lunes, junio 29, 2009

En él ángulo muerto Vol. 21


Búsqueda

Ni siquiera fue capaz de cerrar la puerta completamente, el pequeño policía que la había pateado la había desencajado de sus goznes, tendría que llamar a alguien para que la arreglase. Con cada pedazo de vinilo que recogía, con cada objeto que amontonaba la frustración de Raúl se acrecentaba. Su pequeña casa había quedado arrasada, por no hablar de su cuerpo que estaba dolorido y entumecido por los golpes recibidos. Le había invadido la tristeza, más que por las pérdidas materiales, por la denuncia que había sufrido. Tenía la seguridad, puesto que no podía ser de otra manera, de que algún vecino había avisado al departamento cultural. No era capaz de creerlo, hasta donde él sabía la relación era buena y toda la población, sin excepción, era conocedora de los excesos de la práctica policial. Alguien cercano le había delatado, no tenía idea de quién ni por qué lo había hecho, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
Dejó el apartamento todo lo recogido que pudo, se le había echado el tiempo encima y no quería llegar tarde al trabajo. La ociosidad no estaba permitida, únicamente no trabajaban los presos, los minusválidos y los muertos. Si algo se había logrado en los últimos años era el pleno empleo, aquellos que no trabajaban para una empresa privada, eran utilizados por el Estado por medio de contratos abusivos y sueldos ínfimos. Se consideraba un ultraje contra la sociedad el no contribuir al crecimiento de la misma, se producían continuas exhortaciones y arengas, en cualquier momento y lugar, para alabar las virtudes del trabajo y de una comunidad ocupada y laboriosa. Antes había llegado a creer en el mensaje que insistentemente recibían, se había llegado a grabar en su subconsciente, como si de un mandato superior o divino se tratase. En los últimos tiempos, sin embargo, algo había cambiado, no llegaba a dilucidar de qué se trataba, pero estaba presente como si de un poso de suciedad se tratase. Había intentado limpiarlo, pero no había sido capaz, ni siquiera lo había compartido con sus más allegados, había llegado a sentirse abochornado e inútil. La novedad estribaba en que en estaba empezando a asimilarlo, desde que había asistido a la reunión clandestina, al menos tenía la seguridad que él no era el único que se sentía extraño frente a los demás, distinto a la homogeneidad imperante.
Intentó sacar adelante todo el trabajo atrasado que tenía, no quería ocupar su mente en lo que le había sucedido. Hizo llamadas, imprimió informes y consultó, gracias a la clave que le daba acceso a Internet, algunos expedientes de clientes de su padre. Antes de que llegase el fin de la jornada había logrado terminar todo lo que tenía que hacer, sus compañeros estaban concentrados cada uno en su tarea, así que leyó una de las pocas lecturas a las que tenía acceso. Era un pequeño manual sobre comportamiento ciudadano, fue al capitulo referido al orden social y prestó especial atención al apartado dedicado a las delaciones. Se inquiría a toda la población a dar testimonio de cualquier acto que pudiese ser censurable o prohibido y, por añadidura, se consideraba un deber para con la patria y la comunidad el uso de esta obligación moral. Con una mueca de repulsa cerró en cuadernillo, lo dejó en su mesa y se levantó como si se dirigiese al baño. Se acercó al despacho de su padre, llamó a la puerta y al no obtener respuesta entró cerrando a su paso. Fue directo al pequeño jarrón donde su padre guardaba las llaves de su escritorio, abrió y sacó uno de los pases que daban entrada a los ministerios. Cuando se le había encargado buscar alguna información relevante lo había utilizado para consultar los archivos oficiales. Dejó todo como lo había encontrado y salió a su sitio.
A la salida no cogió el metro que le dejaba cerca de su puerta, en su lugar tomó el autobús que llevaba al centro. Bajó en la parada de la central general de la policía y se dirigió hacia la entrada, pasó bajo el arco detector de metales y, tras enseñar su tarjeta, le cachearon antes de dejarle pasar. Estaba dispuesto a consultar la denuncia que se había presentado en su contra, no sabía qué haría con la información obtenida pero consideraba que tenía derecho a conocer a la persona que le había injuriado. Súbitamente, antes de que pudiese acceder al corredor principal parte del techo se vino abajo, un estallido que le dejó en una burbuja ausente de sonido había provocado que todo el edificio se tambalease. Aturdido y trastabillado, se giró cubierto de polvo y comprobó que la escalinata y pórtico de columnas por donde había entrado estaban totalmente arrasados. Una lluvia de cascotes fue el único aviso que tuvo del segundo estallido, deambulaba ausente con una intención, prácticamente autómata, tomada de forma espontánea por su cuerpo, de salir al exterior. Sus oídos pitaban, se tocó la oreja y la tenía bañada en sangre. Tropezando entre los escombros se dirigió a la luz de la calle que pasaba entre el polvo que se había levantado, a su alrededor había algún cadáver desfigurado, destrozado por la violencia de la explosión. Cuando salió a la luz, blanco por la suciedad que había caído sobre él, sus sentidos comenzaban a responder. Escuchó, aunque no sabía de dónde provenía, el repiqueteo de una ametralladora y pequeñas detonaciones. Instintivamente se tiró al suelo, a su lado silbó una bala que se estrelló contra las ruinas de la institución. En la avenida principal, cubierta de restos del edificio, se libraba un encarnizado combate entre fuerzas del orden y un grupo de civiles armados, se cubrió la cabeza con el maletín y se escondió tras un enorme cascote que tenía cercano. Estaba paralizado por el terror y no consideraba otra idea que la de mantenerse a cubierto hasta que cesase el tiroteo.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia va cogiendo fuerza con el tiempo, veremos como termina esta sublevación

paco dijo...

Tras una semana de feliz desconexión me alegra comprobar que ni viajes ni otros solaces estivales apartan ni distraen a nuestro autor de sus obligaciones literarias.
Seguimos con interés la evolución del estilo y la construcción del ambiente que practicas en esta narración y que se produce a la entera satisfacción del genio Orwelliano y un si es no es de Kafka (discutible). Ya nos disculparás esta manía tan humana de clasificar para comprender.Invoco a Calíope para que te preste aliento. Un abrazo

raposu dijo...

Se complica... y seguimos pendientes de su evolución.