lunes, diciembre 06, 2010

En el ángulo muerto Vol. 82




Emigrantes

Nunca había tenido la sensación de estar en un país extraño, supongo que después de un par de generaciones mi familia ya estaba plenamente integrada y prácticamente había dejado de lado sus orígenes. De todas formas, y aunque mi padre era tan español como cualquier otro, toda mi juventud la pasé escuchando que yo era el hijo de la alemana y eso fue algo que de alguna forma, la cual no me queda clara del todo, me marcó. Supongo que cuando murió mi abuela, ya bastante mayor y después de haber dedicado su vida a trabajar para los demás, fue cuando se despertó en mí la sangre germana que me empujo a perseguir fantasmas y a descubrir la fatalidad que había acompañado a los míos.
Yo ya conocía de sobra la historia de que mi abuelo había muerto en la segunda Guerra Mundial, que había sido llamado a filas y que fue asesinado en el frente. En casa lo poco que me habían contado había provocado en mí cierta idea romántica, y hasta heroica, de mi familiar. Nada más me habían dicho sobre él, únicamente vaguedades que no me permitían hacerme una idea más concreta, imagen que por otro lado no necesitaba pues me contentaba con lo que sabía. Mi abuela, sin embargo, tenía algo más que no había compartido con nadie y por no sé qué motivo quiso tratar conmigo. Ya prácticamente decrépita y a un paso de fallecer, con la memoria en apariencia disuelta en los años transcurridos, me cogió un día la mano y me miró fijamente a los ojos, por un instante pareció incluso alegre de haberme visto, como si hubiese revivido días pasados, sin embargo, lo único que hizo fue decirme unas simples palabras que penetraron en mí como un hierro al rojo vivo. Me susurró, evitando oídos extraños a pesar de que estábamos solos, que mi abuelo había muerto por un escupitajo, de una manera estúpida y sin ningún atisbo de heroísmo. Añadió que fue un asunto de mala suerte, que podía haberle pasado a cualquiera y que sin embargo eso fue lo que marcó el sino de nuestra familia. Me quedé pensativo sin saber el crédito que iba a darle a esas palabras que habían sido pronunciadas por una persona que estaba experimentando sus últimos momentos, intenté interrogarla al respecto pero su mente había vuelto a su estado habitual en el que no era capaz de distinguir personas o situaciones.
Pasé varios días con el asunto dándome vueltas en la cabeza y a punto de olvidarlo pero cuando hablé con mi madre sobre el tema, una mujer trabajadora de pocas palabras y seca por los años que se había dedicado a traer comida a la mesa, evadió el tema como si hubiese tratado de algo que hubiese sido escondido para evitar las miradas ajenas. Su respuesta, o más bien su evasiva, fue lo que me empujó a interesarme más todavía por la cuestión. Yo por aquella época estaba intentando mover unos poemas y poco o nada estaba sacando en claro, consideré que quizás fuese una buena oportunidad de hacer algo en narrativa y me propuse escribir algo en prosa. Un relato o una novela, algo que me sacase del tedio en el que estaba metido y al que no veía solución salvo dando un giro de dirección a mi carrera. Mi nombre había aparecido en alguna mención de revistas minoritarias, como cuando gané un concurso de poesía del ayuntamiento de Sevilla, pero poco más se podía decir sobre el oficio de escritor que ejercía a tiempo parcial siempre que mis innumerables trabajos me dejaban algo de tiempo. Llamé a Roberto, uno de mis conocidos que también se movía en los ámbitos literarios y quedamos para tomar un café y explicarle el tema. El asunto siempre acababa en una intensa borrachera durante la que discutíamos airadamente sobre cuestiones creativas y nunca, o casi nunca, éramos capaces de llegar a alguna determinación que nos permitiese zanjar las interminables controversias que tratábamos. A pesar de todo le tenía por un tipo inteligente y, e independientemente de que yo siempre se lo ocultaba, sus opiniones siempre calaban en mí. No sé si era por la diferencia de edad, pues él era casi quince años mayor que yo, o por su aire de señorito con el pelo pegado a la cabeza y sus ropas siempre elegantes que le dotaban de un aplomo natural, pero me convenció de que tenía una historia que podía ser la que me catapultase a la fama o por lo menos hiciese de mí un escritor a tiempo completo. En el momento me sorprendí, pues Roberto rara vez apoyaba mis puntos de vista, pero al día siguiente, cuando el alcohol se hubo disipado, me decidí a escribir algo sobre la muerte de mi abuelo.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Nacho dijo...

Esta historia empieza muy bien y promete. Espero que nos des muchos lunes entretenidos con los capítulos de esta historia.
Un besito.
Laura.

raposu dijo...

Si, estoy de acuerdo con Nacho/Laura la historia promete.

Hay una figura que me ha gustado especialmente: "...con la memoria disuelta en los años transcurridos..." (He quitado lo de -en apariencia- porque sólo es una utilidad del relato).

Sergio dijo...

Algunos somos turistas en nuestra propia ciudad, afectados por el jet lag y demás neuras modernas.

Pinta molt bé el relato.....