lunes, noviembre 14, 2011
En el ángulo muerto Vol. 123
Una única salida
El señor Garrido esperaba que lo que me había echado en la taza hiciese efecto, yo me debatía en el suelo entre tremendos dolores que atenazaban mi estómago. Eran tan incisivos que ni tan siquiera era capaz de gritar, como si mis cuerdas vocales se hubiesen paralizado debido a la toxina que había ingerido. Con un esfuerzo sobrehumano me metí los dedos hasta la garganta intentando provocar una arcada que me llevase al vómito, comencé a realizar ruidos extraños y sordos que mis dos atacantes escuchaban como si tal cosa. Parecía que estaban viendo un documental en la televisión o una pelea en la calle desde su ventana, como si no fuese con ellos y no tuviesen ninguna responsabilidad sobre lo que me estaba sucediendo. Yo me debatía y luchaba contra lo que parecía ser un final tremendo entre terribles padecimientos, intentaba una y otra vez sacar de mi sistema digestivo la horrible ponzoña que me habían administrado. No era consciente de lo que sucedía a mi alrededor pues estaba aterrorizado intentado superar la situación que se me había presentado. Cuando por fin logré sacar de mi interior el veneno que se llevaba mi vida, devolví todo lo que había comido en ese día y la alfombra del señor Garrido recibió toda la bilis y restos orgánicos a medio digerir que se habían mezclado con el maligno elixir que había tomado junto al té.
Fue en ese momento cuando recibí el golpe pues, al vomitar, me encontré inmediatamente mejor y levanté la vista suplicando algo de ayuda. La varonil mujer que hacía las veces de asistenta me sacudió con un mazo de cocina que hizo que mi mandíbula se tambalease, caí de espaldas aturdido mientras la voluminosa señora se abalanzaba sobre mí blandiendo el mortífero utensilio para ablandar filetes con el que deseaba acabar con mi vida. Tuve la suficiente habilidad para repeler el ataque con una patada directa al pubis de la anciana, ésta salió disparada contra una de las estanterías y frenó su agresión el tiempo suficiente como para que me incorporase oscilante. Me puse en guardia y, cuando se lanzó gritando de nuevo dispuesta a triturar mi cabeza, reventé la cámara de fotos contra su nariz. El teleobjetivo estalló en pedazos y me quedé con el cuerpo en la mano, puesto que la mujer todavía se mantenía en pie y no parecía desistir de sus ansias homicidas pasé al ataque y golpeé con fuerza con lo que quedaba de mi cámara destruida. Creo que no solo hice añicos mi herramienta de trabajo, la mujer también quedó malparada y cayó al suelo inconsciente.
Tuve que apoyarme unos instantes para recobrar el aliento, la toxina todavía estaba en mi organismo y estaba un tanto mareado. Pegué unas bocanadas profundas para recuperar algo de vitalidad y me di la vuelta en busca del señor Garrido que era el que había provocado el altercado. Se había arrinconado y me miraba fijamente, su pequeño cuerpo parecía haberse encogido todavía más y su bigote daba la impresión de haber perdido el brillo y color del que solía hacer ostentación. Sus ojos mostraban una emoción que nunca antes había detectado en él, estaba aterrorizado y me observaba temeroso de mi posible reacción. Yo me quedé unos instantes clavando la vista en sus ojillos oscuros, no sé qué tiempo estuvimos así pero solo dejé de hacerlo cuando una mancha de orín comenzó a teñir la pernera de su pantalón. El hijo de puta se estaba meando encima y eso ya era de por sí una gran satisfacción. No sé cómo fui capaz de frenar mis ansias de venganza pero decidí que sería mejor no tomarme la justicia por mí mismo, después podría traerme problemas y, realmente, yo era la víctima de este feo asunto.
Me di la vuelta y abandoné la vivienda, buscaría asistencia médica y después estaba decidido a denunciar lo que había vivido. La policía encontró al señor Garrido oscilando de la lámpara de su salón, había utilizado el cinturón para acabar con su vida. Supongo que su débil físico fue lo que hizo que el falso techo de escayola aguantase su peso, alguien más robusto probablemente se hubiese salvado o se hubiese visto obligado a utilizar otro medio para acabar con su vida. La mujer se recuperó de los golpes recibidos y no me llegó ningún tipo de notificación o denuncia por la tunda que le había metido, supongo que el intento de envenenamiento y los golpes que había recibido eran más que suficientes para exonerarme de cualquier responsabilidad. Yo, por mi parte, salí bien parado del intento de asesinato. Tuve que someterme a un lavado de estómago y estuve convaleciente un par de semanas y, tras la recuperación, destapé la sucia historia de engaño y falsedad que el viejo había montado. De hecho, el reportaje acabó convertido en una novela que me reportó numerosas menciones. Se puede decir que fue la única vez que me jugué la vida por lo que más me gusta, escribir.
Nacho Valdés
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
!!!!Vaya peloteo¡¡¡¡Como se nota quien manda en casa.
primero lo de Drexler y ahora esto, que fuerte.
Deus ex machina... pero deus al fin y al cabo...
Buen relato.
Abrazos.
Jaaarlll...
Jaja Claudicate et vivebitis. No había leído el final aún. Me ha gustado mucho el relato, pero con lo bien que has jugado este punto has fallado una bolea clara. Te ha temblado la muñequita! jajaj
Publicar un comentario