lunes, octubre 08, 2012

En el ángulo muerto Vol. 163



Atavismos




Lord Spencer nunca se levantaba de la cama si no era Ruth la que iba a despertarle, era algo que no concebía de ninguna otra manera pues, a lo largo de los años que había tenido servicio de negros, siempre había funcionado así. El asunto requería de un ritual que, por supuesto, resultaba inviolable. Aunque estuviese despierto, el viejo señor no ponía un pie en el piso si antes su criada no abría el cortinaje y calzaba sus pies con sus desgastadas zapatillas. Esta serie de pequeños detalles se repetían hasta la hora del almuerzo, hasta que los dos negros y el señor blanco se sentaban en la misma mesa y compartían el alimento. Después de levantarle, Ruth hacía la habitación mientras el señor se aseaba para, por último, acercarse a la ventana donde observaba sus posesiones mientras la mujer le ayudaba a vestirse. Finalmente, la rolliza sirvienta iba a preparar la comida y a realizar la intendencia alimenticia mientras el viejo se acercaba a molestar un poco a Phineas.
El negro era el que primero se levantaba, alimentaba a los escasos animales que quedaban y se ponía manos a la obra con las innumerables reparaciones que había que acometer a diario. Él sabía, independientemente de los delirios de grandeza del Lord, que la finca y el edificio se caían a pedazos y que nada podría salvar el conjunto de una desaparición definitiva si no se producía una importante y urgente inyección económica que, por supuesto, no había manera de conseguir. Aparte de su falta de formación, Phineas tenía un sentido bastante aguzado para las cuestiones prácticas por lo que, en un sentido pragmático, se podía decir que estaba más al tanto de la deriva de las posesiones que el propio señor Spencer. Éste, únicamente llevaba a cabo algunos movimientos bancarios que le daban la falsa impresión de que su hacienda era provechosa y gozaba de buena salud. Nada más lejos de la realidad, el único que era consciente de la situación real o que tenía los pies en la tierra era el viejo negro que arrastraba su cuerpo arrugado de un lado a otro para poner otro parche que aguantase las lluvias y nieves del invierno. Era conocedor de que todos los que ahí vivían, ya fuese él mismo, el señor o su mujer, eran dependientes de la marcha que llevaba esa antaño exitosa explotación. En cuanto naufragase la propiedad todos los implicados se irían a pique, ese era el motivo por el que seguía trabajando de sol a sol. En otra situación ya se habría retirado a buscar a sus hijos pues, en previsión de esa situación, guardaba como oro en paño toda la correspondencia que había recibido en los últimos años. Probablemente algún alma caritativa le leyese el contenido y le indicase cómo podía encontrarlos.
Como todos los días, antes del almuerzo el señor estaba a la búsqueda de Phineas. Se paseaba altivo con sus botas recién lustradas en pos del negro con el único afán de darle indicaciones que, por supuesto, no tenían ningún sentido. El sirviente hacía como le escuchaba para, en cuanto desaparecía, hacer lo que realmente resultaba conveniente. Era como la relación que llevaban los inquilinos con la granja, todos regulaban sus relaciones en base a esas pequeñas costumbres que hacían de su reducido universo un lugar ordenado aunque absurdo para un observador foráneo. La única ocasión en los últimos años en que se cambió el plan diario fue cuando Phineas cayó enfermo y tuvo que pasar un par de días en la cama. En esa ocasión, el propio Lord bajó a su habitación y, con un pañuelo cubriendo su boca, hizo como que se preocupaba por su salud. La realidad era bien distinta, tanto Ruth como él sabían que lo que le sucedía es que se aburría soberanamente. Si no fuese por ellos abrigaban la certeza de que el señor Spencer se hubiese podrido más rápido que la valla que había tirado el viento el otoño pasado.
De todas formas, esa mañana resultó realmente distinta a como acostumbraban a ser habitualmente. Ese día, en el que Ruth trabajaba en la cocina y Phineas había subido al tejado del porche para arreglar las tejas, entró en la propiedad un grupo de personajes que el negro enseguida identificó con problemas. Como era habitual el Lord no tuvo esa capacidad y recibió a los llegados con grandes aspavientos y grandilocuencia, después pasaron al interior de la vivienda mientras el terrateniente llamaba a voz en grito a su servicio para que atendiese al grupo. Los hombres descabalgaron e invadieron la vivienda junto a sus rudos modales.

Nacho Valdés

1 comentario:

Sergio dijo...

Llegan tiempos de cambio en casa del Lord...

Sigo insistiendo en que Phineas es un héroe infantil y no puedo evitar pensar en él cada vez que leo su nombre...