lunes, octubre 25, 2010

En el ángulo muerto Vol. 76




El fin

Los sonidos del exterior me indicaban que estaban a punto de echar la puerta abajo para capturarme, era cuestión de segundos que cayese bajo las garras de los marineros a los que había ido diezmando. Tenía claro que mi vida ya no tenía ningún valor, y menos en altamar alejados de las autoridades que quizás podrían, debido a mi rango y origen, desnivelar la balanza a mi favor. La situación era distinta, estaba a merced de la ley del más fuerte y, en este caso, el débil y perseguido era yo. Mi cabeza bullía en busca de ideas, ni tan siquiera había sido capaz de trabar la puerta en un intento de frenar el avance de mis enemigos, estaba paralizado por la circunstancia en la que estaba inmerso. Decidí que mi existencia tendría algo de valor si me entregaba, la lucha contra los que me habían cercado sólo podría suponer mi, más que segura, desaparición. No contaba con armas para la lucha y me superaban en número, era cuestión de segundos que acabasen con mi vida si combatía contra los que me esperaban fuera. Abrí la puerta con cuidado utilizando la hoja de mi cuchillo; en el exterior, la congregación de rudos marinos retrocedió unos pasos a la espera de comprobar mi reacción, todos cargaban con sus armas y, por lo visto, puesto que no habían abierto fuego, querían capturarme con vida. Arrojé el machete sobre la cubierta iluminada por las primeras luces del alba, tintineó y levanté las manos para indicar que me rendía sin condición. Los hombres que tenía frente a mí gruñían y hablaban inteligiblemente, avancé unos pasos y me situé frente a ellos. El capitán, con una sable en la mano, se posicionó frente a mí y levantó la mano, cerré los ojos resignado a mi triste final cuando el golpe que me propinó con la empuñadura me tumbó sobre los tablones. Quedé sentado sin saber dónde me encontraba, sangrando por la frente y observando desorientado lo que me rodeaba, el hombre volvió a descargar el puño contra mi cabeza y perdí el sentido.
No sé el tiempo que me pasé inconsciente pero cuando desperté el sol estaba más allá de su cénit y mi cabeza latía por los impactos recibidos. Estaba atado, sujeto a uno de los mástiles mientras en el navío la tripulación estaba inmersa en sus tareas cotidianas sin prestarme ninguna atención. Me tenían tan firmemente trabado que no sentía mis extremidades, parecían haber desaparecido misteriosamente pues no tenía ningún tipo de sensibilidad. El calor del día me azotaba y mi torso desnudo y mi cabeza dolorida y sin protección comenzaban a torturarme, tenía la impresión de estar desecándome lentamente, abandonado a la intemperie como una animal. El capitán se dirigió a mí y me preguntó por mi origen, probablemente sospechaba que tenía más valor vivo que muerto, yo me negué a hablar, simplemente pedí agua para aliviar mi sufrimiento. El hombre me explicó que no probaría líquido o bocado a no ser que explicase mis circunstancias y que, en caso de que me negase a colaborar, me dejarían morir de inanición y sed en cubierta. Me mantuve firme y mi mente, al cabo de unas horas sufriendo los rigores de la temperatura del Caribe, empezaba a desbarrar y adormilarse. Ese fue el motivo por el que no supe cómo sucedió un hecho que fue trascendental para lograr mi salvación.
Un grito de uno de los tripulantes fue lo que me espabiló ligeramente, de la bodega comenzaron a salir negros famélicos que con sus ojos desencajados atacaron a los marineros que los habían mantenidos cautivos durante toda la travesía. Utilizaban todo de lo que disponían como uñas, dientes o cualquier objeto romo que pudiese ser utilizado como arma. Los integrantes del buque se defendieron como pudieron pero fue tal el empuje de los salvajes que acabaron atrapados, como si se tratase de roedores, en el puente de mando donde yo me encontraba. Al verse sin salida un par se tiraron por la borda hacia una muerte segura y lenta, mientras que el resto tiraron las armas en un intento de búsqueda de piedad. La tribu que tenían delante ni por un instante dudó de la necesidad de acabar con sus captores, se abalanzaron sobre ellos y los descuartizaron con una profunda rabia que llevaba tiempo acumulada en la oscuridad de los entresijos del barco. Cuando hubieron acabado, flacos, sucios y cubiertos de la sangre de sus enemigos, hicieron una especie de danza mediante la que mostraron su alegría. Después, me observaron detenidamente y, convencido de que mi suerte sería la misma que la de los otros blancos, comencé rezar ostentosamente. Uno de los negros, un joven todavía vigoroso para la situación que había padecido, se acercó a mí con uno de los sables de la tripulación en la mano. Le miré a los ojos y, en lugar de rebanarme de arriba abajo, cortó mis ataduras y me ofreció agua. A los pocos minutos, tras hidratarme, me di cuenta de qué era lo que querían de mi persona. Sabían que yo era el único capaz de dirigir la nave, así que habían tomado la determinación de no asesinarme para que les pudiese llevar a tierra. Con decisión tomé el timón y, haciendo gestos ostentosos para que mis tribales tripulantes hiciesen lo que yo ordenaba, fui capaz de poner rumbo a la libertad.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Bueno, está claro que has querido poner fin a esta saga y para eso has levantado en armas a la negritud.

Los seguidores de nuestro héroe nada tenemos que oponer a la liberación negra, pero... ¿dónde van a ir? ¿se encontrarán con otros habitantes? ¿se llevarán bien? ¿fundarán una colonia?...¿matarán al héroe cuando dejen de necesitarle?.

¿De verdad que nos vas a dejar en este océano de dudas? :-)

laura dijo...

¿Y cómo se liberaron los negros?
Cariño, termina de contarnos toda la hsitoria, por fi!
Un beso.
LAura.