lunes, octubre 03, 2011
En el ángulo muerto Vol. 117
Segundo contacto
Me había situado el primero en las escaleras que bajaban del estrado y, como la última vez que le había visto, un enjambre de personas estaba a la espera de Manuel Garrido. Él, mientras yo aguardaba recibiendo empujones y la presión del grupo que intentaba contener, se dejaba querer por los organizadores del evento. Se palmeaban la espalda, reían ruidosamente y no terminaban de avanzar en nuestra dirección. Comencé a disparar la cámara, deseaba algunos primeros planos con la iluminación del escenario. Sin embargo, a cada fotografía me resultaba más dificultoso mantenerme firme para conseguir unas buenas instantáneas. Estaba seguro de que había perdido algunas imágenes por culpa de los empellones que estaba recibiendo. Me estaba comenzando a poner nervioso y lancé el codo hacia atrás, sin mirar, únicamente por hacerme un poco de hueco y alejar a los moscones que no cesaban en su agobio. Mi articulación, al tiempo que sonaba un suspiro de dolor, se hundió inmisericorde en tejido blando. Un viejo que tenía detrás se llevó la peor parte e, inmediatamente, se alejó unos metros tambaleándose. El resto, como si me tratase de un animal salvaje, me dejó un espacio de seguridad que me hizo sentir más cómodo. Aunque con posterioridad no me sentí orgulloso, en el momento no veía otras salida para conseguir algo de espacio vital. Manuel Garrido, por su parte, seguía mostrando su inmaculada dentadura coronada por su mostacho blancuzco. ¿Sería auténtica o se trataría de implantes? Estaba claro que era demasiado perfecta y reluciente para ser natural y, además, probablemente el paso por Dachau y la inanición que sufrió ese hombre le había hecho perder muchas piezas dentales. Con toda seguridad era falsa y eso le permitía lucir ese inmaculado brillo. Sus ojos también brillaban con profusión, destilaban la energía y la alegría que solo se siente cuando se recibe la admiración de los que te rodean. Esto último, precisamente, era lo que le estaba sucediendo al señor Garrido, todos los que le rodeaban le adoraban y, cuando terminase con ellos, otro grupo en el que yo me incluía continuaría sumiso con esa tarea. Fotografíe esos ojillos vivos y alegres que me fascinaban, sin que supiese el motivo exacto, por su magnetismo.
Cuando por fin se dirigió a la escalinata por un segundo reparó en mí, su rostro se nubló imperceptiblemente para al instante recuperar de nuevo el semblante amable. Se acercó cauteloso y comenzó el descenso, volví a sentir la presión de los que luchaban por acercarse a decirle unas palabras amables o simplemente tocarle, no tenía claro lo que querían de ese anciano.
- Tenemos que hablar – le espeté -. Necesito una entrevista con usted. – Conseguí decirle entre los brazos y manos que se lanzaban contra él entre palabras afectuosas.
- Ya le he dicho que no concedo entrevistas –dijo con una sonrisa rotunda -. Yo me debo a mis conferencias y este público. –Hizo un gesto con los brazos como si se tratase de un profeta y los pensionistas y amas de casa sin nada mejor que hacer que me rodeaban me miraron con recelo.
- Sólo será media hora, nada más. – La presión se hacía insoportable, recibía golpes por todos los lados y me daba la impresión de que desde que el señor Garrido se había dirigido a sus hordas se había recrudecido la tensión.
- Ya le he dicho que será imposible, tengo múltiples compromisos. – El anciano se dirigía a paso firme a la salida y, como si de una Moisés contemporáneo se tratase, el gentío se abría a su paso.
- Pues tendré que trabajar sin su aprobación, pienso escribir un libro sobre su historia. – Logré gritar antes de que se perdiese por una de las puertas que daban a la zona de servicios.
Independientemente del fracaso de mi contacto con ese escurridizo superviviente me quedó patente que mi mensaje le había llegado. Ante mi último grito advirtiéndole de que iba a investigar por mi cuenta, el hombre se había girado hacia mí y me había vuelto a observar con la expresión turbia que ya le había detectado con anterioridad. Por lo demás, aunque su puesta en escena era perfecta, algo en él no terminaba de encajar y la celosa custodia de su intimidad para después exponerse en ponencias y conferencias no me quedaba del todo clara. Decidí irme antes de que su nutrido grupo de seguidores de la tercera edad me destrozase con sus bastones y mal carácter pues no dejaban de mirarme escépticos.
Nacho Valdés
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Empezamos a adivinar cosas sobre el Sr. Garrido,pero nos está costando trabajo. Una historia correosilla, está saliendo, quizás como la verdadera biografía del Sr. Garrido....
Siento no opinar pero al llevar un tiempo desconectado por varias razones me faltan partes de esta historia que debería leer antes de seguir con la de este lunes. El problema, una vez más, es la falta de tiempo. Prometo enmedarme en nuevas entregas.
Saludos
Esos ojillos, esa dentadura perfecta y esa expresión turbia...seguro esconde algo.
Fuera formulismos! investigar por su cuenta es lo mejor en estos casos.
Seguiremos fieles a esta historia interminable...
Abrazos.
Publicar un comentario