Fin de curso
El trabajo que me tomé para conseguir representantes de
distintas especialidades fue descomunal y llegó un momento en el que tuve que
delegar, el comienzo de curso estaba a punto y ya tenía cubiertas las
matrículas necesarias como para que la actividad que me había propuesto
resultase beneficiosa. Además, había que sumar lo que se consiguiese con los
trabajos prácticos que tenía pensado encomendar al alumnado dispuesto a sacarse
su título de delincuente profesional.
Lo más sencillo, puesto que no había posibilidad de dedicar
más tiempo a las entrevistas personales, fue ir a salto de mata haciendo
pequeños seminarios en los que ahondásemos en aquellas temáticas para las que
no había profesor específico pero que, sin embargo, resultaban imprescindibles
para una formación de calidad. Con el cometido de ir buscando personas
adecuadas para estos pequeños cursos que íbamos haciendo cómo podíamos contraté
al Pupas, un viejo conocido que siempre había estado metido en asuntos turbios
aunque sin definir exactamente su especialidad. Por este motivo conocía a gente
de todos los pelajes y fue el que, con ayuda de su nutrida agenda, se encargó
de buscarme profesionales de cada uno de las ramas de la delincuencia que
consideraba que había que tratar.
Recuerdo el día en el que vino el Tomatito a enseñarnos
técnicas evasivas al volante, con él pasamos toda la semana robando coches para
después irnos a probarlos a toda velocidad por las afueras de la ciudad. De
hecho tuvimos una persecución real y tuvimos que darnos a la fuga, fue muy
emocionante cuando los alumnos sintieron en sus carnes la emoción que supone
oír las sirenas de los municipales pisándote los talones. Otro día quedamos con
un tío que era especialista en butrón, de éste no recuerdo el mote y debo decir
que tampoco era persona de muchas palabras, él solo disfrutaba haciendo
agujeros en las paredes y así se pasó un par de días mientras el resto
observábamos cómo trabajaba. El tipo era
como una especie de topo, salía de vez en cuando cubierto de restos de yeso y
ladrillo, cambiaba la herramienta y con varios gruñidos indicaba las
instrucciones a seguir para hacer un trabajo fino. Finalmente llegamos al otro
lado de un almacén de comida gourmet del que sacamos enormes cantidades de
marisco que vendimos, comimos e incluso tuvimos que tirar por no poder colocar
toda la mercancía. Si elegimos ese objetivo fue para trabajar en algo con poca
seguridad donde tuviésemos tiempo de parar, explicar y hacer las cosas poco a
poco mientras los chicos iban tomando apuntes. Todo un cuatrimestre lo
dedicamos a la estafa básica, desde los pequeños y numerosos timos en los que
se gana dinero con la perseverancia, hasta el trabajo final de curso en el que
montamos un falso negocio de multipropiedad con el que sangramos a inocentes
veraneantes que, por desgracia para ellos, vieron desaparecer sus días de
asueto mientras inconscientemente llenaban mis bolsillos. He de confesar que
ese día los chicos se superaron pues se habían estudiado la legislación, iban
vestidos de manera impecable y prepararon presentaciones y publicidad
totalmente creíble y convincente.
El curso, por lo tanto, se podría decir que resultó un éxito
si no fuese porque los cabrones de mis alumnos terminaron por estafarme a mí.
Prepararon una fiesta final, contrataron un local y me hincharon a copas hasta
que fui dejando caer datos y demás elementos que les ayudaron a conseguir el
paradero de todo el dinero que había ido acumulando durante los meses que
duraron las clases. Por último, para poder trabajar a gusto, me sedaron y se
afanaron alegremente gracias a los conocimientos que había ido compartiendo con
ellos. Para cuando me desperté no había ni rastro de ninguno y yo estaba en un
descampado lejos del centro de la ciudad, al llegar a mi escondite, como ya me
temía, no habían dejado ni un euro y la caja que había resistido durante tantos
años mis desventuras estaba desvalijada. Cuando vi esa estampa debo confesar
que casi se me escapó una lágrima que, como no podía ser de otra manera, era de
satisfacción y orgullo.
Nacho Valdés
5 comentarios:
JAJAJA...genial desenlace y he disfrutado mucho con esta historia
Aplaudo el talento
Abrazos
Muchas gracias por la crítica.
Por cierto, Jacobo, Laura y yo mismo te damos las gracias por el genial regalo que nos hiciste.
Un abrazo.
You're welcome
Parece que tuvieron un buen maestro...
Gran historia...
El buen maestro es el que consigue dejar de ser necesario... (Pequeño Saltamontes)
Publicar un comentario