lunes, julio 04, 2011

En el ángulo muerto Vol. 109




Las sombras

Cuando abrió los ojos la claridad le obligó a cerrar de nuevo los párpados, sentía pequeñas punzadas de dolor en los globos oculares y no reunía el valor necesario para volver a intentarlo. El agente Vázquez sentía su cuerpo quebrantado, cada ínfimo movimiento que intentaba realizar se traducía en un agudo aviso para que se mantuviese quieto; estático. Escuchó voces a su alrededor pero no tenía capacidad para interesarse por quiénes se habían reunido a su alrededor, ni tan siquiera se enteraba de lo que se hablaba a su alrededor. Le daba igual, prefería mantenerse ausente en ese mundo tremendamente luminoso en el que estaba sumido. Después vino una especie de duermevela, algo parecido a la vigilia pero cuajado de sueños extraños y confusos. De la luz en la que estaba sumido pasó a la oscuridad más profunda, volvió al bosque y la joven pelirroja salió de entre los matorrales y los helechos totalmente desnuda. Algo en ella le resultaba amenazador, no sonreía como la última vez que la había visto, su mirada era profunda y se clavaba en él mientras la muchacha tremendamente bella avanzaba sin parecer inmutarse por las ramas o zarzas que se le clavaban en su piel pálida traspasada por arañazos de un rojo intenso.
Se despertó súbitamente, estaba a oscuras en la habitación de un hospital. Se sentía tremendamente agitado y su corazón latía a un ritmo vertiginoso, como si se fuese a escapar de su pecho. Se llevó la mano a la cara y se frotó con vigor, todo en él era una punzada de profundo malestar. Aunque no estaba tan mal como la última vez que recordaba haber despertado, sentía la debilidad y las articulaciones anquilosadas tras lo que parecían haber sido días sobre la cama elevada situada en el centro de la anodina habitación. Miró a su alrededor, la luz de la ciudad se colaba por el ventanal e iluminaba tenuemente la estancia. Un sofá de aspecto incómodo, una pequeña mesita, el gotero que tenía conectado a su torrente sanguíneo y la puerta entreabierta que daba al baño era lo único que alcanzaba a ver en el espacio en el que se encontraba. No tenía ni idea de dónde podía estar y le atenazaba una extraña sensación de inseguridad, como si estuviese siendo observado por alguien. Miró con detenimiento a su alrededor, todo parecía estar donde debía estar aunque se mantenía un leve aire de desconcierto que no le dejaba relajarse. La estrecha rendija que había dejado la puerta sin cerrar era el problema, no podía mantener la mirada fija en las sombras del interior del baño pues se estremecía con el recuerdo de los ojos oscuros de la muchacha de la que ya no tenía claro si solo se había aparecido en sus sueños o si, por el contrario, la había conocido en realidad. Se agarró al borde la cama para incorporarse, quería cerrar esa maldita puerta que parecía dar acceso a lo más profundo de sus temores. No fue capaz, cayó fulminado en cuanto hizo un poco de fuerza, su cuerpo estaba fracturado. Comenzó a ponerse nervioso, a sudar en frío mientras su corazón se desbocaba sin que él pudiese poner remedio. Algo no iba bien, podía sentirlo y necesitaba a alguien con él pues se sentía tremendamente desvalido entre las tinieblas de esa habitación desconocida. Comenzó a agitarse violentamente, persiguiendo a las sombras que parecían estar acosándole y tuvo la fortuna de golpear el mando que daba aviso a las enfermeras. Apretó el botón presa del pánico, una y otra vez hasta que una voz metálica sonó a través de algún interfono que se encontraba cerca de la cama.
- ¿Está usted bien? – Sonó por el aparato.
- Corra – gritó desgañitándose como si la vida le fuese en ello –, dese prisa.
Cuando la puerta de entrada se abrió bañando de luz la habitación el agente Vázquez continuaba gritando desesperado.
- Cierre la puerta, por favor. – Aullaba desesperado -No la deje abierta, cierre esa puta puerta.
- Se refiere a esa – la gruesa enfermera señaló hacia el baño con movimientos lentos -.
- Sí, puta foca – chilló desesperado -, ¿o es que hay alguna otra puerta?
La mujer empujó la puerta visiblemente ofendida, después se dio la vuelta para irse por donde había llegado.
- No se vaya, no me deje solo por favor… - el agente lloraba desolado.
La enfermera se acercó hasta su gotero e introdujo una jeringa cuyo vertido se unió a la vía que llegaba hasta su brazo.
- No me duerma cojones, quédese conmigo. – Sus protestas comenzaban a amortiguarse por el narcótico.
- No se preocupe, no me voy a ir a ningún sitio.
El agente se estremeció cuando la mujer le miró con unos ojos vacíos y oscuros, después el se zambulló en la oscuridad de la droga.


Nacho Valdés

3 comentarios:

cristina dijo...

Genial! como me he reido con el momento enfermera foca...las habitaciones de hospital son lugares esperpénticos pero si encima te toca sufrir en tus carnes una enfermera foca ya mejor quitarse los goteros y dejarse morir...que grande, me he reido mucho Nacho.

Abrazos...nos leemos.

raposu dijo...

No va por donde creia, aunque tampoco sé muy bien lo que creía, pero no era así... y me alegro.

Parecia un trozo de novela negra, teniamos polis corruptos, pelirrojas desnudas, un héroe y un antihéroe que surgen de la misma madera... pero ahora la cosa va a ser más psicótica...¿o ya lo era?

laura dijo...

Tengo muchas dudas porque me esperaba que la historia fuera por otro lado, por otra parte me acuerdo de lo que hablamos el otro día y me lío más. Vamos que estoy impaciente por saber el final!
Un beso, cariño.