lunes, octubre 11, 2010

En el ángulo muerto Vol. 74




Última salida

Me acostumbré rápidamente al hedor de los cuerpos encerrados, era un olor animal y primitivo que se mezclaba con la humedad de la bodega pero que resultaba mejor que mi posible muerte. Confinado entre los negros no podía tener constancia de lo que sucedía en la nave, ni siquiera era consciente de si era de día o de noche, simplemente pasaban lentamente las horas entre los quejidos de los que me rodeaban. La mayoría se encontraba en un estado físico lamentable y, a pesar de que algunos sobrevivían de manera envidiable, otros parecían a punto de perder la vida.
Entre las sombras escuchaba como la tripulación se movía por cubierta, no era capaz de determinar si se trataba de los trabajos cotidianos o si, por el contrario, estaban buscándome para acabar conmigo. Yo me mantenía al fondo de la bodega, entre una multitud informe de negros que prácticamente no se movían, a cada sonido cercano a la entrada daba un respingo y me ponía en guardia, no sabía cuando vendrían a encontrarme. Lo que me acabó de confirmar que no me buscaban fue el hecho de que entraron en la bodega para alimentar a la carga de negros, fue como si estuviesen dando de comer al ganado. Dejaron un pequeño barril de agua, insuficiente para todos los que debían hidratarse, y lanzaron la comida en todas direcciones para que los cautivos se peleasen por ella. Los negros, en un primer momento, se lanzaron a por el sustento como si fuesen depredadores en la noche mientras el encargado de avituallarles sonreía mientras soltaba de vez en cuando una pequeña fusta en la espalda del que tuviese más cercano. Sin embargo, en cuanto volvió a cerrarse la puerta el espectáculo me dejó boquiabierto. Lo que hacía unos segundos parecía una marabunta de animales descontrolados se transformó ante mis ojos y comenzaron a repartir la comida que habían recogido, interpreté que lo que habían hecho era una especie de espectáculo para que los captores se quedasen satisfechos y así de paso salvaban la mayor cantidad de comida de las ratas que nos rodeaban. En cuanto volvimos a quedarnos solos la masa se volcó con los más necesitados, los primeros que recibieron comida y líquido fueron los que se encontraban más débiles; algunos niños y mujeres a los que apartados, cerca de mí y alejados de la puerta. Me percaté de que lo que a ojos de un blanco parecían unos salvajes aunque estaban, sin embargo, dotados de una solidaridad innata con la que nosotros no contábamos. Quedé conmovido por la ayuda que se prestaban entre ellos y comprendí que era esa la clave para que sobreviviesen a la dura travesía que estábamos experimentando, en un intento de mezclarme entre ellos, puesto que eran mi única compañía, puse mi escasa comida a su disposición. Con aire desconfiado me miraron de soslayo con esos grandes ojos que destacaban en la oscuridad y sobre su piel morena y aunque con un sentido práctico envidiable tomaron el alimento que les prestaba, no hicieron ningún gesto que pudiese interpretar como de gratitud.
Después de un tiempo indeterminado que me pareció eterno, tras dar vueltas y vueltas al callejón sin salida en el que me encontraba, comprendí que para salir del atolladero debería valerme de los que me rodeaban. Esos pobres diablos que iban a ser vendidos como esclavos suponían mi única oportunidad, supondrían el músculo que necesitaba para enfrentarme a la tripulación y conseguir salvar mi vida. Mi vista acabó por acostumbrarse a la penumbra y, como si fuese un indicador del día y la noche, las traviesas del techo dejaban pasar algo de luz. De esta manera, cuando tuve la seguridad de que la negrura se había abalanzado de nuevo sobre el barco, volví a salir de mi prisión para dar el último paso hacia la libertad. La puerta estaba cerrada por fuera, no tuve problemas para forzarla con mi machete y, antes de salir al exterior, recé unas oraciones y me lancé a la caza de la liberación.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Manuela dijo...

Se lo estas poniendo cada vez más negro a nuestro protagonista... a ver como sale de ahí...

Esperando impaciente la próxima entrega.

Manuela

raposu dijo...

Nuestro anti-contra-super-héroe nunca deja de sorprendernos. Ni las más negras situaciones consiguen doblarle...