La defunción prolongada
Taormina pronto recuperó su ritmo normal y la gente se
habituó al nuevo enfrentamiento latente que parecía estar fraguándose.
Resultaba curioso comprobar cómo el espíritu humano acaba por adaptarse a
cualquier situación, daba igual lo complicado que se presentase el porvenir
pues siempre se resistía ante lo que llegaba. Ahora bien, no todos aguantaban
la situación de la misma manera.
Tommaso había aumentado su ascendencia sobre la población y,
para escándalo silencioso de los vecinos, ocupaba un lugar principal en la
basílica del pueblo. También era habitual verle acompañado del alcalde y los
concejales y cualquiera que quisiese hacer negocio en el territorio pues, como
otra curiosidad en el ánimo de las personas, éstas poseen cierta cadencia hacia
la complicación. Es decir, todos los que se acercaban al viejo patriarca acaban
quemándose pero, como si de polillas se tratase, siempre había alguien que iba
volando a su encuentro para después abrasarse. Giordano y Cesare estaban
siempre cerca de su protector, la competitividad entre ellos era manifiesta
aunque el primero, además de perder los dedos, había conseguido parar con su
cuerpo las balas dirigidas a Tommaso y esto le confería cierta superioridad
sobre el otro. Aún así, Cesare aparentaba tranquilidad y siempre iba
impecablemente vestido sin que nada le turbase. Ahora bien, se sabía que se
trataba de un sanguinario asesino que no dudaba en utilizar la tortura cuando
así lo requería la situación. De los dos era, sin duda, el más temido.
En el extremo opuesto, no solo de la basílica, pues se
situaba en el último banco, sino de la situación que se había desencadenado,
estaba Domenico junto a su familia. Se habían convertido en una especie de
parias intocables perdiendo todos sus contactos y relaciones con sus convecinos.
El padre de familia había adelgazado ostensiblemente y su cara estaba siempre
surcada por un rictus amargo que era incapaz de borrar, sobre todo porque
siempre que asistía a misa o se cruzaba con sus verdugos, estos le sonreían
ostensiblemente mostrando una falsa humildad y compasión cargada de rencor. El
carnicero se consumía como su negocio, la explotación ganadera estaba a un paso
de la extinción y la carnicería hacía
tiempo que había cerrado, había intentado vender el local para comer pero la
única oferta que recibió fue la de un Tommaso que se pavoneaba ufano ante él.
Por supuesto, pues su honor rural no le permitía otra salida, había rechazado
el ofrecimiento y había preferido echar el cierre antes que tocar el sucio
dinero que le ofrecía para alimentar a los suyos. Cuando se levantaba siempre
deseaba que le hubiesen matado, pensaba que al menos así no estarían apartados
y podrían seguir haciendo una vida normal.
Una de esas mañanas pensó que lo mejor que podía hacer era
eso mismo, acabar con la situación que él
había creado debido a su obstinación. Debía haber pagado cuando pudo, no
le quedaba otra salida que solucionar el asunto de la única forma que podía
hacerlo. Salió muy temprano, pasó por su negocio y recuperó la macheta con la
que había mutilado a Tres dedos. A continuación, ajeno a cualquier posible
mirada de la vecindad, subió la calle en dirección a la villa de Tommaso. A
pesar de la hora el cacique estaba esperándole tomando un café en su terraza, a
izquierda y derecha se encontraban Cesare y Giordano que se mantenían
expectantes ante el acontecimiento que estaba a punto de producirse. Tommaso
invitó al carnicero a sentarse a su mesa con una sonrisa socarrona que no hizo
sino soliviantar aún más al pobre trabajador, éste se lanzó hacia el otro con
el cuchillo en ristre. Dicen que no dio más de dos pasos, Cesare y Giordano,
individuos de gatillo fácil, acribillaron al desgraciado que cayó fulminado al
instante.
Se trataba de un asunto que Domenico no podía disponer de
otra forma, sabía que las cuestiones de honor solo pueden cerrarse con sangre y
que el arreglo que había encontrado ofrecería a su familia la posibilidad de
una existencia digna en Taormina.
Nacho Valdés
3 comentarios:
Pues Nacho, como suele hacer, nos plantea una historia de género, la aliña, le añade un toque personal diferente, la prolonga... y un buen lunes, cuando ya ha decidido que el ejercicio no da para más, va y la termina.
Asi, sin más, el carnicero va a que le peguen dos tiros y ya está.
Pues como acreditado lector de esta sección RECLAMO que la próxima historia sea al revés: me gustaría un largo, largo final.
Patinas friend, todavía quedan entregas...
Pues me alegro de ello...
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