Noche para disfrutar
Hacía tiempo que este santo espacio no se veía asaltado por
la crónica de algún concierto (para ser justos debo reconocer que este sitio
está más bien desvalido pero, sin duda, esta es otra historia) y el pasado
viernes 14 de febrero mi atractiva esposa y yo tuvimos la oportunidad de
asistir al estreno hispano de los casi recién creados John the Conqueror y ésta sí que es una historia que atañe a este
lugar.
La noche parecía conducirnos a través de la lluvia a algún
oscuro antro de la zona del Mississippi, yo me había pertrechado con mi petaca
de güisqui por lo que pudiese acontecer y empapados, en lugar de llegar a algún
lugar perdido lleno de rednecks y negros oscuros como el carbón, alcanzamos el
centro de Madrid donde debutaban en suelo patrio los John de Conqueror. La sala Boite, que no conocía, me pareció,
además de envidiablemente ubicada, el lugar ideal para un concierto de las
características del que estábamos a punto de asistir. Pequeña, con un aforo de
unas trescientas personas, de sonido perfecto y con una distribución adecuada
para que nadie se perdiese nada del show. El público, conformado principalmente
por barbudos hipster devora magdalenas, fue respetuoso y todos pudimos convivir
con tranquilidad a pesar de que se habían agotado las entradas y que el local
estaba hasta la bandera.
El grupo comenzó puntual, a eso de las diez y media, con un
trallazo que dejó a las claras de qué iba el asunto que nos esperaba.
Blues-rock clásico, con concesiones a la dureza o a la lírica cuando se hacía
necesario, y con una formación bien trabada que sabía perfectamente a qué había
viajado hasta Europa. El grupo, un power trío que funcionaba a las mil
maravillas, sonaba compacto y potente pero con la suficiente versatilidad como
para cambiar el estilo de sus temas con unas mínimas variaciones que nos trasladaban
por la senda de un blues-rock que a veces lindaba con el rhythm and blues, el
soul o el funk aunque, sin duda, manteniendo un sonido de raíces que dejaba
clara la marca de la casa (creo que hará de seña de identidad de este conjunto).
El cantante y guitarra, pertrechado con un Ibanez de caja semihueca que sonaba
increíblemente bien, se desató como un torbellino sobre el escenario con una
voz protagonista del espectáculo de profundo timbre negro y tono grave y
potente. El tipo, un atractivo mulato
del sur de Estados Unidos, no desentonó ni una sola vez y mantuvo el tipo
durante la totalidad del concierto. De hecho, fue capaz de modular y envolver a
los presentes con los cambios de fraseo y de energía de los que hizo gala.
Además, por si esto fuera poco, tocaba la guitarra extraordinariamente y fue
capaz de llenar, a base de riffs cortantes y pentatónicas endiabladas, el vacío
que dejaba la rítmica. Una guitarra con mucho crunch y olor a válvula añeja y
setentera. Por su parte, percusión (un negro gigante) y bajo (una especie de
destilador ilegal de lo más profundo de Estados Unidos) hicieron lo que debían
acompañando a la estrella del conjunto y dejando su rol en el lugar que les
correspondía; en un segundo plano.
A la finalización del concierto, que se ciñó sobre todo a su
último álbum y no ofreció concesiones en forma de versiones, los integrantes de
John the Conqueror se mezclaron con
los asistentes y firmaron discos mientras charlaban tranquilamente hasta que la
Boite se fue quedando vacía y comenzaron a prepararse para su siguiente parada
en Barcelona. Una broche perfecto para freaks como yo que agradecen este tipo
de gestos que permiten conocer a los artistas de primera mano.
En definitiva, un conjunto a seguir que, al estar en el sello de los Black Keys, a buen seguro que tendrá la difusión adecuada. Y lo más
importante, tienen un sonido propio que, aunque mana de las raíces blueseras
más profundas de América, adquiere personalidad propia. Es decir, un grupo
auténtico que espero volver a ver por aquí para tomarme un güisqui
mientras disfruto de buena música.
Nacho Valdés
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