lunes, marzo 08, 2010

En el ángulo muerto Vol. 50


En blanco

Las arañas observaban desde los rincones de la alcoba todos mis movimientos, mi deambular nervioso en busca de la musa que me permitiese volar. Estaba oscuro y hacía frío, quizás me faltase el amor, la pasión y la vida que me permitiese arrancar un puñado de emociones. Las vigas del techo se acercaban a mí, se convertían en la prisión de la que no podía escapar, esa maldita cubierta sobre cuatro paredes se cernía sobre mí dejándome sin aire. Me costaba respirar, me dolía la cabeza y estallaban los recuerdos que ya había olvidado intentando encontrar el camino para dejar atrás el blanco gigante que se levantaba frente a mí. Quizás fuese el disolvente, pero no era capaz de concentrarme.
Entraba un haz de luz bajo la rendija de la puerta de madera, el viejo portón apolillado que nunca se cerraba del todo, que permitía que mis ideas se escapasen y no volviesen. Porque las ideas vuelan y se van, por eso las encierro en lienzos enormes que después me persiguen en sueños. Éstas son las menos, la mayoría se va por los agujeros, por todos los lados. Entre las sábanas huyen despavoridas, quieren ser libres, pero yo las quiero cautivas. Las necesito para alimentar mi tremenda vanidad, sin ellas no soy nadie, son el fruto de mi esfuerzo y mi pasión pero quieren dejarme atrás. Empapo el trapo en disolvente, el olor penetra, con él tapo el resquicio de la entrada. Las ideas odian el disolvente, ninguna de ellas se marchará ocultando sus salidas. Las tengo atrapadas, puedo sentir como se refugian, como me esquivan y vuelan con las arañas que se esconden entre los escasos muebles.
Abro la botella, bebo y me quema hasta el alma. La mente bulle, ya la tengo, aunque en el último instante se escapa entre los dedos. Me siento confuso, extrañado, ¿dónde se habrá ido? Comienzo a mover todo, a tirar las pinturas, a arrastrar los muebles; no puede haberse ido demasiado lejos. Me desnudo y me sitúo en el centro del estudio, tengo que encontrar la salida por donde escapan. Me llegan las corrientes y tirito, tengo frío pero sé que están por ahí. Apago la pequeña lámpara de aceite y lo veo todo más claro. Entra luz, el techo está abierto y es bien sabido que la imaginación es más ligera que el humo, tiende a subir y no se frena. Pienso en la de imágenes que se habrán acumulado entre el andamiaje que soporta el revestimiento, años de exhalaciones que se han quedado estancadas esperando su turno para salir y no volver. Las capturaré.
Me pongo cualquier cosa y cojo la escalera, me subo y llego hasta el último peldaño, no hay manera de alcanzarlas, son esquivas. Bajo de un salto que provoca que se mueva todo mi ser, que una ola me recorra desde la cabeza a los pies. Se me ocurre algo pero asciende vertiginosamente, no puedo permitirlo más, cualquier día me quedaré seco. Echo un trago para intentar contenerme, para que mi mente no carbure a tanta velocidad. De repente se me ocurre, como un chispazo, como si de un reflejo se tratase mi situación se aclara gracias a las luces que salen de mi cabeza. Tiro la estantería y recojo los libros, construyo peldaños que van ascendiendo poco a poco, no es suficiente. Tomo todos los materiales que tengo a mi disposición y comienzo a acumularlos, pretendo tocar el cielo escurridizo del techo. La habitación se queda desnuda, el lienzo en blanco y la montaña de objetos que pretende llegar hasta la creatividad que se escurre por los imperceptibles orificios en los que no había llegado a reparar.
Comienzo el ascenso, todo se tambalea, decido bajar para fortalecer la estructura y terminar la botella que tanto me ayuda a soportar la indiferencia. Con fuerzas renovadas vuelvo a encaramarme, todo tiembla, oscila y se tambalea de forma peligrosa; me da exactamente igual, las estoy viendo, y tal como pensaba se han quedado atrapadas en las telas de araña. Prácticamente las puedo tocar, comienzo a distinguirlas, me estiro y mis falanges las rozan. Un esfuerzo más y ya estará solucionado. Me pongo de puntillas, me desestabilizo pero soy capaz de tomarla entre mis manos. Caigo con una mueca de felicidad, tiro a mi paso el lienzo y la sangre que brota de mi cabeza dibuja lo que no era capaz de expresar. Pienso que lo he conseguido, que ya tengo una obra póstuma. Después cierro los ojos y me dejo llevar por el arrullo del alcohol.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Sergio dijo...

Caminar hacia las musas no es tarea fácil y mucho menos con dos pesos en los pies. A veces la creatividad hay que buscarla cavando agujeros en suelo, en el alma o en el cielo....

Saludos y Enhorabuena

paco albert dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
paco albert dijo...

entonces, sólo entonces
muerto de sudor y de cansancio
escribo una estela indeleble
sobre el cielo de Pérgamo