lunes, noviembre 19, 2012

En el ángulo muerto Vol. 169



Otras ciudades



La banda esperó a Thomas toda la noche, ese día tocaron apáticos y despreocupados por el público pues en su cabeza solo estaba presente el joven guitarrista que había desaparecido sin dejar rastro. Esperaban que, de forma extraordinaria, apareciese en algún momento para unirse al conjunto. Al final, como pasa en este tipo de situaciones, acabaron por olvidarle y el club continuó sonando a blues cuando otro guitarra ocupó el lugar que había quedado vacante. Los viejos negros habían visto el proceso tantas veces que prácticamente no se alteraban cuando sucedía, era normal que la gente se esfumase sin dejar rastro. Máxime en esos tiempos convulsos en los que podía pasar cualquier cosa y llegaban decenas de miles de negros desde el sur.
Lo único que desearon con toda su alma fue que los blancos que fueron a buscarle no le encontrasen; había aparecido un grupo variopinto que aguantó toda la noche en la entrada para artistas del local. Habían aparecido borrachos y armados con palos y cadenas, seguramente se creían en la obligación de darle un escarmiento a ese moreno que se había acostado con una de las chicas blancas más deseadas. Los negros, cuando entraron cargados con los instrumentos, agacharon la vista y pasaron de largo pues sabían que la frustración y violencia que arrastraban consigo esos personajes podía estallar en cualquier momento y afectar a cualquiera que se interpusiese en el camino de esos tipos embrutecidos. Se enteraron por gente que asistió esa noche a la actuación que Linda nunca más haría honor a su nombre, que los salvajes que estaban fuera le habían dejado la cara desfigurada y le habían infringido un tremendo castigo por probar el sabor de uno de esos negros que solo tenía autorización para divertirles. La pobre chica no volvió a aparecer ninguna noche y se corrió el rumor de que se casó con un blanquito adinerado que supo darle unos cuantos hijos y alguna que otra paliza para quitarle de la cabeza la posibilidad de volver a buscar otro amante de color.
En relación a Thomas, todos supieron a los pocos meses de él cuando cayó en su poder un disco que se había grabado en Chicago. Sabían que era un chaval listo y que probablemente se abriría camino sin mayores complicaciones, solo necesitaba  su guitarra y hacer lo que llevaba haciendo los últimos meses. Había aprendido prácticamente solo y era capaz de unirse a cualquier grupo y, sobre todo, era capaz de contribuir pues se adaptaba con una increíble rapidez y soltura a todos los estilos; tenía un oído especial para la creación musical. Estaban seguros de que aprendería rápido y que se haría un hueco en la pujante industria que estaba naciendo; de hecho, el disco que llegó de casualidad al local no llamó la atención de nadie hasta que sonó en el equipo y reconocieron el estilo del que había sido su compañero. Estaba claro que no podrían asegurarlo y, por añadidura, el bajista que era el único que sabía leer les aseguró que en los créditos no salía nadie con el nombre de Thomas. De todas formas eso daba igual, sabían que lo normal era que los negros no apareciesen como participantes por el trabajo que habían realizado. Lo habitual era que cobrasen por sesión y que después desapareciesen para grabar con otro conjunto y que, al final, acabasen sus días cirróticos y tocando en la calle a la espera de que les sorprendiese la muerte o la esquiva fortuna.
Sin embargo, lo que habían escuchado resultaba esperanzador y la guitarra que sonaba en ese disco de siete pulgadas les convenció de que Thomas había sido capaz de huir y aposentarse en Chicago. Nunca más supieron de él, por lo menos directamente, pero, siempre que podían, seguían las novedades discográficas y en algún que otro trabajo creían reconocer al guitarra solista con el que habían compartido escenario. Lo único que les preocupaba era el hecho de que había probado a una blanca y sabían que, cuando eso le pasaba a un negro, después le costaba volver con los suyos. Suponían que había aprendido la lección pero, con los jóvenes nunca se sabía qué iba a suceder, lo más probable es que estuviese buscando a otra chica de piel blanca como el mármol para compartir con ella una noche de pasión. Los viejos músicos anhelaban con todas sus fuerzas que tuviese suerte, que no cayese en manos de algún blanco ofendido por el amor que el joven Thomas iba repartiendo.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Sergio dijo...

...un blues esperanzador entre tanta tristeza... Quizá por eso es una música que ha perdurado y que, hoy en día, sigue vigente en su conexión con los desarraigados que habitan el mundo...

Larga vida a las seis cuerdas de Thomas y al sonido sucio de Chicago...

cristina dijo...

BLUES...ahora más que nunca

raposu dijo...

Decididamente hay cosas que los negros deben de hacer mejor...