Marketing ridículo I
La televisión es uno de los negocios más lucrativos del siglo XX. Sobre esta afirmación no cabe ninguna discusión, se trata de algo que está claro para todos los mortales. Desde su nacimiento, desde que algún lumbreras vaticinó su inminente fracaso, este invento no ha dejado de crecer en el plano económico y social; de hecho, ha llegado a articular gran parte de las facetas de nuestras vidas. La manera de sacar rendimiento a este aparato es sencilla, se introducen cuñas publicitarias que las distintas cadenas venden a diferentes precios dependiendo de la franja horaria. Hasta aquí todo más o menos normal, incluso hemos llegado a aceptar el hecho de que no se pueda ver una película sin acostarte a las tantas debido a la publicidad, sabemos que es algo inherente a cualquier cadena televisiva que se precie. Lo que me resulta inaceptable, incluso insultante, es la publicidad a la que nos someten. No sé cuál es el problema, si somos tan imbéciles como nos intentan hacer creer, o que gran parte de la población está estancada en la mediocridad que muestran los anuncios. Igual lo que sucede es que da lo mismo, que pongan lo que pongan siempre va a tener éxito, y si es Anunciado en televisión ya es garantía de calidad y buen hacer. Hoy me gustaría hablar de la publicidad de los productos de limpieza, que me resulta especialmente exasperante.
Como espejo social, estamos siendo testigos de como la publicidad es reflejo de los cambios culturales que experimentamos como comunidad. Por ejemplo, en un pasado reciente era impensable que no saliese una mujer en los anuncios citados. Hoy por hoy, es prácticamente lo contrario, suele salir un hombre haciendo las tareas domésticas mientras una mujer se dedica a tareas más elevadas. Incluso en uno de los anuncios de detergentes que recientemente han estrenado, se permiten la licencia de afirmar que su producto es tan sencillo que hasta un hombre es capaz de utilizarlo. Ahora resulta que lo que vende es reírse un poquito de los hombres, al tiempo que se procura colocar un producto que lo más probable es que acabe por usar una mujer. Ya que las cosas como son, mucha paridad pero siguen siendo las mujeres las que soportan este tipo de tareas.
Otra variante sobre el mismo tema son los anuncios de bajo presupuesto sobre detergentes. Estos, con un acabado de película pornográfica y con unas señoras, que para conseguir más verosimilitud aseguran ser mujeres reales. Y yo me pregunto; ¿Las demás qué son? ¿Cyborgs malignos que pretenden dominar el planeta? El caso es que estas mujeronas que aseguran, aunque salta a la vista, ser amas de casa, son asaltadas por algún perdido que micrófono en ristre las salpica con ketchup, mayonesa o cualquier otra guarrería. El siguiente paso es el punto supuestamente gracioso de la cuña, en el que la hembra de casi cien kilos se enfada airadamente ante la mancha, con alguna expresión como: ¡Cómo no salga te vas a enterar! ¡Era mi blusa nueva! O simplemente algún gritito acompañado de una cara de incredulidad. La última parte es la más bonita, cuando las aguas vuelven a su cauce y se recompone la paz perdida. A las señoras les regalan una camiseta (esto les encanta y la visten con orgullo), mientras limpian delante de todas la prenda sucia. Todo termina con el beneplácito de todas las hembras reunidas, alabando las virtudes del detergente.
Como se nos ha enseñado en innumerables películas y series el bien siempre acaba triunfando.
Dentro de los clásicos de este tipo de publicidad se encuentra el mayordomo de Tenn, por supuesto con Bioalcohol. Éste ha pasado de ser un adorable viejecito con años de experiencia en el campo de la limpieza, a convertirse en un joven imberbe de abdominales perfectos. Un grupo de chicas atractivas está en la cocina cuando aparece el consabido maromo con su uniforme de sirviente, se acerca al grupo y retira uno de los electrodomésticos para descubrir la gran cantidad de mierda que se acumulaba escondida. Aquí ni prueba del algodón ni nada, no es necesario, ya que queda patente la falta de higiene de la señora de la casa. Al final como siempre en estos casos, el protagonista resuelve el entuerto y recibe un cariñoso pellizco en su hercúleo culito. Vamos, que nunca habíamos sido testigos de un acoso sexual en el trabajo más evidente. Esto sucede en el sentido contrario y ya estarían las asociaciones feministas desenterrando el hacha de guerra.
Sin embargo, mi favorito es el de la tía hortera que viene del futuro. Si alguien nos visitase desde esa época, esperaríamos que se presentase con la vacuna para el sida, alguna solución ética para lograr la concordia mundial o algo de similares características; pero no, la tía se presenta con un pelucón feo y con un bote de lejía. Realmente apasionante, me pasa esto a mí y la largo de regreso al futuro sin pensármelo dos veces. Además, a la tipa no se la entiende cuando habla, que si lejía con oxiaction y cosas por el estilo. En definitiva, encima de traernos un mísero bote de lejía después de tan singular viaje, llega inventándose palabras para vendernos la moto.
Dónde estará esa publicidad clásica de un tipo trajeado que nos vendía un bote de Colón y nos explicaba que buscásemos, comparásemos y si veíamos algo mejor lo comprásemos. O la chica que tenía una reunión y la mesa no tenía brillo ni lustre, hasta que viene una amiga con Pronto y se desliza por la mesa de reuniones dejándola impoluta. Eso si que eran buenos tiempos, antes de que los especialistas en marketing descubriesen que no es necesaria ni calidad, ni sinceridad, ni nada por el estilo. Después de que diesen por sentado que un gran porcentaje de la población está al límite de la deficiencia mental, lo único que se necesita es echarle cara al asunto y tirar para adelante. ¡Qué tiempos aquellos en los que todavía existía un poco de dignidad en la publicidad!
La televisión es uno de los negocios más lucrativos del siglo XX. Sobre esta afirmación no cabe ninguna discusión, se trata de algo que está claro para todos los mortales. Desde su nacimiento, desde que algún lumbreras vaticinó su inminente fracaso, este invento no ha dejado de crecer en el plano económico y social; de hecho, ha llegado a articular gran parte de las facetas de nuestras vidas. La manera de sacar rendimiento a este aparato es sencilla, se introducen cuñas publicitarias que las distintas cadenas venden a diferentes precios dependiendo de la franja horaria. Hasta aquí todo más o menos normal, incluso hemos llegado a aceptar el hecho de que no se pueda ver una película sin acostarte a las tantas debido a la publicidad, sabemos que es algo inherente a cualquier cadena televisiva que se precie. Lo que me resulta inaceptable, incluso insultante, es la publicidad a la que nos someten. No sé cuál es el problema, si somos tan imbéciles como nos intentan hacer creer, o que gran parte de la población está estancada en la mediocridad que muestran los anuncios. Igual lo que sucede es que da lo mismo, que pongan lo que pongan siempre va a tener éxito, y si es Anunciado en televisión ya es garantía de calidad y buen hacer. Hoy me gustaría hablar de la publicidad de los productos de limpieza, que me resulta especialmente exasperante.
Como espejo social, estamos siendo testigos de como la publicidad es reflejo de los cambios culturales que experimentamos como comunidad. Por ejemplo, en un pasado reciente era impensable que no saliese una mujer en los anuncios citados. Hoy por hoy, es prácticamente lo contrario, suele salir un hombre haciendo las tareas domésticas mientras una mujer se dedica a tareas más elevadas. Incluso en uno de los anuncios de detergentes que recientemente han estrenado, se permiten la licencia de afirmar que su producto es tan sencillo que hasta un hombre es capaz de utilizarlo. Ahora resulta que lo que vende es reírse un poquito de los hombres, al tiempo que se procura colocar un producto que lo más probable es que acabe por usar una mujer. Ya que las cosas como son, mucha paridad pero siguen siendo las mujeres las que soportan este tipo de tareas.
Otra variante sobre el mismo tema son los anuncios de bajo presupuesto sobre detergentes. Estos, con un acabado de película pornográfica y con unas señoras, que para conseguir más verosimilitud aseguran ser mujeres reales. Y yo me pregunto; ¿Las demás qué son? ¿Cyborgs malignos que pretenden dominar el planeta? El caso es que estas mujeronas que aseguran, aunque salta a la vista, ser amas de casa, son asaltadas por algún perdido que micrófono en ristre las salpica con ketchup, mayonesa o cualquier otra guarrería. El siguiente paso es el punto supuestamente gracioso de la cuña, en el que la hembra de casi cien kilos se enfada airadamente ante la mancha, con alguna expresión como: ¡Cómo no salga te vas a enterar! ¡Era mi blusa nueva! O simplemente algún gritito acompañado de una cara de incredulidad. La última parte es la más bonita, cuando las aguas vuelven a su cauce y se recompone la paz perdida. A las señoras les regalan una camiseta (esto les encanta y la visten con orgullo), mientras limpian delante de todas la prenda sucia. Todo termina con el beneplácito de todas las hembras reunidas, alabando las virtudes del detergente.
Como se nos ha enseñado en innumerables películas y series el bien siempre acaba triunfando.
Dentro de los clásicos de este tipo de publicidad se encuentra el mayordomo de Tenn, por supuesto con Bioalcohol. Éste ha pasado de ser un adorable viejecito con años de experiencia en el campo de la limpieza, a convertirse en un joven imberbe de abdominales perfectos. Un grupo de chicas atractivas está en la cocina cuando aparece el consabido maromo con su uniforme de sirviente, se acerca al grupo y retira uno de los electrodomésticos para descubrir la gran cantidad de mierda que se acumulaba escondida. Aquí ni prueba del algodón ni nada, no es necesario, ya que queda patente la falta de higiene de la señora de la casa. Al final como siempre en estos casos, el protagonista resuelve el entuerto y recibe un cariñoso pellizco en su hercúleo culito. Vamos, que nunca habíamos sido testigos de un acoso sexual en el trabajo más evidente. Esto sucede en el sentido contrario y ya estarían las asociaciones feministas desenterrando el hacha de guerra.
Sin embargo, mi favorito es el de la tía hortera que viene del futuro. Si alguien nos visitase desde esa época, esperaríamos que se presentase con la vacuna para el sida, alguna solución ética para lograr la concordia mundial o algo de similares características; pero no, la tía se presenta con un pelucón feo y con un bote de lejía. Realmente apasionante, me pasa esto a mí y la largo de regreso al futuro sin pensármelo dos veces. Además, a la tipa no se la entiende cuando habla, que si lejía con oxiaction y cosas por el estilo. En definitiva, encima de traernos un mísero bote de lejía después de tan singular viaje, llega inventándose palabras para vendernos la moto.
Dónde estará esa publicidad clásica de un tipo trajeado que nos vendía un bote de Colón y nos explicaba que buscásemos, comparásemos y si veíamos algo mejor lo comprásemos. O la chica que tenía una reunión y la mesa no tenía brillo ni lustre, hasta que viene una amiga con Pronto y se desliza por la mesa de reuniones dejándola impoluta. Eso si que eran buenos tiempos, antes de que los especialistas en marketing descubriesen que no es necesaria ni calidad, ni sinceridad, ni nada por el estilo. Después de que diesen por sentado que un gran porcentaje de la población está al límite de la deficiencia mental, lo único que se necesita es echarle cara al asunto y tirar para adelante. ¡Qué tiempos aquellos en los que todavía existía un poco de dignidad en la publicidad!
Nacho Valdés (fiel a la cita)