lunes, enero 14, 2013

En el ángulo muerto Vol. 175



Días raros


Llevo años dedicado a la informática. Bueno, más que a la informática a los videojuegos y a todo lo que eso conlleva. De hecho, desde que vivo solo es mi único vínculo con la realidad y con la gente y, aunque me critiquen, debo decir que no hay nada como conectarse en red con mis amigos mientras echamos una partida cada uno desde su rincón del mundo. Me pongo los cascos, me siento frente al monitor y así podría pasar semanas mientras nos matamos unos a otros en la realidad virtual. Algunos ya hemos desarrollado una sólida amistad aunque, puesto que vivimos en zonas dispares, no nos hayamos visto en persona y probablemente no nos conozcamos nunca directamente.
Mi vida transcurre tranquila, sin sobresaltos y prácticamente sin contacto con la humanidad. Solamente me cruzo con la multitud cuando vuelvo del trabajo o cuando voy a la compra o cosas por el estilo; en los últimos tiempos he descubierto los placeres de hacer mis pedidos al supermercado a través de internet, nadie te molesta y el repartidor supone la única relación que debo mantener. Creo que he llegado a desarrollar algún tipo de fobia social, supongo que estará diagnosticada y que tendrá nombre pero paso de ir al psiquiatra o al psicólogo; nunca me ha preocupado el ser un excluido social puesto que vivo con esa etiqueta desde que iba al instituto. Me da exactamente igual, yo soy feliz con mis cibercompañeros de juegos y con el trabajo que conseguí y que me permite dar rienda suelta a mis gustos.
Sin embargo, llevo las últimas horas tremendamente preocupado. Ya no sé si lo que está sucediendo a mi alrededor es cosa de mi imaginación o si realmente está sucediendo pero lo que tengo claro es que el equilibrio que había encontrado se ha roto en mil pedazos y me enfrento a una situación insólita y horrible para un individuo como yo que detesta el contacto humano. No sé cómo seré capaz de superarlo o si tendrán que ingresarme en alguna clínica o algo por el estilo, no tengo valor ni para bajar a la calle y me encuentro a la espera de que caiga la noche para irme a dormir y esperar que esta horrible pesadilla termine de una vez. Aún así, será mejor que comience por el principio pues tengo la impresión de que no se me está entendiendo.
Como todos los días me levanté muy temprano, es algo que hago desde que era pequeño y no me resulta para nada un engorro. Además, si trabajo en el primer turno puedo llegar a casa para comer y dedicar la tarde a mis videojuegos con la cibercomunidad. Pero bueno, esto no viene al caso, la situación iba embocada al hecho de que la rutina diaria comenzaba a cumplirse y ya paladeaba las sensaciones que experimentaría después de siete horas introduciendo datos, códigos y fichas de clientes y demás. Sí, me paso siete horas frente a un ordenador introduciendo palabras, nombres y direcciones que para mí no tienen ningún sentido pero que me permiten ganarme el sueldo y vivir en un pequeño apartamento. En el trabajo soy el mejor, estoy desde las seis de la mañana hasta la una y me pagan por el número de caracteres que introduzco en la memoria descontando los errores que se puedan producir. Rara es la ocasión en la que me equivoco y, puesto que tecleo a toda velocidad, soy capaz de ganar todas las primas que ofrece la empresa a sus trabajadores por lo que no puedo quejarme de mi nómina. Por añadidura, puedo utilizar el equipo de la empresa para descargarme novedades por internet y comunicarme con mis ciberamigos. Los jefes deben estar contentos, me meto en mi cubículo y no levanto la vista de la pantalla hasta que salgo por la puerta; el turno en el que estoy me permite no relacionarme con nadie y, como soy uno de los más veteranos, mi puesto está alejado del resto de compañeros con los que comparto horario.
Puesto que voy en el metro prácticamente solo, debí sospechar que algo iba mal cuando una mujer de mediana edad que estaba en el vagón contiguo no me quitaba la vista de encima. La tipa, que llevaba un libro en el regazo al que no hacía ni caso, me taladraba a través de las puertas acristaladas que separaban los vagones del metro. Nunca he sido un héroe y siempre he tenido dificultades con las mujeres por lo que me acobardé cuando esas pupilas parecían atravesarme y, puesto que no tenía que esperar más que un par de paradas, bajé la vista y salí mansamente al andén sin volverme atrás. Algo en mi interior se despertó en ese instante pero decidí apartar esas señales que luchaban por hacerse notar, preferí, a pesar de que algo extraño estaba sucediendo, hacer oídos sordos y largarme a trabajar.

Nacho Valdés

5 comentarios:

laura dijo...

Después de una mañana caótica en la que Jacobo no me ha dado tregua, parece que ha llegado la calma y tu relato del lunes me ha venido fenomenal. Habrá que ver como discurre todo, pero espero que sea una historia de amor y que la vida del prota haya cambiado porque se ha enamorado de la misteriosa mujer del metro.
Un beso.
LAura.

Muchacho_Electrico dijo...

Laura es de las mujeres que vería una peli porno porque cree que al final los protagonistas se casan.
La mujer de la historia tiene pinta de ser una antigua empleada de la oficina donde trabaja el personaje de la historia y que guarda un oscuro secreto.

cristina dijo...

Jajaja...estoy segura que a la tipa los vagones de metro le ponen. Porno garantizado...

Sergio dijo...

Aquí cada uno traslada sus propias neuras a lo que lee...

Un tipo como ese no tendrá sexo con una mujer jamásssss...

raposu dijo...

¿que hace que una mujer de mediana edad que finge leer se fije en un friki en un vagón de metro a las 6 de la mañana?... la respuesta en los próximos capítulos.