lunes, noviembre 07, 2011

En el ángulo muerto Vol. 122



La última embestida

Le tenía contra las cuerdas y solo necesitaba una confesión para ponerme a trabajar en el que había sido un engaño que, sorprendentemente, no se había destapado con anterioridad. El señor Garrido sudaba por las sienes y mantenía la vista baja, todo el orgullo que había mostrado hasta la fecha se había disuelto como el azúcar del té que me estaba tomando. Decidí que lo mejor sería volver al ataque, hacer que se rompiese en pedazos su voluntad para después recomponerla y mostrar al mundo la estafa que ese pequeño individuo había orquestado.
- Su silencio es lo más elocuente que he recibido en las conversaciones que hemos mantenido –comencé-, quizás va siendo hora de que me diga la verdad y terminemos con este juego. ¿No le parece? –Le intenté ofrecer una salida a la doble vida que estaba llevando pues tenía la seguridad de que esa tensión estaría pesándole sobre la conciencia.
- Usted no lo entiende –musitó-, esto va más allá de lo que usted cree.
- Lo único que creo es que usted lleva bastante tiempo llenando sus bolsillos de dinero y sus estantes de distinciones, creo que es el momento de descubrir todo lo que lleva usted encubriendo con su tergiversación.
- Yo también tengo que vivir –protestó- y lo que me sucedió de manera casual se ha vuelto una importante misión. Lo mejor será que se lo explique mientras tomamos otra infusión.
- Mire, estoy harto de tanto té –antes de que terminase mi protesta la asistenta ya había traído otra bandeja cargada con lo necesario para rellenar las tazas y, a pesar de que hice un gesto con la mano intentando evitar que me sirviese ya me había rellenado la tacita.
- No sea estúpido y escuche –continuó el anciano-, esto es más serio de lo que usted pueda opinar desde la atalaya de su soberbia.
- No sé de qué me está hablando –di un sorbo a la bebida, habían cambiado la variedad y tenía un gusto ligeramente distinto-, pero creo que aquí el único que ha pecado de soberbio ha sido usted al pensar que estaba por encima de los supervivientes reales.
- Mire maldito estúpido –el hombre se puso inusitadamente agresivo-, yo soy de los pocos activistas que podrán evitar que se repita un desastre como el de la Segunda Guerra mundial.
- ¿De qué está usted hablando? Creo que lo que ha conseguido es perder la cordura –cuando dije las últimas palabras el hombre parecía a punto de estallar-.
- Escúcheme –dijo impaciente-, los supervivientes no tienen la fuerza psicológica para alarmar sobre el pasado mientras que yo sí que puedo ser la persona adecuada para poner a Europa sobre aviso.
- ¿Y quién le ha dicho que tiene esa capacidad? – Le observé con desdén.
- Lo veo en los ojos de la gente, me escuchan y soy un educador que podrá avisar a las generaciones futuras de los peligros fascistas que nos acechan.
- Creo que está loco y, de hecho, debería irme para ponerme a trabajar sobre este asunto que se me antoja bastante turbio –hice el gesto de levantarme pero la conversación parecía estar mareándome y volvía a caer sobre la silla-. ¿Puede darme un vaso de agua? –Pregunté-, creo que me encuentro un poco mal.
- Beba usted un poco más de té, seguro que le ayuda. Al fin y al cabo no es más que agua con un poco de sabor.
- Está bien –apuré la taza hasta el fondo pero lejos de mejorar parecía estar peor, la bebida no estaba ayudándome-. ¿Qué está pasando? –Acerté a preguntar mientras la habitación comenzaba a dar vueltas a mi alrededor.
- No se preocupe, déjese llevar. Será lo mejor.
- Es usted un bastardo –musité mientras intentaba provocarme el vómito.
- Es demasiado tarde, será mejor que se deje llevar pues en caso contrario resultará mucho más doloroso.
Me tumbé en el suelo mirando al techo que atravesaba una grieta prácticamente imperceptible que iba, recorriendo las molduras de escayola, hasta una de las paredes para después esconderse tras una de las estanterías. Únicamente podía pensar en que el viejo me la había jugado y que esa historia me había salido demasiado cara, le observé y él me echó un vistazo distraído mientras se atusaba su bigote teñido.

Nacho Valdés

3 comentarios:

cristina dijo...

Uauuu, que interesante se está poniendo el relato...tanto té, tanto té, no era normal. JA! me he reido bastante imaginándome el momento té...
El final del texto, cuando va perdiendo la consciencia, también me ha gustado bastante...muy descriptivo.

Enhorabuena por el escrito 122 Abrazos.

raposu dijo...

El tempo y ritmo se van acelerando...ya estamos en los insultos y envenenamientos.

Enseguida llegamos a los cánticos regionales y negación de la evidencia.

laura dijo...

Ya sabía yo que ese té no escondía nada bueno...Me está gustando mucho el giro que va tomando la historia.
Un beso, cariño.
Laura.