lunes, junio 22, 2009

En el ángulo muerto Vol. 20


Castigo

La puerta retumbó, el pequeño apartamento hizo eco de los tres golpes que impactaron contra la entrada. Raúl se despertó sobresaltado, había estado escuchando música hasta bien entrada la noche. La puso muy baja y apagó las luces, decidió disfrutar de su pequeña ilegalidad al amparo de las sombras; dejándose llevar por las melodías prohibidas recordó que guardaba una pequeña botella de licor que le había regalado su padre, del bueno, no del que se podía conseguir con las cartillas. –Abra o echamos la puerta abajo. – La voz sonó del otro lado, imperativa y autoritaria. La puerta volvió a vibrar con los golpes que con fuerzas renovadas acometieron la endeble madera. Se levantó rápido, el dolor de cabeza se le pasó en un instante y se puso una camisa mientras se encaminaba al umbral. – ¿Quién es? – Preguntó sin saber qué hacer. No tenía escapatoria, vivía en una planta alta y la única salida estaba bloqueada. – Abra, no se lo volveré a repetir. – Se produjo una pausa eterna durante la que Raúl se quedó bloqueado, era conocedor de lo que le sucedía a aquellos que eran acusados de sedición, tenía la certeza de que la secreta le había seguido y conocía su asistencia a la reunión ilícita de la que había sido testigo. Movió el pomo, lentamente abrió temiendo encontrar algo terrible del otro lado. En su lugar se dio de bruces con dos tipos, uno minúsculo, con sombrero y gabardina y, el otro, con un traje negro y gafas oscuras. El más pequeño parecía divertido con el gesto que mostró al encontrárselo, hasta cierto punto se podía decir que estaba decepcionado, no había asistido ningún comando de élite ni nada por el estilo. - ¿En qué puedo ayudarles? – Como respuesta el hombre de la gabardina borró la sonrisa irónica que cruzaba su cara y pateó la puerta para lanzarla contra Raúl. Ésta se estrelló contra él dejándole aturdido durante un instante, a continuación el corpulento de la pareja lo zarandeó del pecho y lo lanzó contra la mesa de la salita en la que pasaba la mayor parte del tiempo. Cayó al suelo maltrecho, con las costillas doloridas por el impacto, se retorcía en el suelo tocándose con la mano la zona golpeada y lanzando pequeños quejidos.
- No me andaré con tonterías. – El hombre de la gabardina y sombrero le había puesto el pie sobre la garganta. – Nos hemos enterado de que ayer por la noche, en este mismo apartamento que el Estado sufraga, se escuchó música no recomendable por el comité cultural. ¿Es eso cierto?- El hombre aflojó un poco la presa para que pudiese contestar.
- No sé de qué me habla. – Dijo sofocado y casi sin poder pronunciar por el malestar de su cuello. – Estuve escuchando música, pero no tenía ni idea de que estuviese incluida en el códice, tiene mucho tiempo y no le di importancia.
- Así que no le dio importancia. – El pequeño tipo se había sentado en el sofá, lanzaba contra Raúl una mirada inquisitiva, como hurgando en su interior. El otro simplemente miraba impasible, con los brazos cruzados y como si no fuese con él lo que estaba sucediendo. – Parece que usted no valora los esfuerzos denodados de nuestros líderes para mantener la armonía social. En fin, me parece una lástima.- Se dio la vuelta para hablar con su compañero. – Tú, enséñale lo que sucede en estos casos.
- No. Por favor, no me haga nada, soy abogado. – Raúl se protegía con los brazos mientras el gigante le levantaba en vilo, sus pies oscilaban como los de un muñeco mientras era lanzado contra una de las estanterías de la habitación. Ésta cedió con el peso y montó un gran estrépito de objetos rotos.
- ¿Le parece ahora importante nuestra labor o va a seguir insultándonos en nuestras narices? – La mueca de felicidad había vuelto a su rostro.
- Desde luego, desde luego. – Respondió Raúl presuroso intentando protegerse de un nuevo ataque.
- Así que abogado. – Como distraído cogió una tarjeta que había caído al suelo. – Así que trabaja usted en el bufete del señor Zabala.
- Sí señor, es mi padre.
- La expresión del agente cambió súbitamente. – Se levantó del sofá y se acercó al tocadiscos, cogió los discos que encontró y se acercó de nuevo a Raúl.
- Pues recuerde como nos esforzamos para lograr su felicidad. – Mientras pronunciaba estas palabras hacía añicos los vinilos frente a la cara de Raúl. – No lo olvide.

Con un gesto indicó a su compañero que se iban, salieron por la puerta y dejaron a Raúl tirado en el suelo. Éste se quedó un instante recostado, sin capacidad de reacción como si estuviese inmerso en alguna especie de ensoñación de la que no terminaba de ser consciente. En la calle un coche arrancó, con un chirrido de ruedas se alejó dejando la mañana en el más absoluto silencio.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

La verdad es que tener que esperar una semana para saber qué va a pasar es una severa incomodidad cuando la lectura interesa.

Enhorabuena.

Anónimo dijo...

A veces uno se pregunta, ¿se vela, referiéndome a policías, políticos y demás personajes, por nuestra seguridad o por la suya propia?

Giorgio dijo...

A pesar de que la historia está muy bien narrada, posee ritmo, bien secundada por los diálogos, que cada vez son más naturales, he de decir que las similitudes con 1984 de Orwell son demasiado palpables; no consigo despejarla de mi cabeza, y me provoca cierta desgana.
Hace poco vi la película, realizada en los años 80, y mentalmente me viene demasiados pensamientos a ella.

No sé como terminará todo, supongo que girará, notablemente, y aunque es incómodo leerla cada lunes, tal y como dijo raposu, ansío leerla cada semana.

PD: yo creo que velan por mantener su staus quo. Si supiéramos lo que hacen, les cortaríamos la cabeza, como en 1789.