Es curioso cómo el paso del tiempo va borrando los recuerdos. De la 1ª vez que entré en el Locutorio, hace ahora 10 años, sólo conservo la imagen de Nadia apoyando su espalda en la pared y sujetando el teléfono torpemente entre el hombro y la cabeza. Todo lo demás está negro, como si una mano invisible hubiese hecho saltar la luz al planeta. El cerebro selecciona los recuerdos, los disecciona sobre una mesa de operaciones. Todo lo clasificable pasa al olvido. Todas aquellas cosas que en su tiempo creí importantes, hoy ni siquiera tienen la decencia de ser un recuerdo. Pero Nadia podía ser cualquier cosa menos clasificable.
Las cabinas de teléfono azules del locutorio son testigos mudos de historias incompletas. A pesar de formar parte de la naturaleza muerta del local, de vez en cuando, cobran vida y sus paredes de plástico barato azul se tiñen de rojo por la sangre destilada a través de las líneas analógicas. Ella nunca llamaba a nadie. Vivía entre puertas de salida pero ya no tenía por qué o por quién escapar.
Pero claro, todo eso luego cambió.
Continuará ...
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