lunes, septiembre 17, 2012

En el ángulo muerto Vol. 160



El toro de la vergüenza

El verano patrio es pródigo en actos que, bajo el amparo de la supuesta tradición, provocan mi más profundo pavor y compasión para con aquellos que, o bien participan de semejantes festejos o bien son depositarios de tan inconmensurables actos culturales. El hecho es que a lo largo y ancho de la geografía hispana se repiten, se reproducen y se amparan las acciones violentas, salvajes y retrogradas que la población tiene a bien festejar bajo el paraguas de la cultura, lo atávico o lo castizo. No es más que una excusa para la reunión, la comida y el alcoholismo que, como en todas las conmemoraciones, acompañan a nuestra particular manera de divertirnos. Sin embargo, en este nuestro ampuloso país tenemos a bien el acompañar estos encuentros con algo de sangre animal y, en muchas ocasiones, humana.
Son innumerables las torturas ociosas que se realizan y, de hecho, es el toreo, ese refugio de iletrados y supuestos estetas, una de las representaciones más idiosincrásicas de nuestra Nación. Sí, en el extranjero, para bien o para mal, se nos conoce por las corridas, la paella y cuatro clichés más de los que parece que seremos incapaces de escapar. Mientras que a los alemanes se les reconoce por la eficacia, a los franceses por la alta cultura, a los orientales por la tecnología y los americanos por su imperialismo económico y pseudocultural; a los españoles se nos reconoce por nuestra brutalidad y primitivismo en el que llevamos anclados desde el Medievo. Además, inspiramos poca confianza, nuestra economía es ruinosa y la política corrupta. En definitiva, somos una bagatela que desde fuera se observa con sorpresa y curiosidad prácticamente antropológica. Algo para visitar sin más pretensiones, no vaya a ser que se contagie alguna de las características que nos definen.
Por supuesto, el ataque indiscriminado a nuestro patrimonio natural es moneda de cambio a la que estamos acostumbrados pues, a pesar de la inconmensurable riqueza y variedad de la que disfrutamos, hemos arrasado los litorales, quemado los bosques y esquilmado la enorme multiplicidad de especies animales con las que contábamos. De esta forma, parece que hemos acordado hacer de esta particularidad nuestra seña de identidad y abanderamos como estandarte el martirio a los seres vivos como muestra de nuestra manera de divertirnos. Sería imposible concretar en pocas líneas todos las atrocidades que se realizan pero una de las que destacan por encima del resto es la del Toro de la Vega, actividad sanguinaria que cada día me resulta más espeluznante, cruenta y desagradable.
La fiesta de marras parece ser un bien de interés turístico de no sé qué orden pero, a decir verdad, me llama la atención la lamentable imagen que damos desde un país que ha producido excelentes pinturas, muestras arquitectónicas singulares, que cuenta con innumerables parques naturales y que posee una bagaje literario reconocido universalmente. Empero, decidimos exportar y promocionar una reunión de catetos que, con sus todoterrenos, se van al campo a emborracharse mientras unos tipos barrigones a caballo deciden acabar con un toro que es atravesado mediante lanzas hasta que muere desangrado. Por supuesto, para que se prolongue esta espantosa costumbre, los niños son testigos privilegiados de la destrucción de un ser vivo mientras sus orgullosos padres se arrean un cubata tras otra bajo el sol de la campiña vallisoletana. El espectáculo es tremendo; primero se suelta a un bello toro de lidia por el campo en una especie de recorrido vallado y rodeado de paletos; después salen a caballo los lanceros, una especie de pijos de pueblo que cabalgan mientras sus lorzas se bambolean arriba y abajo. Es evidente que nadie se acerca al animal y de ahí el uso de largas pértigas rematadas por el terrible metal que va provocando heridas mortales hasta que, como no podía ser de otra manera, el bellísimo toro bravo acaba por morir entre vítores cobardes y ebrios.
Es capital, antes de acometer cualquier otra reforma política, económica o social, que alteremos este legado cultural que no hace sino ponernos en evidencia ante Europa y el mundo y que, por lo menos a mí, me provoca el más absoluto de los rechazos. O bien salimos de la Edad Media en la que estamos insertos o bien nos encerramos en estos terribles ritos de manera definitiva; no hay otra salida.

Nacho Valdés

2 comentarios:

Sergio dijo...

Las 2 Españas tan bien representadas en sus fiestas y celebraciones.

Siglo XXI? Ja!!!


Saludos

raposu dijo...

Verguenza ajena... aunque no sé si debería decir propia.