lunes, septiembre 24, 2012

En el ángulo muerto Vol. 161

Las costumbres
Lord Spencer no era realmente lord, de hecho no tenía ningún tipo de relación con la nobleza ni nada que se le pareciese. Lo que sí tenía en abundancia era dinero y, por supuesto, pues ambas cosas son indisociables, contactos que le habían permitido mover ese capital de un lugar a otro para que engordase sin necesidad de mover un dedo o, al menos, moviéndose lo justo. Sus terrenos debían ser recorridos a caballo, no había otra solución si se quería hacer el trayecto en una sola jornada. Ahora bien, era necesario levantarse temprano, no parar nada más que para ofrecer resuello a las bestias y comer con rapidez para que se produjese el regreso después de la puesta de sol. Así de magníficas eran sus posesiones, miles de acres en los que antaño se había cultivado y establecido una ganadería. Ahora las cosas eran bien distintas, lo único que le quedaba a Mr. Spencer de su anterior toque aristocrático era la voz gangosa que le había valido su mote por el parecido que para los iletrados sudistas tenía con los ingleses, las galas que ya nunca se vestía pues no tenía ninguna recepción y la increíble biblioteca que ocupaba prácticamente un ala de su mansión neoclásica totalmente desvencijada. Vivía solo, su mujer había fallecido por culpa de los malditos yankees cuando le habían despojado de todo lo que poseía, incluso se sus seres más queridos. Y todo eso, ¿por qué? Para rescatar a los sucios negros de la manutención, sostenimiento y formación a la que la mayoría de patronos les sometía; ¡cuánta ingratitud! Después de tantos años aún le resultaba inaudito aunque, por suerte, el tiempo acaba por cerrar las heridas y vivía en paz consigo mismo aunque en una casona que se le venía encima. Además, le habrían arrebatado parte de sus posesiones, su familia e incluso la mayor parte de su fortuna pero nunca que le restarían ni un ápice de esa presencia que le había valido el apodo de Lord. Asimismo, había sido capaz de recuperar su anterior nivel y en ese momento en el que la situación parecía haberse estabilizado ya no necesitaba de la mano de obra de sus esclavos ni de su ganado para ser rico, el dinero se movía en otros circuitos y él había sido capaz de adaptarse. De esta forma, vivía solo aunque gozaba de la compañía de una pareja de negros que no había querido irse cuando fueron liberados. Para gran escarnio le obligaron a contratarles y, aunque no estaba de acuerdo con la situación que debía aceptar por legislación, se resignaba a lo que le había caído en desgracia. Los consideraba algo así como animales evolucionados, como si unos primates hubiesen perdido el pelaje y hubiesen logrado, después de arduos intentos, expresarse mediante sonidos articulados que eran más o menos comprensibles para el hombre blanco. Así, aunque evidentemente había profundas diferencias entre lo que Mr. Spencer llamaba sus esclavos y su regia compostura, eran capaces de convivir en una especie de equilibrio precario que siempre estaba amenazado por lo que consideraba las desavenencias cotidianas que les unían. Ahora bien, debía reconocer que la mujer era una excelente cocinera y, para asegurarse que no acabasen con su vida y desvalijasen su residencia, les hacía comer del mismo puchero y en la misma mesa. Por lo tanto, todas las comidas del día las hacían juntos en el comedor principal. El viejo Spencer en la cabecera de la mesa, presidiendo una ficticia reunión y la pareja de negros a un lado, como de refilón. Indefectiblemente comenzaban ellos a comer y después de que hubiesen probado los manjares el Lord también se unía, llevaba años sin probar un bocado sin que lo hiciesen antes sus negros; hasta ese punto llegaba su nivel de demencia. Lo que más le gustaba era azotar a Phineas, no lo hacía con demasiada frecuencia pero al menos dos veces al mes bajaban al cobertizo, le ataba con suavidad y le golpeaba un poco con un antiguo látigo con el que antaño había doblegado los poderosos cuerpos de esos salvajes. Cuando se producía esa oportunidad se lo pasaba en grande, descargaba una y otra vez su brazo contra esa espalda y, en esas ocasiones, dormía como un tronco durante toda la noche. Tenía para él un efecto balsámico y era la preferida de sus actividades cotidianas, le hacía sentirse como el antiguo terrateniente que había sido. Nacho Valdés

4 comentarios:

Sergio dijo...

Ya tendrás tiempo de aprendértelo pero, por ahora, te advierto que Phineas es uno de los grandes referentes para la infancia hoy. Él y su amigo Ferb dominan el horario infantil de los canales de dibujos. Así que no te pases mucho con los azotes.

!!!!Lo demás muy bien¡¡¡¡

SALUDOS

raposu dijo...

Es fundamental mantener siempre el estilo y parecer un Lord... me hubiera gustado.

Muchacho_Electrico dijo...

Y no se beneficiaba de los enormes pechos que, a buen seguro, tenía la negrita?

laura dijo...

Por fin puedo empezar tu relato.
Me gusta mucho cariño, pero creo que deberíamos ver "Lo que el Viento se llevó".