El detective Vázquez bajó
las escaleras atropelladamente y sin detenerse a comprobar si alguien se había
dado cuenta de su presencia. En uno de los rellanos tuvo que esquivar a una
vecina que, cargada con dos bolsas de basura enormes, le impedía el tránsito.
Era tal la velocidad y descontrol que trastabilló y rodó por un tramo de
empinados escalones que terminaba en un reducido espacio, la mujer,
probablemente del personal de servicio, se quedó muda observando como el tipo
se estampaba contra la pared. El policía gruñó por el dolor pero se levantó de
un brinco y continuó su alocada carrera hasta la primera planta, ahí se
encontró con la portera que intentó
detenerle pero logró apartarla de un manotazo para incrustarla contra la
entrada de la portería y evitar, de esa manera, que ralentizase su avance.
Salió a toda velocidad a
la calle, se dirigió hacia el coche de seguimiento destartalado que le habían
prestado en jefatura mientras rebuscaba
en sus bolsillos las llaves. Consiguió introducirse en el interior y cerró la
puerta sobre su gabardina, pegó un tirón y la desgarró dejando un pedazo
colgando en el exterior. Comprobó que el tipo de Promomarketing estaba saliendo por el portal, debía darle caza
antes de que se perdiese en el tráfico de la gran ciudad. En la acera, frente a
la entrada del edificio, le esperaba una berlina de lujo en la que se introdujo
con parsimonia al tiempo que buscaba su móvil. En ese mismo instante, el
detective Vázquez trataba infructuosamente de arrancar el coche desvencijado
que se quejaba cada vez que movía la llave. Se estaba poniendo nervioso y el
hombre de Promomarketing ya había
comenzado a moverse, se concentró un par de segundos y accionó el motor de
arranque mientras aceleraba con suavidad. Sonó un crujido y una nube de humo
blanco que salió por el escape evidenció que había logrado su objetivo; el
motor no podría sonar peor. Salió dando un ligero golpe al automóvil que tenía delante y dejando un
piloto destrozado por el camino, alguien gritó a sus espaldas pero no se detuvo
a comprobar qué era lo que había sucedido.
Había comenzado a llover
y los limpiaparabrisas, más que apartar el agua, embadurnaban el cristal
impidiendo una adecuada visibilidad. Aún así, Vázquez seguía a gran distancia
al vehículo que le interesaba. Esquivaba el tráfico como podía pero la tartana
en la que viajaba carecía de aceleración suficiente, a cada imprevisto estaba a
punto de perder su objetivo. Cogieron la circunvalación y se alejaron hacia un
polígono de las afueras, resultaba prácticamente imposible seguir el ritmo que imprimían
los seguidos. Con todo, el motor cascado estaba haciendo un trabajo descomunal,
la aguja de la temperatura indicaba que se estaba sobrecalentando. Llegaron a
un polígono y se adentraron entre las naves, en una pequeña calle con aspecto
descuidado se detuvieron y el tipo de Promomarketing
se apeó para entrar en un edificio de ladrillo visto de dos alturas en el que
únicamente había una placa en la entrada, por lo demás parecía una especie de
almacén o finca de oficinas. El coche se alejó y Vázquez se quedó a la espera
dentro de su vehículo a punto de desmoronarse.
Pasó varias horas
observando la entrada, salieron un par de individuos y una mujer de apariencia
joven. Sin embargo, el hombre que había seguido continuaba atrincherado en el
interior. Esperó un poco más y comprobó que solo había una luz encendida y,
aunque no lo tenía claro, podría ser que fuese el despacho del que seguía.
Comprobó su arma, la acarició unos segundos y se dirigió hacia la entrada. Una
puerta metálica de color blanco imitando a la madera le impedía el paso. Giró
la manilla y comprobó que estaba abierta, no podía creer la suerte que tenía.
Nada más entrar se encontró con una recepción vacía y unas escaleras que ascendían
al primer piso, desenfundó el arma y comenzó el ascenso.
Nacho Valdés
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