lunes, diciembre 13, 2010

En el ángulo muerto Vol. 83




Sin dirección

Tras la noche que había pasado junto a Roberto mi cabeza parecía a punto de estallar, los restos de todo lo que había bebido no me habían alejado del objetivo que me había propuesto y para el que, curiosamente, mi conocido me había empujado. La luz que entraba en mi apartamento, ya pasado el mediodía, cuando me desperté, pareció borrar todo atisbo de la creatividad que el día anterior me había asaltado. Era algo usual en mí, los excesos solían imbuirme en un estado depresivo que, aunque aplastante en un primer momento, no se dilataban demasiado en el tiempo.
Me decidí, sin nada mejor que hacer, por empezar a buscar mi inspiración en la casa en la que mi abuela había servido durante prácticamente la totalidad de su vida. Pertenecía a una familia pudiente de origen alemán y supuso, a pesar del servilismo que acompañó la existencia de mi familiar, el pasaporte para su supervivencia. Supongo que supuso un precio alto, pero para una persona como mi abuela que provenía de una zona rural, era algo así como un trabajo que abría el horizonte a nuevas oportunidades. Cuando mi abuelo murió en el frente, todos quedaron, al desaparecer la cabeza visible, huérfanos y presa de la incertidumbre que se presentaba en forma de un porvenir incierto pero, a pesar de la fatalidad una nueva oportunidad se abrió en forma de un pasaporte falso y un viaje clandestino atravesando media Europa. La rancia aristocracia, afín por convicción y ascendencia con el nacionalsocialismo, decidió, en vistas de la decrepitud y previsible caída que acechaba al Reich, irse del país para emigrar a un lugar donde no tuviesen que rendir cuentas a los aliados. Esa fue la carambola de la fortuna que provocó que yo naciese, si no hubiese sido por dicha circunstancia, mi abuela y mi madre que todavía era una niña, se hubiesen quedado en un país arrasado por la contienda. El objetivo era llegar a Sudamérica, lugar de refugio de numerosos nazis que se disiparon entre el gentío del nuevo mundo, e iban a utilizar como trampolín el régimen nacional catoliscista español que prestaba ayuda velada a muchos disidentes alemanes. El caso es que tomaron gran parte de su patrimonio, abandonaron las posesiones materiales y, junto a su servicio en el que estaba integrada mi abuela, recalaron en España con afán de poner tierra de por medio con respecto a la limpieza que el comunismo estaba efectuando en su país de origen. El motivo por el que no continuaron su camino hacia Argentina o Chile, o cualquier otro país en el que confundirse entre los muchos inmigrantes huidos, era para mí un enigma.
Estuve caminando hasta las afueras de la ciudad con el fin, no sólo de despejar mi cabeza, sino también de ordenar mis ideas pues se me antojaba un imposible el conseguir remontar un relato que, después del vigor alcohólico, me parecía una quimera. Pocos caminos tenía que recorrer para recabar información, pues se podía afirmar que mi madre prácticamente no había conocido a mi abuelo y los vínculos de los míos con el país bávaro se habían difuminado por la distancia. Lo único que tenía claro es que el personaje sobre el que orbitaba mi idea se había llamado Hackett y que compartíamos ascendencia y apellido, el resto del relato que había llegado hasta mí se podía considerar adulterado y en cuarentena. Pues, según la versión aceptada en el seno de mi estirpe, había fallecido en combate, en el frente luchando contra los comunistas, tras ser arrancado de un pequeño pueblo llamado Ering cercano a la frontera con Austria. Por lo que había deducido no era más que un aldeano que fue llamado a filas y estos indicios me hacían dudar de su sincera filiación con el nacionasocialismo. Lo más probable es que, carente de la más mínima formación, se embarcase cargado de mentiras en la cruzada que el régimen les había vendido o, quizás, simplemente fuese uno más de los fogosos nacionalistas que por aquella época florecían en pos de un futuro imperialista que suponían les pertenecía. Me daba exactamente igual, ningún vínculo afectivo nos unía y lo que deseaba era esclarecer el asunto para conseguir el contenido necesario para la elaboración de mi escrito.
Cuando llegué ante el portón de la finca la edificación estaba sumida en la depresión más absoluta, la vegetación, la pintura desvencijada y el jardín prácticamente salvaje ofrecían un aspecto desalentador que invitaba a pasar de algo. Observé entre el enrejado y busqué en vano algún timbre o método para comunicarme con el interior, ante la ausencia de ningún mecanismo empujé la puerta que se entornó chirriando cediéndome el paso.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Va a resultar una historia más compleja de lo que parecía en el primer capítulo. Pues nada, sigamos a Roberto, como seguimos a Ramiro (...¿significará algo la R?...).

Espero con impaciencia la irrupción en escena de Muchacho_Electrico.

Sergio dijo...

El ejercicio Bolañista crece por momentos. Es una historia atrayente. ¿Quién sabe si la inquietante figura de Muchacho Eléctrico mostrará sus fauces?

El lunes próximo la respuesta...