Más allá de los cruces de piernas de la madrugada
entre los huecos que dejan en sus oleadas las cortinas empujadas por el viento
allí donde reside lo que olvidamos,
allí siguen los amantes parando el tiempo y limitando el espacio.
Se aman porque pueden dicen los que clavan sus ojos tras las ventanas,
pero eso no es del todo cierto, pues hay veces en las que se necesita más de un poder para amar y no digamos ya para olvidar a lo que se ama cuando ya no quiere ser querido.
Lo que queremos no tiene porqué estar enfrentado a lo que no queremos dicen las voces de la cabeza.
Yo quería que llegase el verano pero no quería que se apagase el invierno. Eran cosas diferentes y las quería así indistintamente. Deseaba que cayese sobre mí su erótica inocencia en forma de manzana pero siempre llevaba sobre mí un paraguas de cristal para evitar el golpe.
Entonces ella giró su cara hacia el otro lado y pensó que este amor no era quizá lo más apropiado para alguien como ella. Que tal vez si el sol no tuviese la misma fuerza que sus ojos cerrados habría visto venir la embestida del futuro y no estaría ahora hecha pedazos en este lugar perdido del que seguramente ya no podrá salir.
Por otro lado está él, que podría haber sido cualquiera y no es nadie en sí mismo, junto a su cadena de oro que es la atadura de todos y la libertad para ninguno.
Solo el amor libera
y vivir sin él
es sobrevivir encerrado
en casas de cartón sin salida.
1 comentario:
Estos Vietnam tienen ese regusto marca de la casa en el que se mezcla la alegría y la melancolía, algo que siempre caracteriza tus escritos.
Me ha gustado mucho. Enhorabuena.
Abrazos
Publicar un comentario