lunes, noviembre 12, 2012

En el ángulo muerto Vol. 168



Callejones

La noche en la que todo se desencadenó Thomas iba camino de su habitación en el piso que compartía, caminaba de madrugada arrastrando la guitarra e iba recapacitando sobre las muchas sesiones que llevaba sin ver los ojos verdes de Linda. Sus pasos sonaban amortiguados por el agua que había caído y que producía un brillo metálico sobre las aceras, parecía estar deambulando por una ciudad abandonada. Había descubierto su nombre de forma casual, era una de las muchachas que frecuentaba el club y que había alcanzado cierta fama entre los habituales. Destacaba, por encima de todo, por no haber dejado que nadie le tocase un pelo. Parecía mantenerse por encima de la inmundicia alcoholizada que frecuentaba el local, eso al músico le gustaba; no era otra de las fulanas que encontraban calor en la entrepierna de los blancos adinerados.
Ya dentro del barrio negro, donde se hacinaban las familias proletarias, se encontró con ella. Refulgía entre las sombras de la noche y, a pesar de que el negro había bebido más de la cuenta, al verla se espabiló completamente. Sabía que estaba esperándole, no hacía falta que dijese nada pues su expresión de deseo era el mejor indicativo de lo que había ido a buscar. Thomas se acercó tímidamente pero la muchacha se arrimó a su cuerpo, el músico nunca había olido nada tan dulce como la fragancia que despedía esa chica que clavaba su mirada en su rostro. Las curvas de su cadera se asemejaban a su instrumento y, después de tirar el estuche con su guitarra al suelo, la agarró con fuerza con ambas manos. Ella se dejaba llevar, estaba decidida y parecía estar sumida en algún tipo de ensoñación pues había cerrado los ojos y su rostro denotaba el inmenso placer que le suponía la cercanía de ese músico negro que olía a alcohol y estaba embadurnado por el sudor de la actuación; parecía una exploradora adentrándose en territorios vírgenes y salvajes.
A hurtadillas la subió a su habitación, tuvieron que atravesar zonas comunes de la casa en las que la gente descansaba en colchones tirados sobre el suelo. Nadie pareció reparar en la presencia de esa extraña que destacaba, además de por el tono angelical de su delicada piel, por el fino aroma que desprendía y que se elevaba sobre el olor a humanidad y miseria que se respiraba en esa vivienda abarrotada. No parecía estar asustada, más bien parecía divertirle la situación en la que se estaba  metiendo y se dejaba guiar por la mano firme de Thomas. El negro era de los pocos privilegiados que podían permitirse una habitación para él solo, se alegró enormemente de contar con esa posibilidad y de que su trabajo con la banda le hubiese brindado esa autonomía. Cuando el guitarrista trabó la puerta para que nadie entrase, la joven ya se había desnudado. Estaba sobre la cama esperándole y en cuanto se acercó se abalanzó sobre él para quitarle las ropas que olían a tabaco y perfumes baratos, parecía ser más experimentada de lo que aparentaba por su aspecto delicado y dejaba que Thomas recorriese su anatomía sin ningún prejuicio. Se fundieron durante horas, el contraste de pieles desapareció en cuanto los miembros se confundieron en una sola dimensión en la que solo valía el placer. Más tarde, cuando había amanecido y en el exterior se escuchaban sonidos de actividad, ellos se quedaron dormidos hasta la tarde. Cuando se despertaron Thomas decidió volver a probar suerte con la jovencita e improvisó una actuación privada que, de haber habido público, hubiese arrancado los vítores de la concurrencia.
El problema se les presentó cuando tuvieron que salir del cuartucho en el que había compartido ese lapso al margen del mundo, los compañeros de piso de Thomas se quedaron anonadados cuando vieron salir a una chica blanca y fina de la habitación. Nunca antes había entrado alguien así en ese hogar, incluso en el barrio era extraño encontrarse con algún blanco pues era un territorio prácticamente exclusivo para negros. La chica, cuando tuvieron que atravesar las calles concurridas, se sintió más cohibida que la noche anterior y Thomas pudo comprobar cómo centenares de ojos se clavaban en ellos. De alguna forma estaba entendiendo que el rechazo se producía en ambos sentidos pero lo que le preocupaba era que esa noche de pasión se convirtiese en algo de dominio público, en su memoria resonaba la advertencia que le habían hecho: no te metas con los blancos…

Nacho Valdés

3 comentarios:

laura dijo...

Vaya, vaya que historia tan bonita.Un beso, cariño.
Laura.

raposu dijo...

Seguro que a Thomas está a punto de complicársele la vida... blues, al fin y al cabo.

Sergio dijo...

Esto cada vez se asemeja más a un blues de Brownie Mcghee... deep, deep and sad sad....

Saludos