lunes, enero 07, 2013

En el ángulo muerto Vol. 174



Fin de curso




El trabajo que me tomé para conseguir representantes de distintas especialidades fue descomunal y llegó un momento en el que tuve que delegar, el comienzo de curso estaba a punto y ya tenía cubiertas las matrículas necesarias como para que la actividad que me había propuesto resultase beneficiosa. Además, había que sumar lo que se consiguiese con los trabajos prácticos que tenía pensado encomendar al alumnado dispuesto a sacarse su título de delincuente profesional.
Lo más sencillo, puesto que no había posibilidad de dedicar más tiempo a las entrevistas personales, fue ir a salto de mata haciendo pequeños seminarios en los que ahondásemos en aquellas temáticas para las que no había profesor específico pero que, sin embargo, resultaban imprescindibles para una formación de calidad. Con el cometido de ir buscando personas adecuadas para estos pequeños cursos que íbamos haciendo cómo podíamos contraté al Pupas, un viejo conocido que siempre había estado metido en asuntos turbios aunque sin definir exactamente su especialidad. Por este motivo conocía a gente de todos los pelajes y fue el que, con ayuda de su nutrida agenda, se encargó de buscarme profesionales de cada uno de las ramas de la delincuencia que consideraba que había que tratar.
Recuerdo el día en el que vino el Tomatito a enseñarnos técnicas evasivas al volante, con él pasamos toda la semana robando coches para después irnos a probarlos a toda velocidad por las afueras de la ciudad. De hecho tuvimos una persecución real y tuvimos que darnos a la fuga, fue muy emocionante cuando los alumnos sintieron en sus carnes la emoción que supone oír las sirenas de los municipales pisándote los talones. Otro día quedamos con un tío que era especialista en butrón, de éste no recuerdo el mote y debo decir que tampoco era persona de muchas palabras, él solo disfrutaba haciendo agujeros en las paredes y así se pasó un par de días mientras el resto observábamos cómo  trabajaba. El tipo era como una especie de topo, salía de vez en cuando cubierto de restos de yeso y ladrillo, cambiaba la herramienta y con varios gruñidos indicaba las instrucciones a seguir para hacer un trabajo fino. Finalmente llegamos al otro lado de un almacén de comida gourmet del que sacamos enormes cantidades de marisco que vendimos, comimos e incluso tuvimos que tirar por no poder colocar toda la mercancía. Si elegimos ese objetivo fue para trabajar en algo con poca seguridad donde tuviésemos tiempo de parar, explicar y hacer las cosas poco a poco mientras los chicos iban tomando apuntes. Todo un cuatrimestre lo dedicamos a la estafa básica, desde los pequeños y numerosos timos en los que se gana dinero con la perseverancia, hasta el trabajo final de curso en el que montamos un falso negocio de multipropiedad con el que sangramos a inocentes veraneantes que, por desgracia para ellos, vieron desaparecer sus días de asueto mientras inconscientemente llenaban mis bolsillos. He de confesar que ese día los chicos se superaron pues se habían estudiado la legislación, iban vestidos de manera impecable y prepararon presentaciones y publicidad totalmente creíble y convincente.
El curso, por lo tanto, se podría decir que resultó un éxito si no fuese porque los cabrones de mis alumnos terminaron por estafarme a mí. Prepararon una fiesta final, contrataron un local y me hincharon a copas hasta que fui dejando caer datos y demás elementos que les ayudaron a conseguir el paradero de todo el dinero que había ido acumulando durante los meses que duraron las clases. Por último, para poder trabajar a gusto, me sedaron y se afanaron alegremente gracias a los conocimientos que había ido compartiendo con ellos. Para cuando me desperté no había ni rastro de ninguno y yo estaba en un descampado lejos del centro de la ciudad, al llegar a mi escondite, como ya me temía, no habían dejado ni un euro y la caja que había resistido durante tantos años mis desventuras estaba desvalijada. Cuando vi esa estampa debo confesar que casi se me escapó una lágrima que, como no podía ser de otra manera, era de satisfacción y orgullo.

Nacho Valdés

5 comentarios:

cristina dijo...

JAJAJA...genial desenlace y he disfrutado mucho con esta historia

Aplaudo el talento

Abrazos

Nacho dijo...

Muchas gracias por la crítica.
Por cierto, Jacobo, Laura y yo mismo te damos las gracias por el genial regalo que nos hiciste.

Un abrazo.

cristina dijo...

You're welcome

Sergio dijo...

Parece que tuvieron un buen maestro...

Gran historia...

raposu dijo...

El buen maestro es el que consigue dejar de ser necesario... (Pequeño Saltamontes)