Almuerzo
El negro se sentía debilitado, pensó que ya no tenía edad
para lo que se le venía encima y que quizás estuviese mejor lejos de aquella
mansión ruinosa en la que su antiguo amo se consumía de manera lenta e
irremediable. Si se hubiese ido con sus hijos en esos momentos él y Ruth se
encontrarían lejos de esos blancos peligrosos que probablemente acabarían con
esa panda de viejos que se resistían a vender unas tierras baldías. Se quitó de
la cabeza esos pensamientos, tenía que ocuparse de lo que tenía entre manos y
conseguir una salida que les salvase pues no creía estar capacitado para
aguantar la presión a la que les someterían esos toscos hombres de campo. Su
cerebro funcionaba a pleno rendimiento pero no encontraba solución alguna, su
mente únicamente era capaz de atender al tono elevado de conversación que
llegaba desde el salón y que le provocaba sudores fríos. Parecía que el Lord
estaba agitándose ante las propuestas de los forasteros pero, para alivio de
Phineas, parecían tomarse a guasa las advertencias del terrateniente. De hecho,
en un momento dado, sonaron las profundas carcajadas de los rancheros que
habían llegado por la mañana.
El negro se acercó a servir más bebidas, aprovecharía el
momento distendido que parecía haber conseguido el señor Spencer para intentar
sacar algo más de información. Sirvió las copas aceleradamente pues varias
miradas de odio se clavaron en él, estaba claro que su presencia no ayudaba a
encauzar la situación por lo que fue a refugiarse a la cocina. Allí se encontró
con Ruth que estaba terminando el primer plato del aperitivo, se mostraba
tranquila y relajada y no parecía haberle afectado la tensión que se respiraba
en la zona noble de la casa. El negro se enterneció con su mujer, le dieron
ganas de abrazarla y darle un beso por su cuajo pero, cuando intentó acercarse
a ella para tranquilizarse él mismo, fue recibido con un empellón que le hizo
retroceder un par de pasos. La cocinera le dio instrucciones precisas para
servir el primer plato, no parecía tener tiempo para arrumacos. Phineas reparó
en que se trataba de riñones, un plato denostado por el señor y que únicamente
podían comer cuando él no se encontraba presente. El viejo valoró si su señora
estaría perdiendo sus capacidades organizativas, nunca antes, que él recordase,
había sucedido algo parecido. Se quedó plantado en mitad de la cocina sin saber
a dónde dirigirse, parecía desorientado y extrañado. Recibió un pescozón de la
hiperactiva ama que ya preparaba otro plato, el golpe le hizo reaccionar y
cargó con los riñones en dirección al salón donde se desarrollaba la reunión.
Llegó sigiloso, no quería que el señor montase en cólera
pues la situación ya era lo suficientemente tensa. Prácticamente sin emitir
ningún sonido, arrastrando los pies sutilmente rodeó la mesa y dejó en el
centro las jugosas vísceras en salsa que había elaborado su mujer. Para cuando
el viejo señor quiso darse cuenta, Phineas ya estaba saliendo por la puerta de
servicio y sus chillidos se ahogaron en la lejanía. Ruth estaba esperando con
el servicio habitual con el que comían ellos dos con el patrón, le indicó que
quitase la mesa y que tirase la comida pues en pocos minutos su comida estaría
preparada. El antiguo esclavo no sabía a qué atenerse, la zona donde comían
estaba ocupada por los peligrosos desconocidos que habían llegado y estaba
claro que resultaba una temeridad interrumpir la conversación que se estaba
desarrollando. De todas formas era inevitable hacer caso a Ruth, la convicción
con la que había hablado pareció
adueñarse de su voluntad y comenzó a caminar accionado por un resorte oculto.
Cada paso que daba parecía conducirle al matadero pero, antes que enfrentarse a
su mujer, prefería ese cruel destino. Sin embargo, cuando giró en el último
recoveco y observó la situación ninguno de los rancheros se mantenía en píe,
estaban inertes cerca de la mesa. Uno de ellos parecía moverse todavía de forma
convulsiva. El Lord estaba terminando tranquilamente su bebida y, en cuanto vio
al negro, le pidió que recogiese todo ese desastre que se había montado. Phineas
obedeció la orden mientras oía los pasos de Ruth que se acercaba por detrás
para servir la comida.
Nacho Valdés
2 comentarios:
"...nunca te fíes de una mujer que permanece tranquila ante un desastre..."
Anónimo.
Este pobre negro bien podía tener un blues...
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