Soledad
Después de pagar al taxista entró en casa con sumo cuidado,
había perdido la noción del tiempo y no tenía claro si podía despertar a su
familia. Se sentía como un adolescente que llegaba tarde, tenía la impresión de
que en cualquier instante le sorprenderían cruzando el umbral y sería duramente
reprimido. No sucedió nada de eso, simplemente entró y se le hizo patente una
profunda sensación de soledad que hacía mucho tiempo que no caía sobre sus
hombros. No recordaba la última vez que le había pasado pero resultaba una
emoción reconocible; estaba aislado, no tenía dudas al respecto. El interior
estaba extrañamente fresco, rozó el radiador y comprobó que no estaba encendida
la calefacción. Le resultó extraño, no era habitual que Eva dejase esos
detalles al azar. Continuó entrando a hurtadillas y llegó hasta el salón, todo
estaba recogido y no había señales de vida en ningún rincón de su hogar. La
situación comenzaba a intranquilizarle. De camino a las habitaciones se cruzó
con su propio reflejo en el espejo del pasillo, estaba hecho una
catástrofe y casi deseaba que nadie le
viese en esa disposición. Aún así, estaba realmente intranquilo ante su hogar
vacío. Llegó al cuarto de Marcos y descubrió que su hijo no dormía en su cuna,
después fue a la habitación principal y halló su cama perfectamente recogida
con una sucinta nota sobre la almohada
que rezaba: - Estamos en casa de mi madre, no soporto ni un minuto más aquí
sola. Te llamo mañana.
El recado que le había dejado Eva terminó de hundirle, se
había quedado sin nada de lo que apreciaba por perseguir a un tipo contra el
que probablemente no reuniese pruebas suficientes. Palpó de nuevo su arma
reglamentaria, hacía mucho que no disparaba y realmente era lo único que le
pedía el cuerpo: destrozar a don Manuel y quitarse de encima ese problema que
ya comenzaba a pasarle una factura demasiado elevada. Desestimó la idea, era
demasiado arriesgado y no quería perder definitivamente a los suyos al ingresar
en prisión.
Se aseó, afeitó y se cambió la ropa destrozada. A pesar de
las ojeras violetas y el rostro demacrado, tenía bastante mejor aspecto. Debía
dar un giro definitivo a la situación si no quería acabar consumiéndose
definitivamente. Cogió dinero y pidió un taxi, en comisaría conseguiría algún
vehículo mientras le devolvían el suyo. Llegó a la central para quedarse a la
espera de que terminase el turno nocturno, pensó que sería una buena idea
practicar con el arma en la galería del sótano. Bajó y comprobó que su puntería
seguía intacta, hizo varias dianas imaginando que se trataba de don Manuel y
sus escoltas. Después dedicó un buen rato a limpiar su arma y se tomó un café,
pidió un cigarrillo a un compañero al que apenas conocía y se lo encendió en
las mismas oficinas sin preocuparse de las posibles consecuencias. Daba igual,
no había nadie para echárselo en cara. Los fluorescentes bajo los que se
encontraba provocaban un resplandor azulado que ofendía a sus ojos insomnes, de
buena gana hubiese apagado la luz y se hubiese echado sobre una mesa a
descansar.
Comenzó a deshacerse de trabajo atrasado y consiguió avanzar
en los asuntos pendientes a los que no había prestado atención. Si lograba
quitarse de encima informes y demás burocracias estaría libre de nuevo para
dedicarse a don Manuel. Justo en ese instante entró el agente Esteban por la
puerta. El detective le fulminó con la mirada mientras el otro se parapetaba
tras su ordenador y procuraba esquivar su inquisitiva atención.
–
Deberías
estar vigilando. – Le dijo Vázquez mientras le atemorizaba con una expresión de
odio.
-
No creo que sea buena idea, el asunto nos está
superando – respondió tímidamente el otro.
-
Estás fuera – indicó con tono contenido el
detective -, a partir de ahora te dedicarás a los asuntos que teníamos
pendientes. Ya hablaremos cuando termine este asunto.
Después se alejó con una sonrisa hasta su escritorio y
siguió con lo que estaba haciendo.
Nacho Valdés
1 comentario:
¿para qué necesita familia si ya tiene a Don Manuel?...
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