lunes, abril 21, 2014

En el ángulo muerto Vol. 226



Pólvora


El detective entró con el arma desenfundada en el edificio, no parecía haber nadie en la primera planta y, después de escuchar unos segundos, aparentaba estar vacío. Sonrió y apretó la culata, estaba en el lugar adecuado y en la situación perfecta para los intereses que albergaba.
Pasó frente a la recepción, el logotipo de Promomarketing estaba presente en el material de trabajo pero, más allá de ese detalle, parecía una oficina anodina dedicada a gestoría. Sabía que no era así, en esas instalaciones tenía la certeza de que se fraguaban gran parte de los problemas que había estado persiguiendo. Con todo, lo que deseaba era hacerse con el listado que se había llevado el tipo que se había entrevistado con don Manuel. Era solo una corazonada pero, tenía cierta inquietud ante lo que podía encontrarse, por un momento estuvo tentado a irse por donde había entrado y olvidarse de todo en lo que se había visto envuelto. Sin embargo era tarde, ya no tenía marcha atrás y sabía que debía llegar hasta el final si quería sentirse conforme y consecuente con la investigación que había arruinado su vida cotidiana.
Se embocó hacia unas estrechas escaleras que ascendían hacia el segundo piso, se detuvo unos instantes y recordó a su familia. Cayó en la cuenta de que la había perdido en ese periplo que había experimentado, había dejado atrás lo que más le importaba a cambio de humo y sombras. Estaba realmente frustrado, incluso tenía cierto impulso de romper a llorar; era como si en su interior se hubiese fracturado algo que sabía que nunca más recuperaría y hubiese caído en la cuenta en ese mismo instante. Se sentó en uno de los escalones, desolado y con la mente en blanco sin acertar a reaccionar de ninguna manera. Un sonido proveniente del piso superior fue lo que le sacó de su estado, dio un respingo y se puso en guardia de nuevo.
Ascendió lentamente encañonando el pasillo que se abría ante él, la planta en la que se encontraba era tan parca en decoración como la anterior. Le daba la impresión de que estaban intentando ocultar lo que realmente se inventaba tras esa fachada de humildad y, aunque no tenía la certeza, algo le decía que ahí se movía mucho más dinero que el que evidenciaba ese estrecho corredor con una planta artificial como único ornato. Al final, giraba a la derecha y no podía adivinar qué era lo siguiente que se encontraría, solamente le llegaba una voz amortiguada que parecía estar hablando por teléfono pues no escuchaba la réplica. Siguió caminando a hurtadillas y al doblar la esquina se encontró con una puerta entreabierta, a través del hueco que quedaba pudo divisar una mesa de despacho en la que alguien conversaba acaloradamente con alguien que no estaba presente. Respiró hondo y se dispuso a entrar.
Empujó la puerta con el cañón del arma, las bisagras bien engrasadas no hicieron ningún sonido y le permitieron observar durante un instante al tipo al que había seguido y que le había conducido hasta ese punto. Le apuntó y se quedó unos segundos a la espera de que le descubriese, en cuanto le vio el policía hizo un gesto que indicó que debía dejar el teléfono. El otro, sin prácticamente inmutarse, cortó abruptamente la reyerta que estaba manteniendo y, después de coger unos papeles que había sobre su mesa se dirigió a una esquina de su despacho donde abrió una caja fuerte empotrada en la pared. El detective Vázquez no tuvo tiempo de reaccionar, simplemente fue testigo de lo que sucedía sin que su mente hilase ninguno de los cabos que tenía frente a él. Después, como si no estuviese en peligro de muerte, el hombre volvió a su sitio y preguntó:                       - ¿Qué es lo que desea?
-          La lista – contestó abrupto el oficial -, quiero la lista que le entregó hoy don Manuel.
-          Acabo de ponerla a buen recaudo en la caja…
El tipo no pudo terminar de hablar, la habitación se llenó con el sonido que salió de la pistola de un Vázquez que parecía haberse quedado sorprendido con su propia reacción. El otro puso una mueca incrédula y se desplomó sobre su escritorio mientras su camisa se empapaba con su fluido vital.

Nacho Valdés

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