lunes, junio 08, 2009

En el ángulo muerto Vol. 18


Disidencia

Sonó el teléfono en la otra esquina de la habitación, Raúl se levantó del sofá en el que estaba tumbado y acercó el auricular a su oreja. – Sí. – Dijo con voz perezosa.
- Soy Ana. ¿Cómo te va todo?
- Ana… ¿Qué Ana?
- No te acuerdas de mí, de la facultad de derecho…- Antes de que pudiese terminar la frase Raúl suelta una exclamación indicando que reconocía a la mujer.
- Perdona, ha pasado tanto tiempo. ¿Qué es de tu vida?
- Pues estoy liada con unas cuantas cosas. Ya sabes, nada serio. ¿Y tú?
- Pues yo como siempre, sigo trabajando en el despacho de mi padre y poco más.
- ¿Continúas con Teresa?
- Hace tiempo que lo dejamos. – Su voz se quiebra por un instante. – Realmente no nos entendíamos, no podía durar.
- Yo siempre pensé lo mismo. Yo también estoy sola, hace bastante que no tengo pareja.
- No será porque no quieres.
- No será para tanto, ¿qué haces esta noche? ¿Te gustaría que nos viéramos?
- ¿Esta noche? ¿Y el toque de queda?
- ¿Desde cuándo te preocupan esas tonterías?
- Desde que soy abogado y puedes ir a la cárcel por no respetarlo. Últimamente están muy duros con este tema, he tenido varios casos.
- Pues yo por la tarde he quedado con unos amigos, si quieres puedes pasarte y después me acompañas a casa.
- Me parece bien.
- Podemos quedar en la puerta de nuestra antigua facultad. – Raúl contestó con un monosílabo.

Quedó extrañado por la llamada, hacía varios años que no sabía nada de Ana y no comprendía el porqué del contacto. Volvió al sofá y se quedó unos instantes pensativo, decidió que lo mejor sería acudir a la cita y comprobar qué era lo que se esperaba de él. Cuando eran estudiantes vivieron un pequeño romance que con el tiempo se convirtió en una sólida amistad, después, como muchas otras cosas, fueron tomando distancia hasta que perdieron cualquier trato. Atravesó su pequeño apartamento subvencionado por el Estado y se quedó frente al armario, buscaría algo elegante pero que no destacase demasiado, no quería que la secreta ni nadie que no conviniese se fijase en él. Saldría con tiempo ya que el racionamiento de gasolina había provocado que fuesen pocos los que podían moverse en su vehículo, utilizaría el tranvía que atravesaba la ciudad.
Llegaron prácticamente al mismo tiempo, sólo tuvo que esperar unos minutos hasta que Ana se reunió con él. Se saludaron con un par de besos y, tímidamente, comenzó la conversación.
- Bueno, estás muy guapa. Parece que fue ayer la última vez que te vi.
- Eres un adulador, ya será menos. Será mejor que nos movamos de aquí, estamos muy a la vista y podría estar viéndonos algún secreta.
- No estamos haciendo nada malo. ¿No?
- Mira disimuladamente, ¿ves ese coche de la esquina? Creo que me ha estado siguiendo. – Raúl miró con cuidado, en el interior del coche había un hombre maduro que leía distraídamente la prensa.
- A mí no me parece que esté atento a nosotros.
- Siempre has sido muy confiado, en este país no puedes fiarte de nadie. Sígueme.

Ana cogió la mano de Raúl y tiró de él, avanzaron a paso rápido y se metieron por uno de los callejones de los edificios de la Universidad. Vinieron a su cabeza cálidos recuerdos del pasado, de su olor, de su tacto y de su compañía. Se dejó llevar, tenía el estómago tomado por los nervios, como si tuviese quince años menos y estuviese en una primera cita. Bajaron unas escaleras que llevaban a un sótano y frenaron frente a una puerta metálica, Ana llamó tres veces, con fuerza. La puerta se entreabrió y asomó un hombre malencarado, su rostro cambió de expresión cuando reconoció a la mujer. – ¿Quién es ese? – Dijo secamente. – No te preocupes, es un amigo. – Abrió sin decir nada más. Los nervios de Raúl estaban convirtiéndose en terror, no sabía dónde se estaba metiendo pero no le gustaba. Cuando atravesaron la entrada se fijó en que el tipo que la custodiaba tenía un fusil apoyado en la pared.
- ¿Dónde me has traído? – Dijo con voz temblorosa.
- Ya te lo explicaré, son unos amigos. A nosotros nos gusta decir que simplemente somos disconformes con el régimen.
- Pero esto se juzga como traición, en lo que va de año ya han firmado quince penas capitales.
- Cállate de una vez, ahora estás metido en esto. ¿No me traicionarías? – Raúl negó con la cabeza.

Llegaron a una sala en la que no había más de veinte personas, todos anodinos, de la clase de gente que pasa desapercibida por la calle. Una persona de pelo cano, de unos sesenta años estaba de píe presidiendo la reunión, el resto estaba sentado en sillas de plástico. Ana se sentó e indicó a Raúl que hiciese lo mismo, que se pusiese a su lado. Obedeció sin decir nada más, no sabía cómo reaccionar, se quedó quieto, pensando en las consecuencias que podía acarrearle la asistencia a una reunión como en la que estaba.

Nacho Valdés

5 comentarios:

laura dijo...

Veo que ya has empezado con otra historia, habrá que ver cómo se va desarrollando. El cansancio del finde que hemos tenido no ha podido contigo y aquí estás un lunes más, así que enhorabuena!
Un beso.
Laura.

Sergio dijo...

La constancia es el muro más alto al que a de subir un escritor. Sin embargo, una vez encima todo viene rodado. Preveo un excelente e inquietante relato. Aquí estamos contigo como cada lunes.
You are the best...

Anónimo dijo...

Ciertamente promete, promete. ¿será algo parecido a 1984?

paco dijo...

De nuevo en unas pocas líneas has vuelto a dibujar todo un ambiente lleno de posibilidades. Muy sugestivo.

raposu dijo...

Sí señor, ya nos has colocado otra vez en trance ¿qué va a pasar? ¿en qué lío se va a meter nuestro (ya) héroe con las malas artes de esa Mata Hari? ¿en qué país estamos? ¿España de posguerra? ¿Alemania del Este? ¿Italia de Mussolini? ... ¿cuanto falta para el lunes?