que, en un
sentido pragmático, se podía decir que estaba más al tanto de la deriva de las
posesiones que el propio señor Spencer. Éste, únicamente llevaba a cabo algunos
movimientos bancarios que le daban la falsa impresión de que su hacienda era
provechosa y gozaba de buena salud. Nada más lejos de la realidad, el único que
era consciente de la situación real o que tenía los pies en la tierra era el
viejo negro que arrastraba su cuerpo arrugado de un lado a otro para poner otro
parche que aguantase las lluvias y nieves del invierno. Era conocedor de que
todos los que ahí vivían, ya fuese él mismo, el señor o su mujer, eran
dependientes de la marcha que llevaba esa antaño exitosa explotación. En cuanto
naufragase la propiedad todos los implicados se irían a pique, ese era el
motivo por el que seguía trabajando de sol a sol. En otra situación ya se habría
retirado a buscar a sus hijos pues, en previsión de esa situación, guardaba
como oro en paño toda la correspondencia que había recibido en los últimos
años. Probablemente algún alma caritativa le leyese el contenido y le indicase
cómo podía encontrarlos.
Como todos los días, antes del almuerzo el señor estaba a la
búsqueda de Phineas. Se paseaba altivo con sus botas recién lustradas en pos
del negro con el único afán de darle indicaciones que, por supuesto, no tenían
ningún sentido. El sirviente hacía como le escuchaba para, en cuanto desaparecía,
hacer lo que realmente resultaba conveniente. Era como la relación que llevaban
los inquilinos con la granja, todos regulaban sus relaciones en base a esas
pequeñas costumbres que hacían de su reducido universo un lugar ordenado aunque
absurdo para un observador foráneo. La única ocasión en los últimos años en que
se cambió el plan diario fue cuando Phineas cayó enfermo y tuvo que pasar un
par de días en la cama. En esa ocasión, el propio Lord bajó a su habitación y,
con un pañuelo cubriendo su boca, hizo como que se preocupaba por su salud. La
realidad era bien distinta, tanto Ruth como él sabían que lo que le sucedía es
que se aburría soberanamente. Si no fuese por ellos abrigaban la certeza de que
el señor Spencer se hubiese podrido más rápido que la valla que había tirado el
viento el otoño pasado.
De todas formas, esa mañana resultó realmente distinta a
como acostumbraban a ser habitualmente. Ese día, en el que Ruth trabajaba en la
cocina y Phineas había subido al tejado del porche para arreglar las tejas,
entró en la propiedad un grupo de personajes que el negro enseguida identificó
con problemas. Como era habitual el Lord no tuvo esa capacidad y recibió a los
llegados con grandes aspavientos y grandilocuencia, después pasaron al interior
de la vivienda mientras el terrateniente llamaba a voz en grito a su servicio
para que atendiese al grupo. Los hombres descabalgaron e invadieron la vivienda
junto a sus rudos modales.
Nacho Valdés
1 comentario:
Llegan tiempos de cambio en casa del Lord...
Sigo insistiendo en que Phineas es un héroe infantil y no puedo evitar pensar en él cada vez que leo su nombre...
Publicar un comentario