lunes, octubre 10, 2011

En el ángulo muerto Vol. 118



Contradicciones

Revelé las fotos en el laboratorio de la redacción, era algo que siempre que podía hacía pues así me ahorraba la gran suma de dinero que suponía el papel, los líquidos y demás asuntos que se necesitaban. Por supuesto, cuando se trataba de algún trabajo profesional era el periódico el que corría con los gastos pero cuando tenía ocasión utilizaba esos recursos para mis propósitos personales. Dejé secar las fotografías y, después de llevarme unos cuantos carretes del cuarto de material, metí todo en una carpeta y me fui a casa para observar el resultado detenidamente. Cuando llegué decidí bajarme al bar donde iba habitualmente a ocupar la mesa que siempre solía utilizar. Cené poco y rápido mientras observaba los informativos y después pedí que limpiasen la mesa, pues no quería que se estropease mi material, y me pedí un güisqui que saboreé tranquilamente mientras pensaba ensimismado en mis asuntos. Para la segunda copa ya estaba comprobando el resultado de la sesión fotográfica que había realizado. A pesar del bullicio a mi alrededor, el lugar de encuentro que suponía el bar me calmaba y me permitía concentrarme, al menos en la mayoría de las ocasiones, en aquellos temas que me preocupaban. Alguna vez había pensado sobre esta curiosidad y siempre lo he achacado a que vivía solo, supongo que el encuentro con más gente suponía para mí una especie de terapia.
Empecé a mirar detenidamente las fotografías que había revelado en blanco y negro pues, a mi entender, ese formato captaba mejor el carácter del fotografiado. La mayoría eran primeros planos muy cercanos y alguna que otra más alejada y grupal con todos los ponentes, esto me permitía contextualizar la situación y el momento de la imagen. Lo que me interesaba, más allá de cualquier otra consideración, era lo que la expresión de Manuel Garrido me transmitía. Lo primero que hice fue observar todas las fotos detenidamente y me quedé con tres para estudiarlas a fondo. En una aparecía distraído y como ausente escuchando las explicaciones de otro de los conferenciantes; en la segunda estaba en pleno discurso y, en la última, estaba camino de la escalinata que llevaba a la salida de las tablas. La más auténtica era en la que el anciano se encontraba ensimismado pensando en sus cosas, se le podía ver preocupado y pensativo como si algo importante estuviese pasando en ese momento por su mente. Sus ojos no poseían la vitalidad habitual y parecían agotados, como si su rostro mostrase todavía más años de los que en realidad tenía. Sus manos, repletas de manchas por la ancianidad, estaban sobre la mesa, descansando del trabajo de gesticulación al que las sometía. La instantánea de su plática cambiaba radicalmente, se veía que el hombre se encontraba a sus anchas frente a un auditorio y mostraba su mejor rostro. Sus dientes asomaban por una sonrisa magnífica y calculada y sus extremidades aparecían difusas por el movimiento al que eran sometidas, los ojillos se asemejaban a los de algún pequeño depredador que está a la espera de su presa. Y, en último lugar, estaba la instantánea que mostraba el gesto severo del que se sabe observado por alguien. En esa última foto miraba directamente a cámara y cierta nube de oscuridad parecía emborronar la impecable figura que había mostrado hasta ese instante; estaba claro que mi presencia no resultaba grata para ese hombre.
El trabajo que había realizado me había ayudado a entresacar unas cuantas conclusiones interesantes o, al menos, eso es lo que yo pensaba. Lo que más claro vi fue que Manuel Garrido representaba un papel, no era una persona clara y algo ocultaba o no quería que se supiese. La diferencia de actitud y de semblante, con el añadido de que no quería consentir entrevistas, me llevó a considerar que se trataba de alguien, por lo menos, poco claro. Que mi presencia le incomodase tanto no me extrañaba puesto que estaba fisgando en sus asuntos, pero lo que más me intranquilizaba era lo medido del rol que cumplía frente a su público fiel. No sé qué era lo que sacaba en claro este hombre pero su gesto no me convencía y, después de muchos años de ejercer mi profesión, tenía cierto instinto para este tipo de cosas. Decidí que lo mejor era llegar hasta el fondo de la cuestión y que me empeñaría, a pesar de la oposición del anciano, en descubrir la verdad sobre su pasado.

Nacho Valdés

2 comentarios:

laura dijo...

Estoy deseando saber lo que oculta, porque está claro que este hombre no es trigo limpio...
La historia sigue muy bien, me gusta.
Un beso, cariño.
Laura.

raposu dijo...

..esta escena me hace rememorar "blow up"....¿aparecerá un cadaver en el fondo de una foto?...