Los dioses del rock parecieron confabularse
cuando el Muchacho me informó hace ya unas cuantas semanas de que el enorme
Jello Biafra iba a pasarse por la Sala El Loco de Valencia. Como todo parecía
demasiado bonito para ser verdad intenté confirmar el rumor pero resultó
imposible, cuando ya lo daba por perdido resultó que se confirmó el evento; el
8 de octubre, a eso de las diez y media de la noche, estaría a menos de
quinientos metros de mi casa una de las leyendas vivas del punk de San
Francisco.
La noche de marras me encontraba un tanto
nervioso, un cosquilleo en mi estómago demostraba la cercanía de mi ídolo y la
consumación de un encuentro por el que llevaba esperando prácticamente un par
de décadas. Los Dead Kennedys, sin su
inconfundible líder, ya habían girado por la geografía española perdiéndome en
aquella ocasión el show pero, en esta ocasión, para Jello no había excusa;
estaba decidido a hacer lo que fuese necesario para poder verle de una vez por
todas en directo. Al final no tuve que hacer nada especial (menos mal), todo
encajó a la perfección y simplemente me tomé la molestia de comprar la entrada
por adelantado.
Según avanzaba el tiempo, las cloacas parecieron
abrir sus compuertas y los punkis más sucios de toda la ciudad comenzaban a
acercarse a la zona del Loco Club. Todo se inundó de crestas, camisetas rotas y
chupas de cuero con la curiosa confluencia de gafipastis cuarentones
pertenecientes a la generación original de los Dead Kennedys que también hicieron el esfuerzo de acudir en manada. Curiosamente, aunque volaron vasos y
botellas de agua, ninguno de los modernuquis que se había reunido se enzarzó
con las ratas punkis que atestaban el local. Total, el aforo se dividía más o
menos a partes iguales entre modernos y tiradetes más clásicos.
La sala, como es habitual, sonó a las mil
maravillas aunque los teloneros se empeñasen en poner a prueba nuestra
capacidad auditiva y las posibilidades sonoras del local. Se trataba de un
power trío de chavaletes que practicaban el giro de melena sobre sus cuerpos
tatuados mientras su sonido saturado y distorsionado hasta la desfiguración
atronaba al personal. Aunque ponían cierta actitud, evidenciaban una absoluta
falta de aptitud musical que suplían con una guitarra que chillaba como si la
hubiesen apaleado. El cantante, al tiempo que golpeaba el mencionado
instrumento, aullaba a la luna algo ininteligible que se perdía entre el
horrible sonido. En fin, hardcore rápido de la más baja calidad.
Por fin, tras el castigo recibido, apareció el
enorme Jello Biafra ataviado con una especie de batín confeccionado a base de
collages de prensa. Salió corriendo y despidiendo por todos sus poros la
vitalidad y carisma que siempre le han caracterizado y, a pesar del evidente
paso del tiempo, se le veía en forma y motivado. La banda, los Guantanamo School of Medicine, compuesta
por guitarra solista, guitarra rítmica que ayudaba en los coros, batería y bajo
sonaba totalmente engrasada y evidenciaba la complicidad que se había
establecido en gira y ensayos. El sonido, cercano al proto-punk de los Kennedys, también tenía matices propios
y se veía como el señor Biafra disfrutaba de sus entregados y profesionales
acompañantes. El show cumplió con todos los requisitos que se esperaban:
tuvimos la consabida performance del líder, mímica y trabajo de clown y, por
supuesto, contenido político que Jello Biafra se encargó de traducir al español
en un cuaderno al que recurría para explicar las temáticas de las que trataban
las canciones.
Todos los presentes, incluido el jovencísimo
Jacobo y su bella madre, disfrutamos de un artista nato que ha hecho de la
música el canal con el que trasmitirnos un mensaje que a todos nos afecta. Por
supuesto, a lo largo del recital se fueron intercalando éxitos atemporales de
los Dead Kennedys como Nazi punks fuck off, Kill de poor y,
como no podía ser de otra manera, la irrenunciable California Über Alles llegando al colofón de Holiday in Cambodia en la que la sala se rindió al grupo de forma
definitiva.
Se trató de una noche increíble en la que
disfruté de lo lindo de un Jello Biafra que no falló a la voz y que nos ofreció
todos los ingredientes que esperábamos, seguro que ninguno de los asistentes
salió defraudado.
Nacho Valdés