El lento camino
La experiencia del grupo no duró demasiado, todos los
componentes a excepción de Thomas tenían una familia que mantener y la música
no les daba para llevar comida a la mesa. Él contaba con el estímulo necesario
para compaginar los ensayos con el ritmo frenético de la fábrica en la que
ensamblaba, apretaba y engrasaba sin descanso durante toda la jornada. A esto
se añadía que tenía que aguantar a sus superiores, todos blancos que
despreciaban a esos negros serviles que habían llegado desde el campo. Era
patente la segregación que existía pues, a pesar de que en el norte las cosas
parecían ir mejor, la realidad era bien distinta y era difícil borrar los
hábitos y relaciones que estaban insertas en el carácter de la sociedad.
De la experiencia con la música había sacado algún contacto
y su oportunidad llegó cuando el guitarra de uno de los clubs de moda se rompió
todos los dedos de la mano izquierda en circunstancias un tanto sospechosas;
Thomas prefirió no preguntar y ocupar su lugar durante su tiempo de
convalecencia. Las primeras noches, aunque se le hizo complicado conciliar las
jornadas extenuantes en la factoría con las noches tocando sin descanso,
disfrutó enormemente y encontró en ese camino la ruta que quería llevar.
Después de una semana se despidió de Ford y, aunque sus compañeros le
intentaron convencer de lo contrario puesto que veían una locura el perder un
puesto fijo, Thomas prefirió seguir su pálpito y continuar frecuentando la
noche para tocar con sus nuevos compañeros.
Lo que iba a significar una pequeña sustitución se volvió un
lugar fijo en el que tocar a diario pues, independientemente del día de la
semana, siempre había blancos dispuestos a dejarse su dinero en copas para
invitar a las jovencitas que se movían con los ritmos frenéticos mientras ellos
aumentaban el tempo. El local en el que tocaba era en apariencia elegante
aunque solo en apariencia debido a que la zona dedicada al personal de color
era prácticamente un estercolero donde se reunían en los descansos y cuando se
cerraba o abría. El lugar donde se cambiaban las chicas blancas que amenizaban
la velada de esos tipos dispuestos a vaciar sus bolsillos era otra cosa pero
los negros no podían asomar sus narices por ahí, el patrón siempre les
amenazaba y les impedía acercarse. A Thomas todo esto le daba igual; ganaba más
dinero que apretando tuercas y estaba rodeado de músicos que compartían,
siempre que tuviesen un buen día, sus secretos con él. Además, nada podía ser
peor que una decadente fábrica en la que perder la vida y la salud. En el
período de adaptación que tuvo que superar se contentaba con aguantar el picor
en los ojos provocado por los cientos de cigarrillos encendidos y con no perder
el compás pues, cada vez que alguno de los músicos desafinaba o se perdía,
tenía que pagar una multa que se utilizaba como fondo para las bebidas que consumían
durante sus actuaciones. Aunque los primeros días se puede decir que se bebió a
su costa, gracias a su talento natural enseguida fue capaz de hacerse un hueco
entre los veteranos artistas que le rodeaban.
De una de las cosas de las que se percató fue de que a las
blancas, tan angelicales y de apariencia tan dulce, los negros les despertaban
cierta curiosidad. De hecho, y puesto que él era el más joven de la banda,
todas las noches notaba como múltiples miradas libidinosas se clavaban en él
cuando ejecutaba sus arriesgados solos. Al principio no le dio demasiada
importancia al estar centrado en su instrumento pero, cuando consiguió cierta
seguridad y el escenario dejó de impresionarle, comenzó a despertarse en él un
sentimiento recíproco que le hacía observar a esas mujeres con otro prisma.
Estaba acostumbrado a mujeres desaliñadas y cargadas de hijos y trabajo y esas
muchachas olían a perfume y estaba maquilladas con tanto estilo que todas le
resultaban atractivas. Sabía que no tenía que hacer demasiado para conseguir
acostarse con alguna pero no se fiaba, los negros con los que tocaba le habían
advertido que tuviese cuidado con los blancos, que eran peligrosos como un
perro rabioso cuando se les intentaba quitar el hueso que llevaban en la boca.
Se preguntaba el motivo por el que no podía probar a una de esas chicas, aunque
solo fuese por una noche y se imaginaba que no debía de ser mucho más
complicado que interpretar una frase a la guitarra; solamente había que tocar
la nota exacta en el momento preciso.
Nacho Valdés
2 comentarios:
Las raices bluseras deberían ser materia en las escuelas
Gran historia
Estoy disfrutando mucho con esta historia... de hecho me resulta muy curiosa la crdibilidad de lo que nos lo cuentas ¿has sido negro en otra vida anterior?
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