Miembros de la grey
Independientemente de mi condición de seguidor, con más o
menos pasión, de muchos grupos y cantantes siempre me cuesta entender el
fenómeno fan que lleva a algunos intérpretes a convertir sus conciertos en
verdaderas ceremonias en las que sus acólitos se entregan de forma desenfrenada
e irracional. Aunque la música tiene algo de todo esto pues toca las emociones
más recónditas de manera contundente provocando reacciones desaforadas, cuando
esto sucede de manera grupal y a gran escala la cosa se asemeja más a algún
tipo de rebaño absurdo guiado únicamente por el instinto y por los estímulos
más bajos. De esta forma, se produce el curioso fenómeno de que estas hordas
descontroladas se dejan llevar sin criterio por los caminos trillados, mil
veces recorridos, y las letras insulsas para alborotar cuando su artista
favorito hace cualquier guiño o gesto a esta legión que se derrite a sus pies.
Algo parecido es lo que sucedió el pasado cinco de abril en
la sala La Riviera de Madrid. El motivo se encontraba en Leiva que, batiendo
todas sus marcas, iba dispuesto a cerrar la tercera de las cuatro noches
consecutivas con las que había abarrotado la mítica sala del Manzanares. Como
era de esperar, el espacio estaba saturado por un público, cada vez más
curtido, en el que no faltaban jóvenes entregadas que a buen seguro llevan
coreando su nombre desde hace más de una década. El caso es que la audiencia
estaba dispuesta, en la sala no cabía ni un alfiler y solo faltaba poner la
música para que la velada saliese a las mil maravillas. Pero claro, aquí es
donde comienzan los verdaderos problemas.
En relación a la recinto nada que destacar, se trata de uno
de los mejores espacios en los que he estado con un sonido más que aceptable
para su tamaño y en el que habitualmente se está cómodo. Son muchas las noches
que he pasado en ese lugar viendo a
grupos de todos los pelajes y siempre, sin excepción, es un sitio al que es
agradable volver para disfrutar de la música en directo. Espero regresar pronto
pues, aunque estuve confortable desde el primer momento, son los pequeños
detalles los que marcan la diferencia y, sin lugar a dudas, este local cuenta
con infinidad de pinceladas que invariablemente dibujan un panorama para
disfrutar. En otras palabras, siempre ofrece algún detalle que hace de cada
concierto algo único y diferente.
En cuanto a Leiva, que realmente era a quien íbamos a ver,
sigue en la línea que esperaba. Realmente se trata de un tipo que, si bien he
ido aceptando a lo largo del tiempo e incluso valorando, dependiendo del momento,
siempre me deja un poso de incertidumbre que hasta el otro día no sabía
explicar con exactitud. El asunto me quedó más o menos claro y ya sé cuáles son
los motivos por los que no soy capaz de convertirme en uno de sus fieles y
ciegos seguidores. Cuando entró con una banda que contaba con vientos,
percusión adicional, teclado y dos guitarras (incluyendo la suya propia) pensé
que iba a sonar estupendamente y que iba a tratarse de un buen directo. Sin
embargo, aunque sí que sonaban bien y tenían una más que adecuada disposición
(contaban incluso con el emblemático César Pop a los teclados), algo no
terminaba de cuadrar. Aunque suene un poco carca, lo primero que me enervó fue
que todas las niñatas y maduritas que se habían congregado para admirar a su
héroe de treinta y tres quilos no cesaban de cantar ni un instante y fui
incapaz de escuchar nítidamente la voz del solista que tenía a pocos metros
ofreciendo su espectáculo. Si bien el asunto no tiene mucha importancia para
algunos, a mí se me antoja algo fundamental el ser capaz de enterarme de lo que
pasa en el escenario pues, de la forma en la que se produjo el espectáculo, se
asemejaba más a un karaoke gigante que a otra cosa. Por otro lado, y esto es
algo que siempre había acusado en este tío, cuando me enteraba de lo que
cantaba era incapaz de creerme ni una sola de las estrofas que iba desgranando.
Todos los lugares comunes pasan por sus
composiciones y sus letras. Desde mi punto de vista, acaban por tornarse un
estercolero edulcorado que parece ejercer una influencia hipnótica entre sus
incondicionales. Aunque, eso sí, debo decir que tiene una buena voz que no
pierde nivel a lo largo del concierto (no hay que olvidar que se trataba de su
tercera noche seguida). A todo esto se añadió el asunto musical que, aunque estaba
bien, se quedaba en la frontera de la medianía. De hecho, resultó ser una
amalgama de múltiples influencias que acababan por resultar demasiado
descarnadas como para ofrecer algo nuevo. Es decir, Leiva pasa por haberse
convertido en un vampiro del rock que, si bien maneja los resortes a la
perfección, debería ofrecer algo más personal para convencer a alguien que no
moje las bragas cada vez que hace una de sus poses. Calamaro, la E street Band,
Tarque e incluso los propios Pereza, estuvieron presentes de alguno u otra
manera en el recital sin que hubiesen sido invitados. Por último, y esto sí que
es más positivo, debo reconocer que Leiva ha rebajado un tanto su afectación y,
aunque en ocasiones se deja llevar y no es capaz de controlarse, está un tanto
más centrado en relación a la última vez que lo vi. Algo es algo.
En definitiva, un espectáculo digno que pasa del aprobado y
que mantiene la progresión de este artista que, como ya predije hace unos
cuantos años, es el triunfador de la dupla que formaba con Rubén Pozo.
Nacho Valdés
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