lunes, octubre 04, 2010

En el ángulo muerto Vol. 73




Desesperación

Cuando volví a mi catre comencé a reparar en las consecuencias de mi acto. Realmente no sentía ningún tipo de empatía para con mi víctima, se trataba de una cuestión que estaba más allá de la simple compasión, era algo referente a mi supervivencia y eso estaba por encima de cualquier otra consideración. Sin embargo, me había dejado llevar. Mis manos y ropas se habían manchado de la sangre del pobre borracho al que había apuñalado, me había convertido sin pretenderlo en carne de cañón y probablemente al día siguiente sería pasto de los peces. Consideré otra salida para la encerrona en la que yo mismo me había metido y, aprovechando la seguridad que me ofrecía la noche, me deslicé hacía la cubierta esperando que se me ocurriese alguna solución. La luna estaba en estado creciente y prácticamente no tenía luminosidad, fui reptando entre las maromas y el velamen preparado para ser utilizado en cuanto volviese a soplar el viento, saqué mi cuchillo y escuché atentamente para comprobar dónde se encontraba la guardia de la noche. No se oía absolutamente nada, únicamente el crujir de las traviesas y las maderas al ser golpeadas por el escaso oleaje. Continué ocultándome avanzando hacia donde solía situarse la vigilancia, me escondí tras uno de los barriles llenos de brea y observé atento con mis ojos ya acostumbrados a la penumbra. A lo lejos, apoyado en un improvisado respaldo formado por tablones, estaba uno de los jóvenes marineros a los que les tocaba la guardia. Para llegar hasta él tenía que atravesar una zona sin ningún posible resguardo, me arrastré sobre mis codos y, con gran esfuerzo, llegué a su altura. Estaba completamente dormido, quizás algo borracho y llevaba sujeto un candil sin llama. Le observé unos instantes, meditando sobre qué hacer cuando repentinamente abrió los ojos y su expresión mudó del terror a la sorpresa en un instante imperceptible. Mi mano se lanzó, empuñando el arma, contra su pecho. No es que fuese algo meditado, fue un golpe instintivo al que no pude resistirme. Un gruñido ahogado salió de su garganta, intentó gritar pero le tapé la boca con mi mano libre mientras hundía una y otra vez la hoja hasta la empuñadura. En pocos segundos acabó todo, arrastré el cadáver hasta la borda y lo tiré al océano oscuro. El cuerpo se hundió sin dejar rastro y volví sobre mis pasos para recuperar la lámpara que el marinero portaba consigo.
No tenía claro el turno de guardia, si eran varios los que tenían adjudicada la vigilancia nocturna o si había acabado con todos los marineros que estuviesen despiertos. Preferí no arriesgarme más y bajé a la bodega, recargué mi cantimplora con las escasas reservas de agua con las que todavía contábamos y conseguí algo de alimento del que se reservaba para repartir a diario. Decidí esconderme entre la carga clandestina que llevábamos bajo el puente, por suerte el portón no tenía ningún tipo de cerradura especial y pude entrar sin complicaciones. Me embadurné con los restos de hollín del farol y oculté mi tono pálido para que no resaltara en la oscuridad, encendí la llama y entré por primera vez entre aquellos hombres y mujeres que me miraban con su dentadura y ojos increíblemente blancos. Algunos estaban desnutridos pero, en líneas generales, parecían estar en mejor estado del que hubiese esperado. Me observaban recelosos, sin saber qué me proponía, hice un gesto para que guardasen silencio y me fui hasta el fondo de la bodega. Eran verdaderamente dóciles, parecidos al ganado adocenado a base de maltratos y una férrea disciplina, por ese motivo no me fue difícil utilizar a algunos de ellos como parapeto para intentar evitar ser descubierto. Me deshice de mis ropas y tinte de un tono oscuro mi torso, probablemente no sería descubierto y podría pasar varios días desapercibido hasta que llegásemos a tierra. Con un poco de suerte la tripulación podría considerar que mi desaparición había sido consecuencia de los extraños acontecimientos que se habían producido durante la noche. No tenía respuesta, sólo me quedaba esperar y confiar en que la fortuna no me abandonase.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Así me gusta, vuelta a la normalidad: puñaladas, asesinatos, traición y sigilo. Lo echaba de menos.

Por cierto, nuestro héroe las está pasando negras (je, je, no me puedo resistir).