lunes, diciembre 20, 2010

En el ángulo muerto Vol. 84




Visitas

Recordaba los terrenos mucho más grandes, como si el paso del tiempo hubiese empequeñecido las imágenes de lo que había sido mi pasado, vino a mi cabeza la tarde que habíamos pasado en el jardín. Un día especial del que no conservaba más que retazos inconexos y una honda melancolía por la infancia. Me dio la impresión de que entonces todo era mucho más sencillo, desde ese prisma pueril todo albergaba una esperanza irrenunciable que se había convertido en descreimiento.
Reconocí el terreno y la casa desde el exterior, indudablemente estaba habitada pues había signos inequívocos de que estaba siendo usada pero, en apariencia, en ese momento nadie estaba en su interior. De alguna manera me sentía atraído por el entorno decadente por el que deambulaba sin saber bien el motivo, cada paso tenía la impresión de que me acercaba hacia la idea que estaba gestándose en mi interior, aunque era tal la febrilidad de mis pensamientos que no tenía la capacidad de hilvanarlos de manera coherente. Cuando estaba en la parte trasera, observando un desvencijado porche con una mesa en la que descansaban platos del desayuno o de la cena del día anterior, una de las ventanas de la planta superior se abrió de improviso. En un primer instante me quedé paralizado, lo mismo que el tipo de avanzada edad que estaba vigilando mis movimientos. Tras un saludo cordial que no fue correspondido, pregunté por el dueño de la casa. Me contestó en un castellano surcado por un profundo acento alemán que él era dueño y que qué quería. Le dije que únicamente hablar con él sobre el pasado puesto que mi abuela había estado en el servicio de su familia, me miró receloso y se volvió a meter en el interior cerrando tras de sí y dejándome a la espera de algo que no tenía claro pues había sido realmente parco en su trato y diálogo. Estuve unos segundos a la espera, no tenía claro si quedarme a esperar noticias del anciano o irme corriendo por si había llamado a la policía y me pedían explicaciones por haber allanado una propiedad privada. Contemplando mi reflejo en la cristalera del piso inferior comprendí que no ofrecía demasiada confianza pues en mi cara afloraban los estragos de la noche que había pasando con Roberto discutiendo de literatura y proyectos; además, había salido corriendo de casa y no me había afeitado ni cambiado de ropa, era la imagen viva del desaliño. A pesar de todo, el anciano se presentó frente a mí y salió al exterior, tuve la corazonada de que se sentía más solo de lo que yo podía llegar a imaginar. El hombre estaba enjuto y vestía de forma extraña, como si todo el brillo de la aristocracia a la que había pertenecido se hubiese deshecho en las ropas descuidadas y gastadas. Aún así, tenía una planta noble que todavía se mantenía firme a pesar del evidente paso del tiempo. Sus ojos glaucos me interrogaban sin que sus labios profiriesen ninguna palabra, me preguntaban sobre los motivos que me había llevado hasta allí y por lo que deseaba. Titubeante, comencé mi discurso explicándole que era el nieto de una de las mujeres que había llevado desde Alemania, que me dedicaba al oficio de escritor y que estaba indagando sobre la historia que había llevado a mi abuelo a la muerte y a mí a nacer en España. Dándome la espalda volvió a la vivienda sin contestarme, yo me quedé sin saber qué hacer o decir, totalmente confuso. Cuando el anciano iba a atravesar la puerta se dio la vuelta y me espetó que si no deseaba acompañarle. Sin pensármelo dos veces seguí sus pasos.
La casa se mantenía más adecentada que los jardines, saltaba a la vista que alguien se ocupaba regularme de su limpieza y organización. El sujeto que me guiaba con sus pequeños pasos me llevó hasta una pequeña salita de estar e indicándome que me sentase en una de las butacas me preguntó si prefería un café o un té, yo le contesté que era más de whisky y el tipo, con una media sonrisa, se alejó por un pasillo desde donde llegó al rato el tintineo de los vasos y el hielo. La mansión parecía una especie de museo consagrado al pasado, todo plagado de extraños recuerdos y fotografías en blanco y negro que trasladaban mi imaginación a la Alemania de mediados del siglo XX. Antes de que pudiese realizar una indagación más profunda, el hombre reapareció con dos vasos cargados con el pardo licor.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Pues el relato creo que va ganando en expresividad y riqueza a medida que avanza; a mí me está gustando.

Ya veo que hay un jardín desaliñado en el que algunas raras especies, como Muchacho_Eléctrico, pueden encontrar refugio.

Acecha...

laura@educacionysistemas.com dijo...

La historia se pone cada vez más interesante.
Un beso,cariño.
Laura.