lunes, abril 14, 2014

En el ángulo muerto Vol. 225





El detective Vázquez bajó las escaleras atropelladamente y sin detenerse a comprobar si alguien se había dado cuenta de su presencia. En uno de los rellanos tuvo que esquivar a una vecina que, cargada con dos bolsas de basura enormes, le impedía el tránsito. Era tal la velocidad y descontrol que trastabilló y rodó por un tramo de empinados escalones que terminaba en un reducido espacio, la mujer, probablemente del personal de servicio, se quedó muda observando como el tipo se estampaba contra la pared. El policía gruñó por el dolor pero se levantó de un brinco y continuó su alocada carrera hasta la primera planta, ahí se encontró  con la portera que intentó detenerle pero logró apartarla de un manotazo para incrustarla contra la entrada de la portería y evitar, de esa manera, que ralentizase su avance.
Salió a toda velocidad a la calle, se dirigió hacia el coche de seguimiento destartalado que le habían prestado en jefatura  mientras rebuscaba en sus bolsillos las llaves. Consiguió introducirse en el interior y cerró la puerta sobre su gabardina, pegó un tirón y la desgarró dejando un pedazo colgando en el exterior. Comprobó que el tipo de Promomarketing estaba saliendo por el portal, debía darle caza antes de que se perdiese en el tráfico de la gran ciudad. En la acera, frente a la entrada del edificio, le esperaba una berlina de lujo en la que se introdujo con parsimonia al tiempo que buscaba su móvil. En ese mismo instante, el detective Vázquez trataba infructuosamente de arrancar el coche desvencijado que se quejaba cada vez que movía la llave. Se estaba poniendo nervioso y el hombre de Promomarketing ya había comenzado a moverse, se concentró un par de segundos y accionó el motor de arranque mientras aceleraba con suavidad. Sonó un crujido y una nube de humo blanco que salió por el escape evidenció que había logrado su objetivo; el motor no podría sonar peor. Salió dando un ligero golpe al  automóvil que tenía delante y dejando un piloto destrozado por el camino, alguien gritó a sus espaldas pero no se detuvo a comprobar qué era lo que había sucedido.
Había comenzado a llover y los limpiaparabrisas, más que apartar el agua, embadurnaban el cristal impidiendo una adecuada visibilidad. Aún así, Vázquez seguía a gran distancia al vehículo que le interesaba. Esquivaba el tráfico como podía pero la tartana en la que viajaba carecía de aceleración suficiente, a cada imprevisto estaba a punto de perder su objetivo. Cogieron la circunvalación y se alejaron hacia un polígono de las afueras, resultaba prácticamente imposible seguir el ritmo que imprimían los seguidos. Con todo, el motor cascado estaba haciendo un trabajo descomunal, la aguja de la temperatura indicaba que se estaba sobrecalentando. Llegaron a un polígono y se adentraron entre las naves, en una pequeña calle con aspecto descuidado se detuvieron y el tipo de Promomarketing se apeó para entrar en un edificio de ladrillo visto de dos alturas en el que únicamente había una placa en la entrada, por lo demás parecía una especie de almacén o finca de oficinas. El coche se alejó y Vázquez se quedó a la espera dentro de su vehículo a punto de desmoronarse.
Pasó varias horas observando la entrada, salieron un par de individuos y una mujer de apariencia joven. Sin embargo, el hombre que había seguido continuaba atrincherado en el interior. Esperó un poco más y comprobó que solo había una luz encendida y, aunque no lo tenía claro, podría ser que fuese el despacho del que seguía. Comprobó su arma, la acarició unos segundos y se dirigió hacia la entrada. Una puerta metálica de color blanco imitando a la madera le impedía el paso. Giró la manilla y comprobó que estaba abierta, no podía creer la suerte que tenía. Nada más entrar se encontró con una recepción vacía y unas escaleras que ascendían al primer piso, desenfundó el arma y comenzó el ascenso.

Nacho Valdés

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