Horas de sueño
Llamaron casi imperceptiblemente a la puerta, el detective
había adormecido su conciencia y rebajado su actividad de forma que estaba
prácticamente dormido sobre el tablero en el que estaba la grabadora y el
cableado desperdigado en todas direcciones. A pesar de lo incómodo de la silla,
su cuerpo se había hecho a la postura y había conseguido relajarse durante un
tiempo en el que no había sido consciente de nada. La cinta seguía girando
mientras grababa por lo que no podía haber pasado más de cuarenta y cinco
minutos, nada comparado con las horas interminables que había estado encerrado
en ese observatorio. Volvieron a llamar, en esa ocasión con más intensidad y,
después de mirar el reloj, cayó en la cuenta de que se trataba de Esteban que
iba a sustituirle.
El agente entró con cara de preocupación, había estado tocando
discretamente y le había costado que su superior se percatase de su presencia.
Miró a la mesa y cayó en la cuenta de que el detective había estado fumando
toda la noche, un cenicero improvisado rebosaba de las colillas consumidas y el
ambiente estaba cargado por la fragancia de la nicotina. Se dio cuenta de que
Vázquez no tenía buena cara, las pronunciadas ojeras de color violeta y la
barba de dos o tres días le hacían parecer desaliñado. Lo curioso era que la
noche anterior, cuando le había dejado en el puesto de vigilancia, tenía una
presencia mucho más cuidada y no parecía tan hundido pues daba la impresión de
haber recibido una noticia pésima que le hubiese dejado abatido. Además, tenía
pinta de estar desorientado y perdido y, a todas luces, se había quedado
dormido en su puesto. Tampoco era para darle más importancia, los dos estaban
muy cargados de trabajo, pero le parecía curioso dada la profesionalidad de la
que siempre había hecho gala el detective.
Vázquez volvió a sentarse en el puesto que acababa de dejar,
se volvió a poner los auriculares y su expresión viró hacia la concentración.
Parecía intentar captar algo de lo que sucedía abajo, un último esfuerzo antes
de dejar que el agente Esteban se hiciese con el puesto. Desistió a los pocos
segundos, el sonido de la estática que llegaba por los micrófonos se había
instalado en su cabeza y le estaba procurando un dolor de cabeza intenso y
punzante. Se levantó de nuevo y sacó el casete, tenía que enterarse de lo que
había sucedido durante el lapso que había estado ausente. Tosió con fuerza en
un intento de despejar su pecho anegado por el tabaco y se dirigió al agente.
Le explicó que no podía perder detalle, que cualquier conversación resultaría
susceptible de relevancia y que no podía dejar la silla por nada del mundo.
Después, como si tal cosa, señaló una botella de líquido amarillento que había
bajo la mesa dando a entender que era lo que tenía que usar si tenía alguna
necesidad imperiosa. Por último, con un tono entrecortado, insistió en el requisito
de marcar las cintas con la fecha, hora y demás datos para después hacer una
escucha cronológica. Le explicó que pasaría por su casa para asearse y que
después iría a comisaria, ahí se encargaría de disculparle para que pudiese
dedicar el día a su misión.
Vázquez bajó las escaleras con precaución pero decidido a
darse una ducha lo antes posible, se sentía incómodo y le dolía todo el cuerpo.
Parecía estar cayendo enfermo o, al menos, sentirse debilitado por la noche
prácticamente en vela que había pasado. Cuando llegó a su casa no había nadie,
ya eran más de las diez de la mañana y parecía que Eva había salido con Marcos
a dar una vuelta. Se alegró de no verse obligado a dar explicaciones, mejor
dejar la discusión para un momento en el que se encontrase un poco mejor. Entró
en el baño deshaciéndose de la ropa a su paso y, después de ducharse y
afeitarse, se dirigió al cuarto para cambiarse y salir para la comisaria
inmediatamente. Se sentó en la cama un instante para calzarse y el colchón
ejerció su irresistible magnetismo que le obligó a recostarse, se dijo a sí
mismo que no serían más de diez minutos pero en cuanto cerró los ojos se perdió
en una bruma oscura y densa.
Nacho Valdés
1 comentario:
Lo curioso es que toda esta sordidez me suena a que debe ser más real que el glamour de las películas...
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