Persecución
Bajé las escaleras a trompicones y, una vez atravesé el
acceso del edificio, fui presa de un ataque de ansiedad. El aire no llegaba a
mis pulmones y me sentía a punto de desfallecer, me encontraba cercano a un
colapso nervioso que sabía como un golpe seco en el pecho. Me agarré con fuerza
la camisa y desabroché violentamente los dos primeros botones, uno salió
disparado y rebotó contra la acera para después alejarse como si buscase una
nueva prenda en la que instalarse. Me daba igual, estaba intentando asumir lo
que había sucedido y cómo era posible que todo el mundo se hubiese unido en esa
macabra broma.
A los pocos segundos estaba un poco más tranquilo aunque sin
aliento, respiraba con dificultad y emitiendo sonoros pitidos en un intento que
aspirar más de lo que mi capacidad pulmonar era capaz de asumir. Miré a mi
alrededor y comprobé como el vestíbulo del edificio había comenzado a llenarse
de gente, algunos conocidos pero la mayoría individuos que no había visto con
anterioridad. Se aproximaban hacia mí lentamente pero con aire decidido y, lo
que era más preocupante, sin atisbo de expresión en unos rostros que me seguían
con la mirada cada vez que hacía el más mínimo movimiento. Estaba claro que la
realidad se había descompuesto, que algo iba mal y que yo era la única persona
consciente del peligro que acechaba en esa amenaza silenciosa que suponían los
demás. Fui retrocediendo, dando pequeños pasos sin mirar hacia dónde me dirigía
mientras la concurrencia que no me quitaba el ojo de encima avanzaba
irremisiblemente en mi dirección. No tenía la más remota idea de lo que podía
suceder si me alcanzaban pero, si algo tenía claro, es que no me iba a quedar a
comprobarlo.
Me di la vuelta con decisión para comenzar a correr y me
choqué con una señora de edad avanzada que arrastraba un carro de la compra,
caímos al suelo sobre un barullo de consumibles sin que ella emitiese ninguna
queja. Azorado, a pesar de lo que estaba experimentando, me levanté para
socorrer a la anciana cuando caí en la cuenta de que también ella me observaba
con esos ojos carentes de expresividad que me agobiaban. La aparté de un
manotazo y salí a toda velocidad, la vieja se levantó sin dificultad y se unió
al cada vez más nutrido grupo de perseguidores. Me sentía asustado, carente de
recursos ante esa terrible invasión de mi intimidad que resultaba amenazante y
peligrosa.
Aunque hacía años que
no hacía deporte, la explosión de adrenalina que me había poseído parecía
alimentar mi musculatura y ofrecerme una energía extra que desconocía que
albergaba mi interior. Además, cada vez que me fijaba en algún transeúnte, éste
dejaba inmediatamente lo que estuviese haciendo para comenzar la lenta aunque
inexorable cacería a la que parecía estar sometiéndome toda la ciudad. Bajé al
metro y, saltando los escalones como pude y pasando por encima del torniquete,
alcancé el andén que conducía hasta mi parada. Por suerte estaba vacío, nadie
parecía haber reparado en mi presencia pero el murmullo del gentío que me
seguía de cerca comenzaba a hacerse cada vez más notable. Sin embargo, no había
noticia de los vagones y no podía esperar demasiado si no quería ser presa de
esos lunáticos que habían puesto por encima de todo el darme alcance con algún
oscuro fin. Me coloqué al final, lo más alejado posible de la entrada para
tener capacidad de reacción. El tiempo parecía haberse detenido, los escasos
dos minutos que habían transcurrido desde mi llegada parecían aparentar una eternidad
en la que me jugaba mi pellejo. Por fin escuché el estruendo lejano del tren
que llegaba aunque confundido con el alboroto de pasos y empujones de la
multitud que había asomado por el andén con afán de llegar hasta mí. No había
nada que hacer, si no quería ser una presa propicia para esa marabunta tenía
que saltar a las vías y alejarme por los oscuros túneles del suburbano. Me lancé
sin pensármelo y mis perseguidores hicieron lo propio aunque, tal y como
estaban carentes de voluntad, la mayoría fue arrollada por el convoy que acaba
de llegar. Yo, por suerte, tuve la habilidad necesaria para esquivarlo y huir
alocadamente hacia una oscuridad profunda que pareció engullirme.
Nacho Valdés
3 comentarios:
Desde que ha empezado este relato, no puedo evitar mirar de reojo a la gente en el tren, a ver qué hacen...
Esto cada vez mas me recuerda a "the walking dead".
A mi me pasa esto contínuamente, no se por qué os sorprendéis tanto...
Pobre tipo
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